Homilía para el Sexto Domingo
del ciclo litúrgico B
14 Febrero 2021
 Lectura: Lev 13,1-2.43-46
 Evangelio: Mc 1,40-45
 Autor: P. Heribert Grab S.J.
La lepra es una enfermedad infecciosa peligrosa.
Estuvo muy extendida durante la Edad Media por Europa y sucede también hoy a nivel mundial.
En alemán el nombre original procede probablemente de que las personas infectadas tenían que vivir apartadas,
por tanto fuera de las urbanizaciones humanas.
En Colonia hubo en la calle Aachener, fuera de la ciudad, una leprosería para estos enfermos.
Hoy se halla en ese lugar el cementerio Melaten (de Malad = enfermo).
Sólo en muy raras ocasiones y en un pequeño grupo podían visitar la ciudad.
Pero entonces tenía que ir delante el pregonero y prevenir  contra los enfermos. (Réplica de la muralla del cementerio).

Hoy el corona-virus se ha convertido en todo
el mundo en una amenaza mortal.
Es interesante que recordemos como medio
contra esta amenaza lo que ya en tiempos de Jesús y también en la Edad Media sirvió de ayuda:
guardar distancia, excluir, aislarse.
En Milán, durante la pandemia de peste del siglo XIV, era obligatorio de forma oficial que los enfermos de peste estuvieran encerrados en sus casas.
Comparado esto con lo que sucedió en la primera ola del corona-virus es algo más bien sin importancia, cuando personas ancianas y enfermas en las residencias de ancianos fueron separadas rigurosamente de sus familiares durante mucho tiempo e incluso tuvieron que morir sin despedirse de sus seres queridos.

Los cuidadores profesiones fueron ensalzados hace un año como “héroes” –
ciertamente sin que esto afectase a su sueldo.
En el pasado hubieran sido declarados santos estos “héroes”.
Por ejemplo, el belga Damián de Veuster fue declarado santo, el cual cuidó a enfermos de lepra
en la isla de Molokai, la isla de la cuarentena,
en la que él mismo se contagió y finalmente murió de esta enfermedad.
Hasta hoy es venerado como el “Apóstol de los leprosos”.
San Luis Gonzaga cuidó a los moribundos durante
la epidemia de peste en Roma y él mismo murió con 23 años, después de haberse infectado por su compromiso asistencial.

El Evangelio continuamente hace referencia
a que Jesús curaba a enfermos e incluso leprosos
y si Jesús entiende esta ayuda curativa a los enfermos como un aspecto esencial del mensaje del Reino de Dios, entonces se nos pregunta a nosotros como cristianos:
¿Qué podemos hacer de forma concreta en la situación actual de pandemia y cómo queremos comportarnos de forma análoga en el seguimiento de Jesús?
Probablemente estamos de acuerdo: ¡Aplaudir no es suficiente!
 
Por tanto, preguntémonos:
¿Cómo puede tener éxito ganar a más personas para el cuidado de los enfermos y en suma para el servicio a una vida digna?

El Evangelio de este domingo, por tanto, nos sugiere reflexionar un poco sobre nosotros y nuestras reacciones ante el corona-virus.
Y esta pandemia por su parte me anima además
a reflexionar también sobre la inmediata Cuaresma que está ante nosotros:
La palabra Cuaresma (Tiempo de Ayuno en alemán) conduce desgraciadamente a algo estrecho,
en este sentido significa sobre todo “renuncia”.
Por eso, muchos de nosotros “renunciamos”, por ejemplo, al consumo de golosinas, de alcohol o tabaco y también al consumo de TV.

Ustedes se han preguntado ya alguna vez:
¿A qué se debe renunciar en la Cuaresma "oficial", después de "ayunar" ya durante todo un año y renunciar a consecuencia del Corona a demasiado?
Para esta Cuaresma no lo hemos decidido;
y también a todo lo que concretamente renunciamos (¿tendríamos que renunciar?),
se nos impone desde fuera por medio de instrucciones.
¿Qué puede aportar la Cuaresma en la tradición cristiana?

 ¡En nuestra tradición cristiana
no está la renuncia en el primer plano!
¡Se trata más bien de forma positiva la meta, por la que "ayunamos"!
¡Y en esta meta la Cuaresma se llama Pascua!
Por tanto, se trata sobre todo de la victoria de Jesucristo sobre el poder de la muerte.
Se trata de la nueva vida,
en la Jesucristo nos precedió.
Se trata de vida nueva, pascual y verdadera,
que el Resucitado abre para todos nosotros,
después de que nosotros seres humanos hemos renegado de Dios desde el principio y continuamente, siendo Él la vida por antonomasia;
por tanto, después de que nosotros los seres humanos hemos dado este poder a la muerte en la creación de Dios,
ante el que nosotros hoy día tras día tendríamos que asustarnos,
cuando abrimos el periódico.

Pero en lugar de asustarnos, nos hemos acostumbrado a la muerte y a su poder  en este mundo.
Y ciertamente de esta habituación a la muerte
merece la pena despedirse.
¡Finalmente se trata en Cuaresma de ponerse en camino hacia la Pascua!

Y de esto se trata también en la actual Cuaresma-Covid.
Tenemos que hacerla universal con una pandemia portadora de muerte.
En todas las medidas,
que la política decreta contra el peligro mortal,
puede haber una crítica en privado.
¡Pero todas estas medidas están al servicio de la vida!
Por tanto, quien critica debiera presentar alternativas constructivas de cómo servir aún mejor a la vida,
para poder superar de forma aún más efectiva
el peligro mortal.
Y esto naturalmente debiera suceder de un modo que se legitime democráticamente
y la dignidad de cada persona sea justa.

El sentido de la Cuaresma, que comienza en esta semana del miércoles de ceniza,
podría, por tanto, consistir en hacer fecunda para nosotros la Cuaresma del Corona.
Esto podría comenzar con una reflexión sobre cómo
este tiempo actúa de forma positiva probablemente sobre nosotros mismos:
por ejemplo, una “des-aceleración” que mitiga a los que con tanta frecuencia se quejan del estrés
o también una nueva experiencia del valor de las relaciones familiares,
y el conocimiento de que estímulo tenemos en un círculo tan pequeño..

Además la pregunta:
¡Cuánto tiempo despilfarro en tiempos “normales” para lo irrelevante?
Y cuanto tiempo podría ganar en el futuro
para encuentros “sanadores” con enfermos
y con personas que se alegrarían por alguien,
que sencillamente las escuchase.


Amén.
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