Homilía para el Domingo Décimo
del ciclo litúrgico (B)
6 Junio 2021
Evangelio (como sigue abreviado): Mc 3,20-25 y 31-35
Autor: P. Heribert Graab, S.J.
En la Iglesia hablamos a menudo de la “Sagrada Familia, sobre todo en el tiempo navideño.
Entonces se nos pone ante la vista la “pequeña familia”:
María, José y el Niño en el pesebre.

El Evangelio de hoy ensancha nuestra mirada sobre la familia de Jesús:
no es sólo la pequeña familia íntima en Navidad.
La familia de Jesús es más bien una familia como todas las demás:
Por tanto es, en primer lugar, una familia grande como era natural  (no sólo entonces) en el Oriente Próximo, y hasta bien entrado el siglo XX también era lo normal entre nosotros.
Esta familia es también en este sentido una familia totalmente “normal”,
y hubo también evidentemente en esta “Sagrada Familia” tensiones considerables y enfrentamientos.

El Evangelio habla hoy de la Madre de Jesús y de sus hermanos.
En otro contexto el Evangelio de Mateo cita a Sus hermanos (o también primos) con los nombres de:
Santiago, José, Simón y Judas.
Y también se habla allí de Sus hermanas. (Mt 13,55-56 u.a.)
Tanto si eran hermanos y hermanas o primos y primas todos pertenecían a la gran familia.

Jesús cae en esta familia como predicador itinerante
y con lo que Él dice y hace, considerablemente fuera de tono, da ocasión para habladurías y burlas entre el vecindario, tanto que una comisión de la familia
se pone en camino para en caso de necesidad traerle a casa incluso por la fuerza y hacerle entrar en razón.
Por tanto, hay un paralelismo con los problemas familiares actuales también entre nosotros.

Silencio

Naturalmente el conflicto familiar se agrava por el hecho de que Jesús con todo lo que dice y hace,
al mismo tiempo también provoca contradicción en las autoridades civiles y religiosas.
¿Qué familia ‘normal’ se resignaría hoy día con una situación así?

Silencio

Ahora ¿cómo trata Jesús con esta situación?
¿Cómo resuelve el conflicto?
Y ¿qué podemos aprender nosotros de Él?

Por tanto, primero aquí hay un enfrentamiento con Su familia.
Su reacción es sumamente breve:
“Él replicó: ¿Quién es mi Madre, y quienes son mis hermanos?
Y Él miró a las personas que, formando un círculo, estaban a Su alrededor, y dijo: aquí están mi Madre y mis hermanos.
Quien cumple la voluntad de Dios,
éste es mi hermano, mi hermana y mi Madre.”

Hoy denominaríamos una respuesta así “apodíctica”.
Aquí no se vislumbra ninguna disposición al diálogo.
Aquí no se halla ningún ruego de comprensión.
Aquí no se hace visible la más mínima disposición al compromiso.
Jesús supone en Sus parientes,
que Su Misión divina es para ellos tan clara como la luz del sol, lo mismo que lo es para él.
En consecuencia aquí no hay peros que valgan.

Una respuesta semejante, huraña y no interrogable
Él había dado ya con doce años a Sus padres,
cuando a lo largo de tres días Le buscaron:
“¡Por qué me buscabais?
¿No sabíais que Yo tengo que preocuparme de las cosas de Mi Padre?”
Ya entonces no Le habían entendido.
Y de Su Madre se dijo:
“Ella guardaba todo lo que había ocurrido en su corazón.”
Probablemente tampoco ahora no tuvo más remedio.
¿Reconocen ustedes en este relato evangélico
pensamientos y estímulos útiles para tratar hoy con los conflictos familiares?

Silencio

Yo pienso que alguna madre (y algún padre)
también hoy sólo pueden callar y esperar,
cuando los hijos muy conscientes de su propia valía
andan por su propio camino y se sustraen a un diálogo con los padres.
“Guardar en el corazón”, esto significa para María seguramente sobre todo:
Tomar en la oración todo lo incomprensible internamente  y llevarlo ante Dios llena de confianza-
con el ruego de mirar con buenos ojos a los hijos
y con el esfuerzo de comprender.

Silencio

El Evangelio habla de una “división”
en nuestras relaciones interpersonales
y también en nuestras familias,
si encuentran el “espíritu” de algunos demonios y también ideologías y sofisticadas esperanzas en el espíritu de Jesús, es decir, el Santo Espíritu de Dios.
¡Esto necesita entonces un sabio discernimiento de los espíritus!

No por casualidad el Papa Francisco nos pone continuamente en el corazón sobre la base del Evangelio, un “discernimiento de los Espíritus”.
Francisco traduce la palabra “discernimiento” con:
“Querer comprender lo que va y lo que no va,
lo que procede de Dios, lo que procede de mí y lo que procede del demonio”.

Pero esto sólo puede ir bien, si en este proceso de discernimiento y decisión se toma tiempo y sosiego para la meditación sobre lo que es importante desde Dios y para la oración.

Silencio

Personalmente estoy convencido:
Lo que en esta relación el Evangelio transmite sobre María, la Madre de Jesús, significa ciertamente:
“Ella guardaba todo lo que había sucedido, en su corazón.”
Yo quisiera para una mejor comprensión complementar esta frase con pocas palabras:
“…y se conmovía orando en su corazón.”

Amén.
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