Homilía para el Domingo Trigésimo Segundo
del ciclo litúrgico B
7 Noviembre 2021
Lectura: 1Re 17,10-16
Evangelio: Mc 12, 38-44
Autor: P. Heribert Graab, S.J.
Para comenzar algo que no nos es fácil entender:
¡Todos nosotros aquí y también yo mismo
pertenecemos a la gente acomodada de nuestra época!
Esto no cambia nada del “voto de pobreza”
¡que muchos de nosotros hemos pronunciado como miembros de una Orden religiosa!

Como personas acomodadas hablamos a otros
como nosotros sobre pobreza, ¿cómo esto puede ser posible?
Y, sin embargo, ¡nos sabemos llamados como personas de órdenes religiosas a anunciar el Evangelio de Jesucristo y sobre todo a vivirlo!
Pero en el Evangelio y en Sagrada Escritura,
los pobres y su pobreza están totalmente en primer plano..
Y la Iglesia nos confronta ahora en el otoño tardío con este deseo nuclear de Jesús,
cuando se cierra el ciclo litúrgico;
cuando recordamos a nuestros muertos
y así también el final de nuestra propia vida,
incluso el final de este tiempo en el mundo
se nos pone ante la vista.
Ahora se nos pregunta de forma acosadora:
¿Qué tiene continuidad más allá del “fin”?

Como respuesta a esta pregunta la Lectura bíblica nos cuenta la historia de la viuda de Sarepta:
Contra toda lógica de la actitud de autoconservación,
la madre viuda está dispuesta a partir
lo poquísimo que aún tenía para sí y para su hijo de corta edad.
¡Alguien que hace algo así tendría que estar loco!
También los milagros de alimentación de Jesús ponen sobre el tapete que hay personas que están dispuestas a compartir lo poquísimo que les queda.
Recordemos a aquel muchacho
del que hemos oído recientemente en el Evangelio
que comparte en el desierto su propia ración diaria de pan y pescado y así comienza el milagro de la multiplicación del pan.
Muchos siguen su ejemplo y comparten como él
lo que tienen.
¡Y finalmente sobraron doce cestos!

¡Como también la vasija de harina de la viuda
no quedó vacía y la  alcuza no se agotó!

En estas historias se hace visible la riqueza
de la abundancia del amor de Dios en Jesucristo,
que no sólo regala y comparte algo,
sino que finalmente entrega Su vida en la Cruz,
por tanto se entrega a Sí mismo.
“Generosidad” significa también para nosotros:
No sólo dar algo de lo que yo tengo, sino todo:
también mi fuerza, mi tiempo, mi vida.
Jesús podía decir: Yo os he dado ejemplo.

Ciertamente en esta dirección apunta el Evangelio de hoy:
La pobre viuda, a la que Jesús observa ante la hucha de las ofrendas en el Templo,
ha dado todo lo que poseía,
¡toda su subsistencia  vital!

Dentro de pocos días vamos a celebrar la fiesta de San Martín:
Él no arrojó a este mendigo, aterido ante el portón de la ciudad de Amiens, un par de monedas,
él se dio cuenta de lo que sólo le podría ayudar verdaderamente en esta situación:
Sencillamente él partió su manto por en medio
con la espada y una mitad se la dio al mendigo.
¡Sólo esto podría salvar al pobre de morir por congelación esa noche!

Para todas estas personas,
la viuda de Sarepta, la viuda del Evangelio,
el joven que da su pan y sus peces,
y también para San Martín y para otros muchos
es válida la bienaventuranza de Jesús:
“Bienaventurados los que son pobres ante Dios;
pues de ellos es el Reino de los Cielos.” (Mt 5,3)

A esta bienaventuranza corresponde la exigencia de Jesús en el Evangelio de Lucas:
“¡Vended lo que tenéis y dadle estos ingresos a los pobres!
Haceos monederos que no se rompen.
Procuraos un tesoro que no desaparezca,
allí arriba en el cielo, donde ningún ladrón
lo encuentre y ninguna polilla se lo coma.
Pues donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón” (Lc 12, 33-34)

El Papa Francisco ha escrito un mensaje muy actual para el día mundial de los pobres, que se celebra el 14 de noviembre.
En él dice:
“Estamos llamados a descubrir a Cristo en los pobres, para hacernos portavoces de sus intereses,
pero también para ser sus amigos, para escucharlos, para comprenderlos…
Nuestra entrega no se compone exclusivamente de hechos o de programas de promoción y de ayuda;
lo que el Espíritu Santo pone en marcha,
no es un activismo exagerado,
sino sobre todo un afecto atento para los demás.”

“Los pobres no son “personas ajenas”…
son más bien hermanos y hermanas,
cuyo sufrimiento tengo que compartir…”
Los gestos caritativos no hacen crecer la fraternidad
sino sólo el compartir.
Una limosna es algo ocasional;
compartir, por el contrario, es algo duradero.
Sólo el compartir fortalece la solidaridad
y crea las condiciones previas y necesarias para la justicia.

Pero ¿cómo es posible de forma concreta
vivir la solidaridad con los pobres?
Francisco considera como una condición previa esencial el conocimiento:
“La pobreza no es el resultado del destino”,
sino “la consecuencia del egoísmo”.

Además el conocimiento sería importante,
`porque hay también muchas formas de pobreza
en los “ricos”,
que solo por medio de la riqueza de los “pobres” puede curarse.
pues nadie es tan pobre ,
que no pueda dar algo de sí mismo.
¡Los pobres no pueden ser sólo los receptores!
Pero ¿cómo podemos nosotros dejarnos obsequiar por los pobres si ni siquiera los conocemos de persona a persona?
Por tanto, tenemos que encontrar caminos
para conocernos personalmente.
Presupuesto esto, podemos en muchas situaciones
aprender de los pobres solidaridad y también el compartir.

“Pero podemos encontrar a los pobres sobre todo alli donde ellos están.
no podemos esperar que llamen a nuestra puerta;
es urgente y necesario que lleguemos a sus casas,
en hospitales y asilos de ancianos, en la calle,
y en ángulos oscuros, donde a veces se ocultan,
en alojamientos provisionales y centros de acogida….”

Por tanto no se trata de tranquilizar nuestra conciencia dando limosnas;
se trata más bien de oponer algo
de la cultura de la indiferencia e injusticia
frente a los pobres.

Como creyentes cristianos se nos debiera hacer consciente continuamente:
Los pobres son como nosotros imagen del Padre del cielo.
En esto se apoya su dignidad que no pueden perder como seres humanos.
En cada uno de ellos encontramos al propio Jesucristo.
Se puede incluso decir con certeza
que cada pobre es un sacramento de Cristo.

Amén
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