Homilía para el Domingo Duodécimo
del ciclo litúrgico (B)
20 Junio 2021
Lectura: Job 38, 1.8-11
Evangelio: Mc 4,35-41
Autor: P. Heribert Graab, S.J.
Ciertamente es grande la tentación de aplicar
inmediatamente este Evangelio de la tempestad
en el lago y sin embargo del Jesús durmiente a la situación concreta de la Iglesia en Colonia.
Sobre esto ya se ha dicho mucho
que muchos, muchos católicos se han desahogado;
y los visitadores eclesiales actualmente se han cuidado con su consecuente silencio para conseguir un poco de sosiego.
Para saber si este sosiego permanece antes del estallido de la próxima tempestad hay que aguardar.
Esto dependerá de la reacción del Papa,
que ahora está en curso.

Podríamos tomar esta situación y el Evangelio de hoy como ocasión para reflexionar sobre esto,
sobre cómo reaccionamos en general ante tal tormenta en la Iglesia, en el mundo y también en nuestra vida personal.

Como una tormenta amenazadora se arrastró y se arrastra aún esta pandemia del Covid sobre nosotros y sobre todo el mundo.
Esta pandemia causa estragos sobre todo en las regiones menos desarrolladas:
Tenemos muchas posibilidades de estar preparados ante una amenaza así.
Según un viejo lema de las relaciones interhumanas
“la camisa está más cerca de nosotros que la falda”
dejamos a los “pobres” en primer lugar a su suerte
y así se producen cientos de miles de muertes:
¿Qué significa en un contexto así nuestro discurso cristiano sobre “el prójimo lejano”
o incluso sobre nuestros hermanos y hermanas de la India?
¿Qué significa el énfasis secular sobre la dignidad del ser humano y los derechos humanos?

Ya hace muchos años irrumpìeron sobre nosotros “riadas de refugiados”, en nuestra opinión una marea catastrófica,
contra la que nuestros políticos querían construir de la forma más rápida y más elevada posible vallas y muros de protección.
Pero la “política de refugiados” sería en gran parte superflua,
si nos preocupásemos finalmente de forma efectiva de la política de paz, de la política de alimentación mundial y de la política climatológica.
¡Pero naturalmente nosotros no estamos sentados en el Mediterráneo en los botes de refugiados no aptos para el mar y terriblemente llenos!
¡Pero Jesús se sienta en cada bote, en el que las personas perecen!
Entonces en la tormenta en el lago las fuerzas desencadenadas de la naturaleza Le obedecieron;
pero hoy hay que actuar con las fuerzas desencadenadas de los intereses egoístas,
en los que nosotros mismos estamos implicados.
Nuestras oraciones son, en consecuencia, poco convincentes e ineficaces.
¡Un milagro de la naturaleza es un juego de niños
comparado con la tarea de
realizar un milagro contra el egoísmo humano!

Contemplemos aún en un momento de silencio
¡las tormentas y tempestades que continuamente
nos amenazan también en nuestra vida totalmente privada!
Pueden ser crisis de relación, crisis profesionales o también crisis de salud.
Y finalmente está nuestra propia vida
como también la vida de nuestros seres queridos
constantemente bajo la amenaza de la muerte.
¿Cómo tratamos con todas estas crisis y amenazas?

Silencio

Con demasiada frecuencia reaccionamos como los discípulos en la tempestad en el lago:
“¿Dios, no te preocupa que estemos a punto de perecer?”
“¿Dios, cómo puedes permitir todo el mal que pasa?”
“Dios, despierta por fin y entra en acción
como Jesús entonces puso fin a la tempestad.”

Pero olvidamos lo que Jesús les dijo a los discípulos:
“¿Por qué tenéis este miedo? “¿Aún no tenéis fe?”
Naturalmente se llama “fe”:
A confiar en Dios, en Su cercanía y en Su ayuda-
y con una fe ¡“que puede mover montañas”!
Pero en el sentido de Jesús también es “fe”
una palabra de actividad:
Con la confianza en la ayuda de Dios ¡poner la mano en fuego!
Ignacio de Loyola lo expresa así:
“Ora, como si todo dependiese de Dios.
Actúa como si todo dependiese de ti.”

Por eso el propio Jesús se retiraba continuamente para orar, pero, al mismo tiempo, Él abría la boca donde era necesario y ponía la mano donde era posible.
De este Jesús podemos y debemos aprender:
Abrir la boca críticamente, donde tenemos posibilidad de ejercer influjo políticamente.
En el coloquio personal aconsejar y consolar
es, en muchos casos, una forma indispensable
de amor al prójimo.
Además todos nosotros tenemos claramente más posibilidades con manos y pies del amor vivido
que las que normalmente suponemos.
Descubramos con los ojos de Jesús
todo lo que podemos hacer prácticamente
con confianza en la ayuda de Dios,
si se trata de ponerse en contra de tempestades y tormentas,
tempestades y tormentas, que nos amenazan a nosotros mismos;
pero también tempestades y tormentas que amenazan a otros.

Amén
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