Homilía para el Domingo Duocécimo del ciclo litúrgico (B)
21 Junio 2015
Lectura: Job 38, 1.8-11
Evangelio: Mc 4,35-41
Autor: P. Heribert Graab, S.J.
Con cuanta frecuencia los textos bíblicos del domingo traen a la memoria diversas preguntas centrales y temas de nuestra fe.
Hoy se trata en el Evangelio sobre todo de la pregunta de los discípulos:
“¿Qué clase de persona es este, al que incluso
el viento y el mar obedecen?”

La liturgia de la Iglesia presenta esta pregunta en conexión con el discurso de Dios en el libro de Job.
El propio Dios presenta a Job la pregunta retórica
‘por la tormenta atmosférica’:
‘¿Quién crees tú que ha creado las fuerzas de la naturaleza, la poderosa tormenta y el mar colérico?
Y ¿quién es el Señor de estas fuerzas imponentes y,
al mismo tiempo, amenazadoras?

Es evidente que la Iglesia quiere ponernos de nuevo en el corazón una de las frases nucleares de la fe en Cristo:
“Jesucristo –Dios de Dios, Luz de Luz,
de la misma substancia que el Padre,
el Todopoderoso, que lo ha creado todo,
el cielo y la tierra.”

Mis sugerencias sobre las Lecturas de este domingo proceden del libro de Job y ponen un acento algo diferente:
El libro de Job forma parte de las obras más significativas de la literatura mundial.
En la figura de Job se ahonda en una pregunta totalmente existencial de la historia de la humanidad:
¿Cómo puede un Dios justo y filantrópico consentir todas las catástrofes, todas las injusticias,  y todo el indecible sufrimiento que en todas las épocas alcanza también a los inocentes?

La ‘sabiduría´ bíblica da a esta pregunta en la redacción del libro de Job una respuesta bastante simple:
Al justo le va bien, al ateo mal.
Por tanto, en consecuencia también el sufrimiento de Job tiene que ser causado por su propia culpa.

Pero, en algún momento, la antigua sabiduría bíblica entra en crisis.
Probablemente las grandes revoluciones sociales de la época, ocasionadas por guerras, condujeron al discernimiento de que todas estas catástrofes y todo el sufrimiento ya no se podían atribuir sencillamente a la conducta equivocada de uno solo.
De este modo fracasan los tres amigos tradicionalmente piadosos de Job en sus intentos de moverle al examen de su propia culpa.

En esta situación, el poeta bíblico pone en juego al propio Dios.
Dios mismo responde a las lamentaciones y acusaciones de Job.
Pero Dios no aclara el sufrimiento;
Él tampoco revela ningún sentido oculto del sufrimiento.
Él describe solamente lo grandiosa que es la naturaleza creada por Él.
De este discurso de Dios hemos escuchado en la Lectura una parte.
Todo el discurso conduce a Job finalmente a la conclusión de que ante la grandiosa Creación de Dios enmudece toda comprensión humana.
La inabarcable grandeza de Dios, que se muestra
en Su Creación, es y permanece para nosotros,
los seres humanos, como un misterio impenetrable.

Pero quizás el autor de la historia de Job trata de forma nuclear el que Dios se aparece a Job,
por tanto, de que Él es experimentable al que sufre también en la mayor aflicción.

También los discípulos de Jesús en su angustia mortal por la tormenta en el lago, que amenaza sus vidas, se sienten confrontados por el misterio de Dios inabarcable y terrible.
Esto se refleja en su pregunta:
“¿Qué clase de persona es este, al que incluso
el viento y el mar obedecen?”
La propia pregunta contiene ya de forma inefable
la respuesta:
en este ser humano está Dios mismo en acción.

Pero sobre todo los discípulos aprenden en medio de esta peligrosa tormenta:
¡El Señor está con nosotros!
En primer lugar se indignan porque Él ‘duerme’:
“Maestro, ¿no te preocupa que perezcamos?”
Pero entonces experimentan Su presencia salvadora y no encuentran ninguna respuesta a la pregunta llena de reproches:
“¿Por qué tenéis tanto miedo?
¿Aún no tenéis fe?”
¡Yo estoy con vosotros!

Este Evangelio de la tormenta en el lago y de la precariedad de los discípulos en su pequeña barca pesquera lo escuchamos este año en el ‘día mundial del refugiado’ de las Naciones Unidas.
Ya en la noche del sábado el arzobispado de Colonia había invitado a un acto conmemorativo ecuménico por los 23.000 refugiados, que desde el año 2000 se habían ahogado en el Mar Mediterráneo en su huida.
230 campanas de las iglesias católicas y evangélicas, comenzando con el ‘dicken Pitter’ de la catedral tocaron en toda la región cien veces.
Cada toque recordaba a un refugiado que había perdido su vida en el intento de llegar a Europa a través del Mediterráneo.

El cardenal Woelki y el vicepresidente de la Iglesia Evangélica de la región, Christof Pistorius, se refirieron al Evangelio:
“El propio Jesús se sienta en cada bote,
en el que los seres humanos perecen.”
“Nosotros vemos en todas las imágenes de los botes sobrecargados en el Mar Mediterráneo
necesidad desesperada y angustia mortal terrible.”

Ciertamente podemos traer ante Dios impotencia y espanto.
Pero además también deberíamos dar testimonio del amor de Dios al prójimo y de hospitalidad.
Naturalmente habría que ampliar el servicio de emergencias en el mar y seguramente tendríamos que hacer todo lo posible para que los seres humanos no se vean obligados a huir y para que sean bienvenidos entre nosotros.
“Todo esto no está en cuestión” opinó Christof Pistorius.
Pero si queremos dar testimonio del Dios liberador de la necesidad y de la cautividad, que condujo
a Su pueblo a la libertad a través de las olas del mar,
si queremos seguir dando testimonio de este Dios, entonces no podemos aceptar como murallas ni fosos de exclusión
las altas vallas con Marruecos,
la colocación de fronteras en la frontera turco-griega
y el mar tormentoso en el mar Mediterráneo.”
Por tanto, el Evangelio de hoy de la tempestad en el lago se convierte en una exhortación rabiosamente actual para todos nosotros,
para responder no sólo con palabras sino sobre todo con nuestro actuar por el Dios que salva y libera de los ‘mensajes de Job’ ante nuestra época.
Amén