Homilía para el Domingo Trigésimo Tercero
del ciclo litúrgico B

15 Noviembre 2015
Lectura: Dn 12,1-3
Evangelio: Mc 13.24-32
Autor: P. Heribert Graab S.J.
La Lectura del Libro de Daniel habla de un
“tiempo de necesidad, como no hubo nunca”.
Jesús hace suya esta expresión de gran necesidad
en vista del amenazante final.

Para mí estos textos son hoy de rabiosa actualidad:
La televisión nos confronta con imágenes conmovedoras de los ataques terroristas de la pasada noche en París.
Personas, que abandonan la sala de conciertos o el estadio de fútbol llevan escrito en el rostro la gran necesidad y el temor.
Más de cien víctimas de estos ataques murieron.
Este ‘amenzante final’ se convirtió para ellas en realidad personal.
Como sucede con frecuencia y también en esta ocasión quedan personas traumatizadas y muchos familiares, para los que ayer noche murieron todas sus esperanzas.
¡Qué vacíos y qué huecos suenan dichos tan socorridos como “La vida sigue”!
¡Precisamente la vida no sigue!
A la gran necesidad sigue el gran vacío: terminación. final…

Situaciones semejantes de ‘gran necesidad’ tenían ante la vista los redactores del Libro de Daniel o también del Evangelio de Marcos:
Por una parte se trataba de una gran necesidad
por una persecución radical de los judíos precisamente en Jerusalem llevada a cabo por el rey seleúcida Antioco IV ( 167 a. de C.).
Por otra parte en Marcos ya están en segundo plano las primeras persecuciones de cristianos.

¿En tales experiencias existenciales de ‘gran necesidad’, en las que Dios parece que está
 ausente, puede haber consuelo?
Tanto el libro de Daniel como también el Evangelio de Marcos quieren consolar y comprenderse como ‘libros de la consolación’.
Sobre todo intentan dar una respuesta a cuestiones tan inaplazables como:
¿Qué será de las esperanzas no cumplidas,
de los caminos de la vida interrumpidos?
Aquí ¿dónde está la justicia de Dios?
¿Y la bondad y el amor de Dios?
Verdaderamente ¿termina todo con la muerte?

Por primera vez en la historia del pueblo de Dios
el libro de Daniel anuncia la resurrección individual de los muertos:
Los justos sufrientes,
los decepcionados por su felicidad
son acogidos por Dios en Su presencia amorosa.
El Evangelio, el ‘alegre mensaje’ de Jesucristo,
el Resucitado, da un paso más:
No se trata solo del “resultado propio” de una vida justa.
Por medio de Jesucristo Dios en su ilimitada misericordia hace ‘justos’ a todos los seres humanos,
como mínimo en el sentido de que no se opongan definitivamente a la justicia y al amor de Dios.

Las descripciones bíblicas del tiempo final
no hay que entenderlas como presagio real
de lo que se avecina a este mundo y
a nosotros los seres humanos.
La Biblia del ‘antiguo’ como del ‘nuevo’ Testamento utiliza más imágenes de representaciones judías muy antiguas,
cuyo auténtico mensaje suena así:
Dios es en su grandeza y poder el verdadero Señor
del mundo y de los seres humanos
¡y sólo Él!
A pesar de todas las fuerzas naturales y de todo el mal uso humano del poder,
Él conducirá a todo a la gran plenitud y a una buena meta.
Finalmente también confesamos domingo tras domingo:
“Tuyo es el Reino, el poder y la gloria por los siglos de los siglos.”

Naturalmente este mensaje del poder misericordioso y amoroso de Dios más allá de la muerte es un mensaje consolador.
Pero esperamos en muchas situaciones de sufrimiento personal ánimo y consuelo muy concretamente para esta vida de aquí.
En esta esperanza estamos ciertamente desafiados por nuestra propia fe.
Dios salva a este mundo y nuestra vida de toda maldad, de todo sufrimiento y de la ‘gran necesidad’
no sin nosotros y ni siquiera contra nosotros.
En Su Encarnación, en el mensaje de este Jesús de Nazareth, en Su encuentro con los seres humanos y en Su cariño, Él nos muestra cercanía y amor y además nos ayuda.

Dicho con una fórmula breve:
¡Haced como Dios! ¡Haceos seres humanos!
Mostraos unos a otros aquel cariño y aquella cercanía, que Él mismo ha vivido.
Ofreceos unos a otros aquel amor, que vosotros mismos esperáis,
y con el que sois amados por Dios en todo momento.

Así transformaréis este mundo ya ahora.
Así curaréis a las personas, como Jesús,
en su sufrimiento,
les ofreceréis consuelo en su necesidad
y las colmaréis con nueva esperanza.

Jesús dice:
Si Yo expulso demonios portadores de sufrimiento y de muerte por el dedo de Dios, entonces es que el Reino de Dios está en medio de vosotros.
(cf. Lc 11,20)
Esto también es válido naturalmente allí donde nosotros mismos ‘expulsamos demonios’ en Su seguimiento por medio de nuestras palabras, de nuestra acción y a veces también de nuestra cercanía silenciosa.

La comparación de Jesús con la higuera podemos entenderla también así:
Naturalmente nos alegramos de la primavera,
cuando las ramas están verdes y las primeras yemas brotan.
Es totalmente válido reconocer con ojos despiertos ya delicados indicios del Reino de Dios,
alegrarse con ellos y poder consolar por medio de ellos en medio de la obscuridad de la
‘gran necesidad.

Por tanto, celebramos con Él que vendrá y que en esta celebración ya está presente:
“Señor, anunciamos Tu muerte y alabamos Tu resurrección, hasta que vengas en gloria.”

Amén.