Homilía para el Domingo Trigésimo del ciclo litúrgico B
25 Octubre 2015
Lectura: Jer 31,7-9
Evangelio: Mc 10, 46b-52
Autor: P. Heribert Graab S.J.
La Lectura de hoy es de Jeremías y está en un pasaje destacado del texto restante,
que es denominado en general
“escrito de consolación”
o también “libro de la consolación”.
Este libro de la consolación se dirige sobre todo
a aquellas personas del norte del Reino de Israel,
que en el año 722 a. de C. fueron deportadas
por los asirios.

Este texto consolador puede animarnos
a reflexionar sobre lo que nos consuela a nosotros.
En nuestra vida también hay continuamente
sufrimiento, tristeza y dolor – a veces incluso un dolor, que llega hasta el límite de lo humanamente soportable.
Y continuamente también nos derriban situaciones conmovedoras de este mundo no sólo con rabia
sino también con tristeza y quizás incluso con desesperación.

¿Dónde busco o hallo consuelo
cuando estoy triste, decepcionado, abatido y lleno de dolor?

Silencio

Muchos de nosotros buscamos consuelo en la cercanía y ayuda de personas queridas.
Sus palabras llenas de comprensión, gestos y ternura, mitigan mi dolor, me alimentan y me permiten percibir que no estoy solo ni abandonado.
¿Consigo aquí ayuda y consuelo en la fe?
¿Quizás incluso en momentos, en los que las personas ya no consiguen consolarme?

Silencio

¿Cómo intenta ahora Jeremías
consolar a los desalojados y refugiados de entonces?
Recuerda aquella experiencia primigenia de todo Israel, en la liberación del pueblo de la ‘esclavitud de Egipto’, del hecho liberador de Dios,
que consoló continuamente a los judíos durante milenios en acontecimientos dolorosos,
les dio ánimo y les ofreció esperanza.

Jeremías suscita con el recurso a la historia de Israel con su Dios esperanza para el presente.
Muy psicológicamente presenta una imagen de esperanza:
“Así dice el Señor: Gritad jubilosos y alegres…
hacedlo oír, alabad y decid: El Señor ha salvado a Su pueblo…
Mirad que yo los traigo del país del norte
y los recojo de los confines de la tierra.
Entre ellos el ciego y el cojo,
la embarazada y la parida a una.
Gran asamblea vuelve a acá.
Vienen llorando y yo los acompaño consolándolos…
Porque yo soy el Padre de Israel…”
-¿No podría ser que recordamos muy poco
lo que nos fue regalado,
lo que Dios ha realizado en nuestra historia existencial y en la historia en general?
-¿No podría ser que sólo guardásemos en nuestra memoria las malas experiencias,
pero olvidásemos las buenas y consoladoras,
así como los periódicos sólo ponen en los titulares las malas noticias, pero para las buenas sólo dejan un par de líneas en la cuarta página?

Silencio

En la Biblia hallamos muchos textos consoladores –
p.e. en los Salmos.
A menudo –y lo fueron aún más a menudo- leídos y orados versículos de Salmos en el lecho de un moribundo.
Dan tanto al moribundo como a sus familiares
consuelo y ánimo, apoyo y fuerza. (z. B. Salmo 27)

Pablo habla del “Dios de todo consuelo” (2 Cor 1,3).
El propio Dios aparece aquí como aquel que da fuerza para sufrir los padecimientos (especialmente la persecución por causa de la fe).

Se dice: “Tú no puedes caer más profundamente que en las manos de Dios”.
La idea de que la mano de Dios ofrece protección
es corriente en la Biblia.
Por ejemplo desde David es transmitido el texto:
“Yo tengo gran temor.
Queremos con gusto caer en las manos del Señor,
porque grande es Su misericordia;
pero no quisiera caer en las manos de los seres humanos.”
Conocidísima es la expresión de Jesús en la Cruz:
“Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu”
(Lc 23,46; Salmo 31,6).

Silencio

Contemplemos todavía un poco el Evangelio:
Jesús abandona Jericó de camino hacia Jerusalem.
Sabe lo que allí le espera.
Pero en el presentimiento de Su Pasión
cura al ciego Bartimeo,
pone un signo de salvación,
un signo de esperanza y confianza.
Pienso que esta curación de la ceguera es una doble invitación para nosotros:

Por una parte esta curación nos invita
a dejar curar nuestros propios ojos,
para que no sólo veamos las partes obscuras de la vida, sino a que también en la obscuridad descubramos la nueva luz resplandeciente.
Por otra parte, también nos invita a esperar no sólo consuelo y ánimo de los demás,
sino también a ofrecer por nuestra parte consuelo y ánimo.

Amén.