Homilía para el Domingo Vigésimo Segundo del ciclo litúrgico B
29 Agosto 2021
Lectura: Dt 4,1-2.6-8
Evangelio: Mc 7,1-8.14-15.21-23
Autor: P. Heribert Graab, S.J.
“Debéis cumplir y observar los mandamientos del Señor, vuestro Dios”, se dice en la Lectura veterotestamentaria.
“Estos mandamientos son vuestra sabiduría y vuestra formación” – se dice a continuación.
Los escribas y fariseos de aquel tiempo eran estrictos y criticaron a Jesús con dureza.

Hay una excelente caricatura sobre los textos bíblicos del domingo actual:
Moisés baja con las tablas de la Ley de Dios
del Sinaí para dar  su pueblo las instrucciones
del Señor.
Pero en su séquito, una gran caravana de porteadores, gimen a consecuencia del peso
de innumerables y gruesos libros:
Una aplastante abundancia de interpretaciones de la Ley con una mezcolanza de párrafos.

Ciertamente de esto se trata:
La crítica de Jesús naturalmente no se dirige contra las enseñanzas de Dios a Su pueblo.
Más bien se aplica a la abundancia de interpretaciones meticulosas por medio de los seres humanos y a los infinitos complementos de las instrucciones de Dios.

Una moral que se apoya en las leyes, antiguas tradiciones, prescripciones y párrafos
no se encuentra en absoluto sólo en los escribas y fariseos de entonces;
también la Iglesia de Jesucristo hoy y en general muchas instituciones religiosas se inclinan al detalle de una moral legalista.

Con frecuencia detrás está la sincera atención a los seres humanos que quieren hallar el camino recto para su vida en la fe.
A esto corresponde por parte de los creyentes
el extendido deseo de poder orientarse con reglas claras y también poder perseverar.
Naturalmente es esencialmente más cómodo,
poder ocultarse detrás de las letras
que tener que decidir por sí mismo en cada caso concreto lo que más corresponde ahora a la voluntad de Dios y a Su amor.

Sin embargo, se habla de una regulación fundamental tanto de una parte como de la otra, también de mucho temor y falta de confianza.
Si bien oramos:
“Señor, Tú has instruido los corazones de tus creyentes por medio de la iluminación del Espíritu Santo.
Haz, que nosotros reconozcamos en este Espíritu,
lo que es justo…”
¡Pero ciertamente en realidad no contamos con esto!
Sustituimos la obra del Espíritu por prescripciones meticulosas.

Israel no recibió la Ley de Dios como una dura carga
sino como un don valioso,
como dirección para el pueblo y para cada uno en particular.
Aún hoy se celebra en el judaísmo la “Fiesta del gozo de la Ley”.
La Ley de Dios tiene que ser expuesta continuamente y adaptada a la época respectiva.
Pero los seres humanos se inclinan en tales interpretaciones a introducir ideas propias y muy humanas.
Pero en todos los tiempos es válida la norma de Dios del Sinaí:
“Vosotros no debéis añadir ni quitar nada al texto al que yo hoy os obligo.”.

Aquí ahora hace impacto como un rayo la crítica masiva y substancial a Jesús: “Él es un insensato; como veneráis a Dios; lo que enseñáis, no es otra cosa que un “estatuto humano”.
“Vosotros exponéis el mandamiento de Dios,
vosotros ponéis Su Palabra fuera de la fuerza,
porque vuestras propias transmisiones son más importante para vosotros.”
“¡Vosotros destruís la Palabra de Dios!”

Y después Jesús expone
Lo que verdaderamente es el sentido de los mandamientos (instrucciones):
No se trata del cumplimiento externo al pie de la letra de las prescripciones.
Más bien lo decisivo es
lo que procede del interior del ser humano,
de su corazón.

La clave para la comprensión de la “Ley” en su totalidad, por tanto de las instrucciones de Dios en su totalidad es para Jesús el mandamiento nuclear del amor:
“Debes amar al Señor tu Dios
con todo el corazón, con toda el alma y en todos tus pensamientos.
Este es el mandamiento más importante y primero.
Igual de importante es el segundo:
Debes amar al prójimo como a ti mismo.
De ambos mandamientos cuelga toda la Ley
(Mt 22,37-40)

San Agustín expresa esto exactamente:
“¡Ama y haz lo que quieras!”
“¡Vive muy concretamente para el amor
-expresado de otra forma. Da amor a raudales!-
¡después puedes hacer lo que tú quieras!”
Esto se halla en contradicción naturalmente ya entonces y hoy más que nunca
con la abundancia de preceptos eclesiásticos
y con las disposiciones expuestas hasta en los mínimos detalles.

La relativización de todos los preceptos y leyes externas no significa en absoluto, según la idea de Jesús, su abolición.
Él dice más bien: “No penséis que Yo he venido para suprimir la Ley y los Profetas.
Yo no he venido para suprimirlos sino para llevarlos a su total cumplimiento.”
Él eso espera también de nosotros, que cumplamos la voluntad del Padre.

Como Él considera que se cumplen en concreto los mandamientos de Dios, Jesús lo expone p.e. en el Sermón de la montaña:
“Habéis oído que se ha dicho:
ojo por ojo y diente por diente.
Pero Yo os digo:
no opongáis ninguna resistencia al que hace el mal,
sino que al que te golpea la mejilla derecha,
ponedle también la otra” (Mt 5,38-39)

Esto es para muchos un reto provocador:
Ellos consideran el principio de la no violencia totalmente falto de realidad.
¡Una exigencia así Jesús no puede expresarla en serio!
¡Sin embargo Él lo dice en serio!
Y es también realista ¡incluso en la política!
Así es, por ejemplo la historia previa de la reunificación alemana,
un ejemplo lleno de éxito con iniciativas y acciones libres de violencia.
No por casualidad este proceso libre de violencia
fue llevado adelante sobre todo por grupos cristianos comprometidos.
En los últimos años además ha acreditado la comunidad de San Egidio continuamente que iniciativas libres de violencia tienen claramente más éxito que las intervenciones militares:
“¡Crear paz sin armas!” – de esto se trata.

Privadamente estamos indignados por la violencia en nuestras calles, pero tenemos por natural o al menos por inevitable la violencia en la TV o en los video juegos.

Aunque nosotros ciertamente no hemos vivido en Afganistán , donde se dirigen acciones militares últimamente,
elegimos en pocas semanas partidos,
que quieren fundamentar nuestra seguridad en la violencia y gastan cantidades enormes para su equipamiento.
Quizás debiéramos de forma consecuente mantener con Jesús:
“Todos los malos pensamientos y toda maldad y violencia proceden de dentro, del corazón de los seres humanos!”
Yo pienso que necesitamos todos nosotros ¡una conversión del pensamiento, una conversión de nuestro corazón!

Amén
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