Homilía para el Domingo
Décimo Cuarto del ciclo
litúrgico (B) 5 Julio 2015 |
Lectura:
Ez 1, 28c-2,5 Evangelio: Mc 6,1b-6 Autor: P. Heribert Graab, S.J. Una homilía revisada y actualizada del año 2000 |
“Un juicio se puede refutar, pero un prejuicio
nunca”, se dice en un aforismo de Marie-Luise von Ebner-Eschenbach. Nosotros tenemos una cierta imagen de las personas, a las que creemos conocer. Simplifica mucho la vida, no tener que estar abiertos de forma permanente a lo nuevo porque ya hemos etiquetado a una persona. Un prejuicio es un mecanismo con el que ‘marcamos’ a una persona. De modo similar había “marcado” Nazareth, su lugar de nacimiento, a Jesús. Lo conocemos desde pequeño. Es uno de nosotros: El hijo de María. El hermano de Santiago, José, Judas y Simón. Un sencillo carpintero o mejor: un jornalero de la construcción. Y precisamente él quiere ahora ser ‘lo mejor’. Precisamente ahora se las da de ‘profeta’, y quiere hablarnos del poder de Dios e incluso decirnos “wo es lang geht” Más aún: Quiere convertirnos de forma auténtica.” Ellos se escandalizaron y Le rechazaron. ¡Nosotros no construiríamos nada sobre los ciudadanos de Nazareth! Si somos sinceros sabemos lo poco que nos diferenciamos nosotros de ellos. Naturalmente –como ellos- tenemos prefijos. Naturalmente –como ellos- marcamos a las personas. Revisen ustedes con el pensamiento a su familia, a sus vecinos, a sus compañeras y compañeros y pregúntense con sinceridad hasta qué punto su pensamiento sobre esta o aquella persona está en un punto muerto. ¡A todos los grupos de personas los metemos en un cajón! Hoy se puede escuchar ya de nuevo, por ejemplo: “No tengo ningún prejuicio contra los judíos, pero todos ellos son hábiles para los negocios y lo mejor es que ¡no te fíes en absoluto de ellos!” Cuando en el periódico se habla de un crimen, se anota que está expresamente garantizado que se trata ‘otra vez’ de un extranjero. Así se generan prejuicios y el rechazo de los extranjeros, cuando no se fomenta incluso el odio al extranjero. Entonces en Nazareth, Jesús era la víctima de los prejuicios. Él lo es, dicho sea de paso, aún hoy. Naturalmente también nosotros hoy sabemos por nuestra educación religiosa, por la Biblia y por la clase de religión “quien es Él”. Y tenemos una imagen bastante firmemente esbozada de Él. Y todo lo que en esta imagen no convenga, tampoco es verdad para nosotros. Con ello desmentimos, tomado en su fundamento, que Jesús vive, que él también actúa en nuestra época. No Le dejamos decir ni hacer, lo que se oponga a nuestra imagen de Él. Nos escandalizamos de Él y Le negamos. Le ponemos cadenas – las cadenas de nuestros prejuicios- al Espíritu de Jesucristo, al Espíritu de Dios. De esta forma, Él no puede hacer ‘milagros’ entre nosotros tampoco, es decir, Él no puede hacer nada (o sólo poco), como sucedía entonces en Nazareth. Pero la historia del Evangelio tiene para nosotros todavía otra cara: Jesús no es sólo la víctima de nuestros prejuicios. Él opone resistencia al mismo tiempo a estos prejuicios. El responde de lo que es una misión. Él finalmente incluso se arriesga por su mensaje de la conversión al amor y a la justicia a ser atormentado y clavado en la Cruz. Otra frase de María Luisa von Ebner-Eschenbach no vale para Él: “Nada nos hace más cobardes que el deseo de ser amados por todos” Jesús se sabe amado por Dios. Este saber determina Su vida. Él se sabe llamado por Dios, como también Ezequiel al que Dios le dijo: “Levántate, hijo del hombre, que quiero hablar contigo” Quien lleva a la práctica en su vida este llamamiento, por tanto, quien está erguido en lugar de arrastrarse, èste también es siempre vulnerable. Se expone |