Homilía para el Domingo Vigésimo Primero del ciclo litúrgico B
22 Agosto 2021
 
Lectura: Jo 1,24, 1-2a.15-17.18b
 Evangelio: Jn 6,60-69
Autor: P. Heribert Grab S.J.
Ahora hemos escuchado en el Evangelio de hoy
que los discípulos de Jesús murmuraban contra Él.
Hace tres semanas se decía en la Lectura veterotestamentaria:
“Toda la comunidad de los israelitas en el desierto murmuraban contra Moisés y Aarón.”
En la Lectura de hoy del libro de Josué
la murmuración de Israel se dirige ya no sólo contra los seres humanos, sino expresamente contra Dios, el propio Señor.
Por eso Josué pidió a la gente que se decidiesen:
Si ya no os gusta servir al Señor
Entonces también incumbe
¡declaraos abiertamente partidarios de los dioses paganos!

Esta “murmuración”, incluso la rebelión contra…
¿contra quién o contra qué?
Esta “murmuración” en todo caso nos es actualmente muy familiar:
Ya hace tiempo se dirige contra LA Iglesia
-pero quien o qué deber ser criticado.
En el último año se ha hallado como mínimo
un motivo concreto:
El ‘abuso’ en la Iglesia y su encubrimiento..
Y finalmente se ofreció, por así decirlo, el arzobispo de Colonia como blanco personalizado de esta “murmuración”.

En vista de la actual retirada de la Iglesia se sugiere  también hoy la pregunta de Jesús al círculo más íntimo de Sus discípulos:
“¿También vosotros os queréis ir?”

La “murmuración” de los discípulos y también del pueblo de Dios –entonces como hoy-
nosotros sólo lo podremos valorar de forma adecuada si miramos y discernimos de forma más exacta.

Contemplemos en primer lugar la murmuración de Israel en el desierto:
La murmuración de Israel tiene su causa en la angustia existencial por la pura supervivencia.
Ya no hay pan,
se sienta uno en el desierto
y falta lo más necesario para vivir.
Esta murmuración se dirige en primer lugar a Moisés y a Aarón, los conductores del pueblo.
Pero en segundo plano está el propio Dios,
que, por medio de Moisés y de Aarón,
sacó a Su Pueblo de Egipto,
lejos de las ollas de carne de Egipto
en el desierto hostil para la vida.

La murmuración de Israel  se expone hasta el día de hoy en la tradición religiosa como crítica masiva:
Murmurar contra Dios es inconveniente, irrespetuoso y desagradecido.
Pero en una mirada más exacta sobre este caso:
Dios se pone de parte del pueblo y escucha su murmuración:
“Por la noche tendréis carne para comer,
por la mañana tendréis pan para saciaros
y reconoceréis
que Yo soy el Señor, vuestro Dios.”

¡Por tanto, hay una murmuración que es escuchada por Dios!
Esta experiencia ha hallado su reflejo
en la oración de Israel:
Los salmos de lamentación expresan la murmuración del orante.
Pero, al mismo tiempo, llama la atención,
que esta murmuración y lamento, incluso acusaciones, continuamente se corresponden con una confianza fundamental y con el recuerdo
–a veces penoso- de los grandes hechos de Dios,
de los que informa la tradición de Israel.
Esta confianza, que aquí se quiebra,
se corresponde con aquella aceptación del Señor:
“Vosotros reconoceréis que Yo soy el Señor,
vuestro Dios.”

Muy diferente es la situación en tiempos de Josué,
el sucesor de Moisés:
Israel ha conquistado la tierra prometida por Dios
al oeste del Jordán
y Josué ha repartido esta tierra prometida entre las tribus de Israel.
Por tanto, Israel tenía todos los motivos para estar agradecido a Dios porque Dios había cumplido Su promesa y bendecido a Su pueblo.
Pero con frecuencia se presenta en una situación de éxito alegría desbordante y deseo de más.
Por tanto, los israelitas envidiaron a sus vecinos y
p.e. a sus dioses que no impartieron instrucciones tan exigentes como el Dios de Israel.

Como reacción a esta situación Josué exige una clara decisión de las personas:
O por el Dios de vuestros de padres o por los dioses de los paganos.
Y él añade sin rodeos.
“¡Pero yo y mi casa queremos servir al Señor!”,
por tanto al Dios de Israel.

El pueblo sigue espontáneamente el ejemplo de Josué, es decir, con la referencia de las buenas experiencias, que Israel ha tenido en el pasado con Su Dios:
* Él ha sacado a Israel de la esclavitud de Egipto.
* Él ha hecho ante la vista de todos “grandes milagros”.
* Él ha acompañado y protegido a Su pueblo por el camino de la libertad.
Por tanto: ¡También nosotros queremos servir al Señor!
“¡Pues Él es nuestro Dios!”

Pero esto ¿cómo se cita en la murmuración de los discípulos de Jesús?
La mayor parte de nosotros logramos también absolutamente comprensión para esta murmuración.
“¡Lo que él dice es insoportable. Quién puede escuchar esto?”
Quizás muchos de nosotros decimos hoy:
“¡esto no se lo puede creer ninguna persona sensata!”

Pero Jesús naturalmente no puede hablar de otra forma más que con palabras humanas,
lo que finalmente se escapa a nuestra capacidad lingüística.
El largo capítulo sexto del Evangelio de Juan se acerca de forma prudente y continuamente nueva
al misterio de la Eucaristía.
Y, sin embargo, finalmente continúa como misterio
-no sólo para los discípulos-.
Hasta el día de hoy se nos anuncia el mensaje de Jesús con palabras humanas;
y además por humanos,
que tienen su personal interpretación,
mejor aún: transmiten su falta de interpretación.

Pero se puede y se tiene que decir SÍ a la fe, aunque el misterio permanezca.
La forma de llegar a esto nos lo muestra el padre del joven epiléptico del Evangelio:
“Señor, yo creo. ¡Ayuda mi increencia!”

Naturalmente no se puede tratar de tragar todo sin crítica,
lo que los seres humanos –aunque quieran ser de buena voluntad, y quieran vestir aún un alto cargo en la Iglesia, como anunciar la A y la O del mensaje de Jesús.
Natural y continuamente se trata de no anunciar
el mensaje de Jesús con fórmulas de cortesía de ayer, sino en el lenguaje de las personas de hoy.
Pero nuestro anuncio sólo puede ser creíble,
si está detrás una fe viva; “¡Señor, yo creo!”.

Y aunque hoy seamos conscientes
de que ninguno de nosotros tiene
la única comprensión justa de la fe,
nosotros más bien confesamos y tenemos que pedir con el padre del joven enfermo:
“¡Señor, ayuda mi increencia!”

En los años setenta sumamente críticos,
se impregnó la Iglesia de una idea,
que, desde entonces, a mí personalmente me parece muy ayudadora:
“Solidaridad crítica”.

Solidaridad crítica es sobre todo cuestión
si se trata de las estructuras de la Iglesia
y del poder y de los abusos del poder.
Una perceptible “murmuración” aquí es no sólo comprensible, sino oportuna y también necesaria.
Pero esta “murmuración” tiene que ser llevada desde una fe vivida en esperanza confiada y sobre todo en amor.
Finalmente es válida la palabra de Pedro
también de la Iglesia de Jesucristo
(Iglesia  - bien entendido no en sentido confesional sino en un amplio sentido referido a Jesucristo):
“Señor, ¿a quién podemos ir?
¡(Sólo) Tú tienes palabras de vida eterna!”

Amén.
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