Homilía para el Domingo Vigésimo Cuarto
del ciclo litúrgico B

13 Septiembre 2015
Lectura: Is 50, 5-9a
Evangelio: Mt 8,27-35
Autor: P. Heribert Graab S.J.
¿Cuántos compromisos contraemos?
Y ¿cuántos de ellos son malos?

Hoy me parece que esta es la cuestión clave para comprender el texto de la Escritura.

En la tradición espiritual de nuestra Iglesia
hay de vez en cuando algo así como una forma romántica de entender la Cruz,
como si Jesús hubiese abrazado la Cruz amorosamente.
No comparto esta forma de espiritualidad de la Cruz ¡de ninguna manera!
¡Jesús ama al Padre!
Y ¡Él ama a los seres humanos!
Él está convencido de Su misión,
que es anunciar el Reino de Dios,
por tanto, la plenitud de la Creación de Dios,
en un mundo que, en último término, está marcado
por el amor, la paz y la justicia.

Él está comprometido con esta misión sin condiciones.
* Por amor a esta visión
“ofrecí la espalda a los que me golpeaban,
mis mejillas a los que mesaban mi barba.”
* Por amor a esta visión, él no retrocede
y “por eso endurecí mi rostro como el pedernal”.
* Por amor a esta visión reprende a Pedro,
que ciertamente está entusiasmado por el mensaje de Jesús,
pero que no se somete a las consecuencias
y también está dispuesto a compromisos con los opositores.
Las palabras de Jesús a Pedro suenan con dureza:
“¡Ponte detrás de Mí, Satanás!
Porque tus pensamientos no son los de Dios,
sino los de los hombres.”

Posiblemente Jesús no elige estas duras palabras para herir a Pedro, sino sobre todo para sí mismo, para “hacer Su rostro internamente duro como un pedernal”, y armarse contra la tentación de compromisos malos.
Él mismo es un ser humano en todo (como nosotros)
y en absoluto libre de tentaciones,
de las que el Evangelio hace relatos,
precisamente se trata del núcleo de Su misión
para un anuncio del Reino de Dios consecuentemente vivido
o – a la vista del ‘tentador’: se trata de ‘compromisos’,
finalmente de una ‘traición’ para la misión.
Jesús se encuentra con estas tentaciones lo mismo
que Él se encuentra con los reproches de Pedro:
“¡Ponte detrás de Mí, Satanás!” (Mt 4,10)

Sin embargo, seguramente Jesús querría ganar también a Pedro
y, en general, a Sus discípulas y discípulos para un seguimiento consecuente y porque el mensaje del Reino de Dios no tolera compromisos.
Para quien la propia vida es más importante que esta visión,
éste renuncia a todo lo que verdaderamente da vida a nuestra existencia:
“El que quiera salvar su vida, la perderá;
pero el que quiera perder su vida por Mi causa y
por el Evangelio, la salvará.”
Una vida humanamente plena y digna se corresponde
con el Reino de Dios prometido y venidero.
Quien cancela el Reino de Dios,
a la postre cancela su propia vida.

Por tanto otra vez la cuestión clave-
y en cuanto a nuestra misión como cristianos
en el seguimiento de Cristo.
¿Hasta qué punto vivo mi existencia orientada hacia el Reino de Dios venidero?
¿Cuántos compromisos asumo?
Y de ellos ¿cuántos son malos?

Hagámonos esta pregunta muy actual:
¿Hasta qué punto es conforme mi propio pensamiento y acción en la cuestión de los refugiados con el mensaje nuclear de Jesús con referencia al Reino de Dios?
Ya en el Antiguo Testamento se trata del reino de Dios,
cuando se dice:
“Al extranjero que reside junto a vosotros,
le miraréis como a uno de vuestro pueblo
y lo amarás como a ti mismo. (Lv 19,34).
Jesús hace uso de esta exigencia, p.e. en Su Sermón de la Montaña, cuando dice:
“Bienaventurados los misericordiosos, pues ellos alcanzarán misericordia.” (Mt 5,7)
O: “Brille vuestra luz delante de los hombres,
para que vean vuestras buenas obras
y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos.” (Mt 5,16)
Jesús va claramente más allá de las leyes de Dios del Sinaí:
Tú no debes amar sólo a tu prójimo; más bien:
“Amad (incluso) a vuestros enemigos
y orad por los que os persiguen.” (Mt 5,44)
Por tanto más aún:
“¡Amad a los extranjeros que vengan a vosotros por necesidad!
No os han hecho nada malo.

En otra ocasión Jesús habla de la hospitalidad:
“Cuando al mediodía o por la noche des una comida,
no invites a tus amigos o a tus hermanos,
a tus parientes o a tus vecinos ricos;
sino también ellos te invitan
y así te corresponden.
No, cuando tú des una comida,
Invita a los pobres, tullidos, paralíticos y ciegos.
Serás bienaventurado porque ellos no te pueden corresponder;
serás correspondido en la Resurrección de los justos.”

Y en Su discurso sobre la justicia, Jesús se identifica a sí mismo con los extranjeros y dice a los justos:
“Yo era extranjero y sin techo
y me habéis acogido.” (Mt 25,35)

Concretamente:
¿Qué pienso sobre los refugiados,
que ahora afluyen aquí en busca de seguridad?
¿Qué digo y cómo hablo en mi pequeño círculo sobre la situación actual?
Y ¿qué hago yo mismo para darles la bienvenida?
¿Me quedo contento con un par de euros como donativo?
O ¿con un par de vestidos usados?
¿Qué ‘compromiso’ o que ‘mal compromiso’ se halla en lo que hago?
En todo caso yo mismo no me siento muy, muy bien en mi pellejo con estas preguntas.
Y este no sentirse bien va en aumento cuando una mujer me cuenta:
Nuestro párroco ha desalojado su casa parroquial para los refugiados y vive ahora provisionalmente en dos habitaciones.

O nos hacemos la pregunta según los compromisos en nuestra vida como cristianos, dirigiendo una mirada a nuestra convivencia diaria en familia o en la Orden religiosa:
¿Cómo vivimos y experimentamos aquí el ‘Reino de Dios’?
Por ejemplo ¿damos nosotros el primer paso para la reconciliación, incluso estando claro que ‘el otro’ es el culpable en la momentánea desavenencia?
¿Nos preocupamos verdaderamente por una convivencia amorosa o por una cordial vecindad,
aunque el otro no sea ciertamente ‘mi tipo?
¿Dejamos que nuestra vida en común esté determinada por la simpatía o la antipatía?
Y ¿cuántos compromisos o también malos compromisos hallamos en todo esto?

Tendríamos en la próxima semana cantidad de materia
para reflexionar y para ‘cambiar de pensamiento’
si en todos los ámbitos de nuestra vida
fueran examinados desde el Evangelio compromisos y
malos compromisos.

Amén