Homilía para el Vigésimo Domingo del ciclo litúrgico B
16 Agosto 2.015
Lectura: Sab 9,1-16
Evangelio: Jn 6,51-58
Autor: P. Heribert Graab S.J.
La fe de la Iglesia y su comprensión de la Sagrada Escritura
se articula no sólo en las confesiones de fe
o en las formulaciones del magisterio eclesial.
Según la antigua tradición teológica
también es la liturgia oficial de la Iglesia una fuente importante
para una exposición exacta de la fe.

Después del Concilio Vaticano II, la Iglesia ha configurado
de nuevo la ordenación de las Lecturas de la liturgia
y además que la Lectura del Antiguo Testamento, en cuanto al contenido,
está en referencia al Evangelio.
Así se interpretan mutuamente el Evangelio y la Lectura veterotestamentaria.
Y esto ciertamente nos proporciona hoy sugerencias inesperadas y muy ayudadoras para nuestra comprensión de la Eucaristía
y para una praxis pastoral en la admisión a la Eucaristía.

Con este fin, reflexionemos en primer lugar sobre la Lectura:
La sabiduría divina invita de forma manifiestamente liberal
a una comida festiva.
No hay restricciones de acceso,
todos son bienvenidos cordialmente,
todos los que se quieran dejar obsequiar y convidar.
Los ignorantes son expresamente invitados.
¡También puede venir el que sea inexperto!
E incluso los ‘locos’ son vistos con gusto,
pues ciertamente necesitan la sabiduría como el pan nuestro de cada día.

La propia Sabiduría, por así decirlo, pone la mesa con deliciosos manjares y vinos excelentes.
Quien siga su invitación
consigue la participación en la Sabiduría de Dios
y se desplaza por el camino del discernimiento. 

La amplia invitación de la Sabiduría divina en la Lectura
corresponde en el Evangelio a la invitación de Jesús a Su Cena,
una invitación a cenar, en la que Él mismo se pone en la mesa:
“Yo soy el Pan de Vida,
que ha bajado del cielo.
Quien coma de este Pan, tendrá la Vida eterna.
El Pan, que Yo daré
es mi carne; Yo la entrego para la vida del mundo…
Quien coma de este Pan, vivirá eternamente.”

Del mismo modo la invitación de la Sabiduría divina prometió la Vida:
“Venid y comed de mi comida…
entonces permanecéis en la Vida.”
Como podría ser también de forma diferente:
finalmente es tanto en la Lectura como en el Evangelio
Dios mismo, el Dios de la Vida por antonomasia el que invita.
A la “Sophia”, la Sabiduría de Dios en el Antiguo Testamento
corresponde en el Nuevo Testamento el ‘Logos’ de Dios-
Su Palabra con la que Él lo creó todo,
Su mensaje significa la salvación y la Vida,
Su Sabiduría nos hace respirar y nos da sentido.

Por tanto, bajo muchas consideraciones estos dos textos
de la Lectura y del Evangelio de hoy se emparejan:
Así se une también la amplitud abarcante de la invitación a la comida.
En la Iglesia ¿no tenemos que reflexionar continuamente de nuevo sobre nuestra praxis de invitación a la Eucaristía?
Podemos decir rápidamente:
¡No se pueden echar perlas a los cerdos!
Esto puede ser comprensible
si se burla uno de la Eucaristía.
Pero incluso aquí se pide prudencia, teniendo presente
que ciertamente este reproche en la historia
se alzó “contra” los judíos
y fue ocasión para los terribles progromos.
Ciertamente Pablo en su Primera Epístola a los Corintios parece exigir una praxis muy severa para la admisión a la Eucaristía:
“Por tanto quien coma del Pan de forma indigna
y beba del cáliz del Señor,
se hace culpable de profanar el Cuerpo y la Sangre del Señor.
Cada uno se debe examinar a sí mismo:
antes de comer el Pan y de beber el Cáliz.
Pues quien coma y beba de ellos
sin discernir que es el Cuerpo del Señor
come y bebe su propio castigo.” (1 Cor 11,27-29)

Pero también Pablo pide de forma manifiesta que la Iglesia no sea “Juez”.
Finalmente dice de forma expresa que
cada uno debe examinarse a sí mismo
y tener en cuenta que se trata del Cuerpo del Señor.

¿Quién de nosotros es verdaderamente ‘digno’
de participar en el banquete eucarístico,
en el que el propio Cristo se hace comida a Sí mismo?
El propio Jesús invita:
“Venid a Mí todos los que estáis cargados y agobiados.
Yo os daré reposo.
Tomad mi yugo y aprended de Mí,
que soy manso y humilde de corazón.
Así encontraréis reposo para vuestra alma.
Pues mi yugo no oprime y mi carga es ligera.” (Mt 11,28-30)
También aquí suena la amplitud y la tolerancia,
con la que la propia sabiduría divina invita a los locos a su comida.
Como ciertamente los “locos” necesitan sabiduría,
así tanto más tienen necesidad urgente los “pecadores” de aquel amor, que Jesucristo pone en la mesa para todos nosotros
y nos invita a todos nosotros “a comer y a beber”.

De las palabras de Jesús habla aquella misericordia
que el Papa Francisco coloca en el centro de su anuncio
y él desea con razón
que pueda conducir a la praxis vivida en la Iglesia
también en la cuestión de la admisión a la Eucaristía.

Amén.