Homilía para el Domingo Undécimo
del ciclo litúrgico (B)
13 Junio 2021
Lectura: Ez 17,22-24
Evangelio: Mc 4,26-34
Autor: P. Heribert Graab, S.J.
En el Evangelio se trata del núcleo del alegre mensaje de Jesucristo,
de la promesa del Reino de Dios venidero.
Se trata del Nuevo Mundo de Dios, de la plenitud de Su Creación,
de nuestro futuro que aventaja con mucho todas nuestras expectativas y esperanzas:
¡Alegraos por ello!

Las dos parábolas del Reino de Dios,
que nos relata Jesús hoy en Su Evangelio,
expresan:
¡La plenitud de nuestro futuro,
la plenitud del futuro de este mundo en general,
es sencilla y simplemente
un regalo de Dios a nosotros y a Su Creación en su totalidad!
El Reino de Dios crece entre nosotros sin nuestra intervención.
Crece “por sí mismo”,
como la cosecha en los campos crece por sí misma.
El agricultor ha contribuido a las condiciones previas para que la cosecha pueda crecer;
pero después él puede echarse con toda tranquilidad a dormir:
Lo decisivo lo hace “la naturaleza”,
más exactamente: el Dios Creador,
que ha puesto esta fuerza del crecimiento en la naturaleza.

Así debemos y podemos también nosotros en este mundo, concretamente en nuestro ámbito,
crear el mayor número posible de condiciones previas para que el Reino de Dios pueda crecer.
¡Que crezca verdaderamente, es y permanece como regalo de Dios!
Se puede confiar en esta promesa de Jesús
tanto como estamos también acostumbrados
a confiar sobre todo en nuestro propio “rendimiento”.

Por desgracia ahora “la Iglesia”
- sobre todo en vista de sus funcionarios-
continuamente se equipara a sí misma con el Reino de Dios:
una grave consecuencia de esta autovaloración,
que se desenmascara actualmente como tal
en todos los escándalos morales de todo el mundo
y esto hasta en el núcleo más íntimo
y en los estamentos más altos de la Iglesia.
El teólogo francés Alfred Loisy en 1902
ha acuñado la frase:
“Jesús anunció el Reino de Dios y lo que vino fue la Iglesia…”

A esta Iglesia y a nosotros mismos
presenta la Lectura de Ezequiel de este domingo
una clara respuesta a toda auto supervaloración:

También el mensaje profético de Dios
se sirve de una parábola de la naturaleza.´
Pero se trata de una crítica (divina)
a las instituciones religioso-políticas concretas del pueblo de Dios, hechas y pervertidas (¡!) por los seres humanos.
En el año 587 a. de C. Jerusalem con el Templo fue destruida.
Una gran parte del pueblo fue deportado a Babilonia.
Ezequiel interpreta esta catástrofe como juicio de Dios.

Un magnífico cedro es el árbol heráldico
del reino davídico.
El reinado davídico en primer lugar, pero con él gran parte del pueblo rompieron la alianza con Dios.
Olvidaron su origen y su futuro en Dios.
Confiaron sólo en sí mismos
y en su propio poder y en su gloria.´
Como signo de su camino erróneo y autodestructivo
muere el orgulloso cedro.

Pero el mensaje de Ezequiel no es sólo un mensaje de juicio,
es más bien y sobre todo un mensaje de consuelo y de salvación.
Dios se manifiesta como un Dios misericordioso y salvador, extirpando “una tierna rama de la alta cima del cedro” y “plantándola en la alta montaña de Israel” (el Sión).
“Allí brotan ramas, da fruto
y se convierte en un magnífico cedro.”
El árbol crecerá y florecerá;
Los pueblos pueden reconocer la fuerza y la grandeza de Dios.

Por tanto, el propio Dios interviene en la historia humana de perdición
y renueva a Su pueblo radicalmente.
El exilio babilónico se convierte con el tiempo
en regreso y sanación interior.
Y precisamente el rey pagano de Persia Ciro II
permite finalmente el regreso a Jerusalem.

¿Por qué a nadie se le ocurre la idea de que el propio Dios también hoy podría intervenir en el manifiesto desastre de la Iglesia institucional y provocar una transformación básica?
Seguramente también hoy se podría servir de personas concretas.
Pero podríamos también hoy tener en cuenta,
que Él tal vez tomaría personas a Su servicio,
a las que nosotros nunca tendríamos en cuenta.

Pero en todo caso debiéramos tomar a pecho
las palabras finales de Dios en la Lectura de Ezequiel:
“Entonces todos los árboles reconocerán que Yo soy el Señor.
Yo hago bajo el árbol alto, al bajo lo elevo.
Yo dejo secarse al árbol verde, y florecer al que está seco.
Yo, el Señor, lo he dicho y lo cumplo.”

Amén
www.heribert-graab.de
www.vacarparacon-siderar.es