Homilía para el Tercer Domingo
del ciclo litúrgico B
24 Enero 2021
 Lectura: Jon 3,1-5,10
 Evangelio: Mc 1,14-20
 Autor: P. Heribert Grab S.J.
La historia de la Biblia,
la historia del pueblo de Dios en el Primer Testamento,
la continuación de la historia en el Nuevo Testamento
y finalmente la historia de la Iglesia de Jesucristo
está marcada en partes considerables por una enorme tensión entre imágenes opuestas,  
que los seres humanos se hacen de Dios:
En primer lugar está la imagen del Dios justo y
al mismo tiempo riguroso y castigador;
por otra parte está la imagen del Dios misericordioso y amoroso, que no da a nadie por perdido.

Esta enorme tensión empuja a Jonás,
al que se refiere la Lectura de hoy:
primero le empuja a la huida ante Dios,
y finalmente casi le empuja incluso
a pasar la propia vida huyendo.

La tensión y la protesta de la imagen de Dios,
nos coloca, después de que hemos escuchado el Evangelio, ante la pregunta:
¿Qué imagen de Dios está detrás del mensaje del Dios de Jesús y qué imagen de Dios es determinante para la misión de Jesús,
para ganar a los seres humanos para Dios?

Y naturalmente: ¿Qué imagen de Dios tenemos nosotros mismos?

La historia de Jonás es, por así decirlo, una clave para la comprensión de ambas imágenes de Dios.
La gran ciudad de Nínive se considera en la Biblia
como el prototipo por antonomasia de una ciudad  enemistada con Dios.
Y ciertamente allí envía Dios a Jonás
para amenazar a esta “guarida de pecado” con el juicio de Dios.
Jonás huye del Señor,
embarcándose hacia Tarsis.
¿Por qué huye Jonás?
Porque tiene miedo de que una muchedumbre pudiera lincharle en Nínive, si él la amenazase
con la ira de Dios.
¡Una angustia así se puede comprender!
Pero Jonás teme precisamente la misericordia de Dios:
más tarde dice: he huido a Tarsis porque yo sabía
 “que Tú eres un Dios clemente y misericordioso,
indulgente y rico en benevolencia, que te arrepientes de  tus amenazas”
Jonás disputa con Dios porque Él no aniquila Nínive de forma consecuente”.

La historia de la huida de Jonás ya la conocen ustedes:
la gran tempestad, en la que su barca amenaza con hundirse;
la decisión de la tripulación de arrojarle al mar
para reconciliarse con los ídolos y así calmar la tempestad.
La “ballena” que le engulle y le devuelve a tierra por orden de Dios.
Después Jonás es enviado por segunda vez con la misión de Dios y ahora obedece.

Y esto sucede como si lo hubiera pensado en un sueño:
Esta ciudad de Nínive totalmente pervertida,
todo el pueblo y el Rey regresan y hacen penitencia por sus malas acciones y se convierten de la injusticia, que se pega en sus manos.

Pero lo que pone furioso a Jonás es la reacción de Dios:
Dios se arrepiente de la desgracia con la que había amenazado a Nínive y no ejecuta la amenaza.
Por tanto, Jonás esperaba y deseaba de todo corazón
que Dios en vista de los crímenes que habían sucedido se mostraría como un Dios riguroso
- sin peros que valgan.
Sólo por medio de un duro castigo – así opinaba Jonás podría, restablecerse la  justicia.

Esta imagen de un Dios castigador y sin miramientos, echa por tierra al propio Dios.
superando la gracia ante la justicia,
perdonando y no realizando misericordiosamente
Su menaza.
A fin de cuentas Dios es incluso indulgente
frente a Sus profetas.

¡Cómo es ahora la imagen de Dios de Jesús?
De forma espontánea todos diríamos probablemente:
La imagen del Dios de Jesús es naturalmente
la imagen del Dios bondadoso, misericordioso y que perdona.
Y naturalmente reconocemos en general esta imagen de Dios, en lo que dice de Su Padre,
y, sobre todo, en lo que Él mismo vive:
Continuamente Jesús toma partido por los pobres
y los apartados.
Continuamente Él cura a los enfermos y
libera a las personas de todos los “demonios”,
que las mantienen capturadas.
Pero sobre todo y continuamente Él
perdona pecados y culpas.
De Él se dice:  
“No romperá la caña cascada
ni apagará la mecha que apenas arde
hasta que haga triunfar la justicia.”

¡Ciertamente por la “victoria de la justicia”
entra Jesús sin compromiso!
Cuando se trata de la justicia de Dios
Su discurso es casi de una dureza insoportable:
Esto sucede por ejemplo en la parábola del siervo fiel y del siervo malo.
Se trata del “siervo” (nosotros  diríamos “colaborador”), al que el jefe le ha confiado la responsabilidad sobre la “servidumbre”.
Él piensa: ¡Mi Señor tardará en venir!     
y entonces comienza a dar golpes a sus
fieles servidores,
y a celebrar un festín con borrachos,
cuando su amo llegue, el día que menos lo espera
y a la hora que menos piensa;
el versículo siguiente dice finalmente de forma literal:
“El Señor le castigará con rigor y le tratará como se merecen los hipócritas.
Entonces llorará y le rechinarán los dientes.”  
(Mt 24, 45-51)

Todavía un ejemplo de los muchos de que Jesús habla:
“Así sucederá también al final del mundo:
Llegarán los ángeles  y separarán a los malos de los justos y los arrojarán al horno, en el que arde el fuego.
Allí será el llanto y crujir de dientes.”
Mt 13, 49-59)

En estos textos se apoyará más tarde el discurso eclesiástico de las penas del infierno, que espera a los pecadores en el Juicio final.
En el arte cristiano hay ilustraciones marciales.
¿Cómo se armoniza esto con la imagen del Dios misericordioso y amoroso?

Como con frecuencia en el Evangelio se trata también en el discurso sobre el fuego del infierno y sobre el llanto y el crujir de dientes de un lenguaje plástico, que ciertamente más tarde fue mal usado con frecuencia por una pedagogía que produce miedo.
Pero entretanto muchos teólogos (y yo también) están convencidos de que Jesús habla en imágenes del “infierno” y esto no significa una realidad opuesta,
sino el infierno, que nosotros mismos, los seres humanos, hemos creado,
convirtiendo la Creación de Dios (el mundo)
en “infierno”.
Cuando nos sentimos confrontados con situaciones catastróficas e inhumanas, no hablamos por casualidad de lo que sufren los afectados en
el infierno.

Personas y también nosotros mismos convertimos esta tierra para nosotros y para otros en “infierno”,
por la guerra, por la destrucción de la creación y de la naturaleza, por la explotación, la injusticia y el mal uso del poder:
¡Es para llanto y crujir de dientes!

El propio Dios se encarnó en Jesucristo,
para salvarnos de este “infierno” autorrealizado.
Él libera a la humanidad de su inhumanidad creciente
y nos manifiesta en Su propio ser-humano,
lo que significa,
verdaderamente vivir como un ser humano
según Su imagen y semejanza.
Así se manifiesta Él mismo
como Dios perdonador, misericordioso y amoroso.
Intentemos, por tanto, en todo lo que pensamos, hablamos y hacemos plenificar Su imagen´
del ser humano con vida
y dar manos y pies a Su misericordia ya en esta época y en nuestro propio entorno.

Amén.
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