Homilía para el Domingo Vigésimo Octavo
del ciclo litúrgico B

11 Octubre 2015
Lectura: Sab 7, 7-11
Evangelio: Mc 10,37-30
Autor: P. Heribert Graab S.J.
La predicación y la vida del Papa Francisco
marcan un término más amplio que el de la ‘misericordia:
El término de la ‘pobreza’.
Hace poco señalaba lo importante que era para él la pobreza vivida:
Ante el Congreso americano se presentó de nuevo con
un pequeño Fiat mientras grandes y lujosas limusinas le precedían y le seguían.

También con estos gestos nos recuerda continuamente el mensaje de Jesús:
“Benditos, vosotros pobres, porque os pertenece el Reino de los Cielos.” (Lc 6.20)
El reverso de esta bienaventuranza es naturalmente la crítica
a un modo de economía y de vida,
que se orienta sobre todo a la ‘ganancia’.

Ciertamente de esta cuestión sobre la pobreza y la riqueza
se trata también en la Lectura y en el Evangelio del domingo actual.
Ya hace catorce días escuchábamos en la Lectura
con cuanto rigor juzga Santiago la riqueza:
“Vuestra riqueza está podrida
y vuestros vestidos son pasto de la polilla.
Vuestro oro y vuestra plata están oxidados;
y este óxido será un testimonio contra vosotros
y corroerá vuestras carnes como fuego.” (Sant 5,2-3)

La espantosa radicalidad de Santiago
es relativizada hoy en la Lectura del libro de la Sabiduría;
la sabiduría se funda finalmente en el Espíritu Santo de Dios
y en Su corazón amoroso.
De este modo el don de la sabiduría tiene una fuerza resplandeciente y un valor que ensombrece todo lo demás:
ninguna piedra preciosa se puede igualar a ella;
todo el oro parece un poco de arena a su lado;
la plata, frente a ella, tiene el valor del barro.
La sabiduría divina regala riquezas de forma totalmente diferente,
al lado de las cuales la posesión terrenal está completamente descolorida.

La amorosa invitación del ‘joven rico’ al seguimiento de Jesús
procede de esta sabiduría divina,
que promete ‘tesoros que permanecen’ y una verdadera vida plena.
Pero el ‘mucho poseer’
cierra el camino hacia una vida verdaderamente plena.
Esta riqueza terrenal embarga total y finalmente a una persona.
No deja ningún espacio para lo esencial, para aquel tesoro que permanece.

De ahí, el consejo de Jesús:
“¡Anda y vende lo que tienes
y da el dinero a los pobres!”
En la boca de Jesús suena este consejo
de forma muy natural y prometiendo felicidad.
Pero al joven no le suena así
para saltar sobre su propia sombra.

Jesús así pone fin al diálogo con sus discípulos:
“¡Qué difícil es que un rico entre en el Reino de los Cielos!
Entra más fácilmente un camello por el ojo de una aguja.”
Se percibe en las palabras de Jesús tristeza
por el poder acaparador de las posesiones terrenales,
que tampoco suelta este hombre francamente simpático.

Ya la consternación personal de Jesús señala,
lo central que es para él esta cuestión de la riqueza y la pobreza.
Continuamente Sus pensamientos giran en torno a este tema
¡que precisamente no es un tema secundario del Evangelio!

Un par de ejemplos:
+ “Nadie puede servir a dos señores…
Vosotros no podéis servir a Dios y al dinero.” (Lc 16,13)
+ “Vended vuestras posesiones y dad limosna a los pobres.
Haceos monederos que no se rompan.
Conseguid un tesoro que esté seguro de robos y de polillas.
Porque donde esté vuestro tesoro allí estará vuestro corazón.” (Lc 12,33 y ss.)

+ El relato ejemplar de Jesús
del hombre rico y del pobre Lázaro…(Lc 16,19 ss)

+ La parábola de Jesús de los que fueron invitados
a un convite festivo:
el campo comprado y el ganado son más importantes para ellos.
Y finalmente los pobres ocupan los sitios de ellos. (Lc 14,15 ss)

+ O como último ejemplo la palabra de Jesús que se lamenta
de que la semilla de la Palabra de Dios cae continuamente en las espinas de las preocupaciones, de la riqueza y de los placeres de este mundo…(cf. Mt 13,3-23)

¡Aunque todavía se pueden hallar muchos ejemplos de esta clase,
Jesús no condena en absoluto los bienes de este mundo!
Más bien se trata de las prioridades correctas:
En primer lugar se trata del Reino de Dios.
Sólo en él está la realización de la vida humana.
Sólo el Reino de Dios ofrece “tesoros que perduran”.

Para Jesús en segundo lugar se hallan los pobres.
A ellos, que en este mundo salen perdiendo, va dirigido todo Su amor.
En este sentido están libres de las cadenas de la riqueza,
también están más abiertos al mensaje del Reino de Dios de Jesús.

En la lista de prioridades de Jesús se ha de subordinar todo lo demás a estas prioridades preferentes.
Y en este ‘orden justo’ tienen también en los bienes temporales su propio valor.
Por tanto, cuidados en primer lugar del Reino de Dios
y después, naturalmente de todo lo demás, de lo que es necesario para la vida.
Después finalmente debéis confiar en que vuestro Padre celestial sabe, lo que necesitáis para vivir. (cf. Mt 6,25-34)
En el Evangelio de hoy Jesús dice a Sus discípulos incluso:
¡Finalmente recibiréis el céntuplo!

Por regla general no somos ni ricos ni pobres.
Nuestro problema es que estamos en el medio
y con ello estamos en peligro
de mirar a los pobres por debajo del hombro,
de admirar a los ricos y congraciarse con ellos.
Como mínimo quisiéramos estar un poco en silencio como ellos.

Miramos “hacia arriba” y nos orientamos hacia los de “aquí arriba”.
A esto ya nos han enseñado nuestros padres, cuando aún estábamos en la escuela.
Debíamos tratarnos con los mejores alumnos,
pero también un poco con los “mejores”, en el sentido de la gente mejor situada.
Una actitud así conduce rápidamente
a ‘jorobas hacia arriba’ y a ‘andar hacia abajo’.
Así se genera un ‘orden de picoteo’ como en el ‘corral de gallinas’.

Pero como cristianos debiéramos:
  • Tomar partido –como Jesús;
  • Ser solidarios – como Jesús,
  • Compartir – como Jesús;
  • Dejarnos llevar a una nueva vida – con Jesús;
  • Tomar parte en todo estilo de vida alternativo – como Jesús lo cultivaba.
Sólo así podemos crecer internamente en la “familia de Dios” –
por tanto, en aquella familia:
  • que Jesús promete a Sus discípulos en el Evangelio;
  • que los primeros cristianos hallaron en sus comunidades;
  •  en la que se compartía y en la que todos tenían todo en común.
Sólo así podemos crecer internamente en aquella familia,
  • en la que todos son hermanas y hermanos, madres e hijos (bien entendido: ¡no padres en el sentido patriarcal!);
  • por tanto en la que todos –material y humanamente- pueden hallar el céntuplo por aquello a lo que los seres humanos renuncian, cuando siguen a Jesús verdaderamente.
Amén