Homilía para el Quinto Domingo del ciclo litúrgico (B)
8 Febrero 2015

Lectura: Job 7,1-4.6-7
Evangelio: Mk 1,29-39
Autor: P. Heribert Graab, S.J.
Igual que al comienzo de Su vida pública,
Jesús se confronta con todo el sufrimiento y con toda la miseria de los seres humanos de Su tiempo.
Ciertamente hoy entre nosotros no hay menos miseria;
pero Jesús ‘tropieza’ con ella de verdad,
Le importuna, Le persigue.
Por el contrario, entre nosotros se oculta el mal todo lo posible;
con frecuencia sólo lo conocemos por el periódico.

Y, sin embargo, más tarde o más temprano,
unos más y otros menos,
todos somos afectados y asediados de forma totalmente existencial por la enfermedad y
el sufrimiento,
por la miseria y el desmoronamiento corporal o mental,
por la necesidad y la muerte en el más estrecho círculo de la familia y de los amigos.

Entonces nos asalta aquella oscuridad,
que oscureció abundantes ámbitos de la vida de Job.
Una de sus conmovedoras lamentaciones la hemos escuchado en la Lectura de hoy:
“Lunas de desengaño fueron mi herencia
y noches de gran sufrimiento me han tocado en suerte…
Mis días corren más rápidos que la lanzadera,
el hilo se acaba, ellos desaparecen.
Mis ojos nunca volverán a ver la dicha.”

Lo peor podría ser esto:
Su vida se ahoga en la desesperanza.
¿Qué queda cuando todo se pierde?
¿Quién queda?
Incluso Dios, en el que él confiaba,
le ha abandonado;
Más aún: Dios se ha convertido en su enemigo.
El propio Dios parece aniquilarle.

Hay situaciones, en las que también nos intriga la pregunta penetrante:
•    ¿Por qué?
•    ¿Por qué precisamente yo?
•    ¿Por qué Dios me ha abandonado?
•    ¿Por qué mi insistente oración cae en el vacío?

Ciertamente como sacerdote yo me he hecho con frecuencia esta pregunta y tengo que decir:
¡No conozco ninguna respuesta!
Y: ¡tampoco hay ninguna respuesta!

‘Accidentalmente’ se cae una piedra de una alta muralla y mata a un niño, que jugaba debajo.
Alguien es ‘atrapado’ por un virus mortal,
los médicos luchan en vano contra él,
la paciente muere y deja tras de sí una familia,
que necesita urgentemente a la madre.
¿Por qué?
¿Tiene algún sentido pedir algo contra las leyes de la naturaleza, que están puestas de forma fundamental en la Creación?
Decimos hoy que la Creación no está ni y mucho menos concluida.
Por tanto es una Creación en formación.
Y todo lo que vive, y sobre todo nosotros los seres humanos sufrimos por las imperfecciones de esta “Creación en devenir’.
¿A quién ayuda la antigua amonestación del ‘pecado original’, por tanto de la maldad, que ciertamente nosotros favorecemos en este mundo?

Por cierto, mucho sufrimiento y mucha miseria hacen retroceder a los seres humanos hacia el egoísmo, hacia el querer tener, hacia el afán de poder, hacia el fanatismo y la violencia.
La voluntad libre del ser humano, que nos ha regalado el Creador por amor a nuestra dignidad,
conduce continuamente a su flagrante contrario,
a la espantosa inhumanidad.
También el ser humano, la ‘corona de la creación’,
no está ni mucho menos ‘terminado’.
Podemos juzgar lo lejos que está del verdadero ser humano cuando contemplamos la ‘imagen original’ del ser humano, Jesús, a cuya imagen y semejanza somos creados.
En todo caso, nuestro pensamiento podría caminar en dirección errónea, si esperamos de Dios, que Él quiera renunciar a la idea de una voluntad humana libre.

Por tanto, nuestras cavilaciones y nuestras preguntas por el ‘por qué’ no conducen a nada.
Por consiguiente ¿qué hacer?
¿Resignarse? ¿Enterrar toda nuestra esperanza?
¿Colgar nuestra fe?

En el Antiguo Testamento, sobre todo en los Salmos, pero también en el libro de Job, las personas se lamentan con frecuencia ante indecibles sufrimientos,
que a menudo incluso se convierten en acusaciones contra Dios y en protestas.
Considerado de forma superficial lamentaciones, acusaciones y protestas me pueden producir alivio.
Pero es decisiva la lucha con Dios,
que a mí mismo me cambia,
que al ser humano bíblico conduce a menudo a un ‘sí’ consciente,
bien entendido no a un ‘sí’ al sufrimiento,
pero sí a un ‘sí’ a la voluntad de Dios.
Este ‘sí’ a la voluntad de Dios resulta del nuevo conocimiento conseguido:
Como Dios en la historia de Su pueblo ha abierto continuamente caminos de ‘salvación’,
yo también puedo confiar:
Dios finalmente obra la salvación.

También por esta confianza fundamental Jesús ora en el Monte de los Olivos:
“¡Padre, si puedes aparta este cáliz de Mí!
Pero no se haga mi voluntad sino la tuya.” (Lc 22,42).
No se le ahorra ningún sufrimiento.
La voluntad libre, marcada por la violencia egoísta de Su oponente se impone.
Pero en el Evangelio de Lucas se continúa diciendo:
“Apareció un ángel en el cielo y Le dio (nueva) fuerza.”
Pero aún más importante fue algo que el Hombre Jesús, sacudido por el temor en este instante, aún no pudo ver claramente:
Su ‘sí’ a la voluntad del Padre fue el paso decisivo para el camino de la ‘salvación’ de este mundo marcado por el sufrimiento y para su plenitud en el ‘Reino de Dios’.

Ya el encuentro de Jesús en el Evangelio de hoy, con el sufrimiento y la miseria de los seres humanos Le motiva a orar:
“En la madrugada, cuando aún era de noche, se levantaba e iba a un lugar solitario a orar.”
•    Él busca la cercanía del Padre.
•    Necesita la oración para hallar contacto con la voluntad de Dios.
•    En la oración consigue para Sí mismo claridad y fuerza.
•    Por la oración, Él puede hacer lo necesario y lo posible, para expulsar ‘demonios’ y para superar el sufrimiento.
 
Como ya se dijo el domingo pasado:
En esta época, Jesús no puede eliminar todo el sufrimiento de este mundo.
Pero por la fuerza de la oración mitiga mucho sufrimiento y, sobre todo, cambia el corazón de muchas personas, de modo que desde ahora se ponen al servicio del buen futuro de Dios.

Así también nosotros con fe, confianza y amor  podemos mitigar el sufrimiento propio y el ajeno,
superar pobreza y necesidad,
iniciar justicia, reconciliación y paz.
También nosotros podemos, en lugar de ahogarnos en el sufrimiento, colaborar con el nuevo mundo de Dios, en el que finalmente serán superados el sufrimiento y la muerte.

Amén.