Homilía para el Quinto Domingo
del ciclo litúrgico B
7 Febrero 2021
 Evangelio: Mc 1,29-39
 Autor: P. Heribert Grab S.J.
Esta semana hemos celebrado la fiesta de san Blasius, Obispo.
No sabemos casi nada sobre este Obispo mártir,
que vivió alrededor del año 300 d. de Cristo.
Pero una leyenda le ha hecho uno de los santos más conocido y uno de los catorce auxiliadores.
Esta leyenda cuenta que curó a un niño y le preservó de la muerte en una situación, que parecía sin salida.
En esta leyenda se basa la popular bendición de Blasius, cuya petición reza así:
“Que el Dios Todopoderoso te regale salud y salvación;
que Él proteja tu vida por la intercesión de San Blasius.”

La fiesta de este santo se considera en la Iglesia oficialmente sólo como un “un aniversario no indicado”, pero al menos en Colonia es muy valorada por los creyentes la Bendición de Blasius
por así decirlo, como un octavo sacramento.
Por ello, ¡los habitantes de Colonia católicos están totalmente en la línea de Jesús y de Su Evangelio!

Ya al comienzo de Su actuación pública Jesús llama a las personas a Su seguimiento y las envía con las palabras:
“¡Id y anunciad: El Reino de Dios está cerca.
Curad enfermos, resucitad a los muertos, limpiad a los leprosos y expulsad demonios!” (Mc 10, 7 ss).
Para Jesús la curación de los enfermos y el anuncio del Reino de Dios formaban una unidad indisoluble.
En consecuencia, el Evangelio de Marcos cuenta al principio como Jesús enseñaba con autoridad en la sinagoga de Cafarnaúm y, al mismo tiempo, curaba a una persona “que estaba poseído por un espíritu impuro (Ev del último domingo).
Y después siguen inmediatamente innumerables relatos de curación:
Comienza con la suegra de Pedro, enferma con fiebre, y continúa:
“Por la tarde, a la puesta del sol,
llevaban a Jesús muchos enfermos y posesos.
Toda la ciudad estaba reunida delante de la puerta de la casa y Él curaba a muchos, que padecían posibles enfermedades y arrojaba muchos demonios.”

Por medio de todas estas curaciones, Jesús anuncia simultáneamente una amplia “salvación” en el Reino de Dios que ya despunta.
“Si yo expulso demonios por el Espíritu de Dios”. dice Él,
“entonces el Reino de Dios ya ha venido a vosotros” (Mt 12,28).
Las palabras de salvación y curación tienen la misma raíz en alemán no por casualidad:
“Salvación” hay que entenderla de forma integral y significa salud de cuerpo y alma.
“Salvación” significa además también perdón y especialmente redención.
El verbo “curar” significa en nuestro lenguaje en primer lugar “sanar”, pero también “llegar a estar sano".

Esta comprensión global de salvación y curar
la tenía ya entre nosotros santa Hildegarda von Bingen, alrededor del año 1000.
Hoy esta comprensión global se ha llevado a cabo bajo muchas consideraciones también en la medicina convencional moderna,
cuando se habla, por ejemplo, de enfermedades psico-somáticas y se dice que una herida del alma origina con frecuencia un malestar corporal  o incluso una enfermedad y viceversa.

Jesús entiende Su propia misión aún de forma más amplia, refiriéndose a la misión de Isaías para él:
“Dios me ha enviado,
para que lleve a los pobres un alegre mensaje
y cure a todos, cuyo corazón esté roto,
para que anuncie a los presos su excarcelación
y a los encadenados su liberación,
para que anuncie un año de gracia del Señor…
y consuele a todos los afligidos.”
( Is 61,1-2>Lc 4,18s)

La misión de Jesús, anunciar el Reino de Dios y curar enfermos, abarca por tanto, no sólo a la persona total como individuo,
sino que además tiene una dimensión caritativa, social e incluso política:
Con la vista en el Reino de Dios prometido y que despunta, se trata también de alcanzar la salvación de la comunidad humana en la convivencia familiar, social e incluso internacional.
Se trata de la fuerza curativa
de la misericordia y de la justicia,
de la cercanía personal y de la ayuda,
del amor y de la existencia de unos para otros.

En este sentido amplio, ¡la misión de anunciar el Reino de Dios y de curar a los seres humanos  es también para nosotros!

¿Me comprendo a mí mismo como Cristo, enviado para curar? Por ejemplo a través de la ayuda personal; mediante tiempo para escuchar, para consolar…?

¿Continuamente busco de acuerdo con mis posibilidades personales, algo para contribuir en el proceso de curación de todas las comunidades, en las que vivo?

Cuando y dónde y por quien he experimentado yo mismo la “curación”, no sólo en situaciones de enfermedad corporal y necesidad,
sino también en heridas y necesidades espirituales?

¿Puedo presentar a Dios mis agravios, heridas y lesiones, sencillamente, sin rencor: Él podría curarlas?

¿Estoy preparado para dedicar a mí mismo y a otros el tiempo, que se necesita hasta curar verdaderamente las heridas?

Amén.
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