Homilía para el Segundo Domingo del ciclo litúrgico (B)
18 Enero 2015
Lectura: 1Sam 3,3b-10.19
Evangelio: Jn 1,35-42
Autor: P. Heribert Graab, S.J.
La Navidad ha quedado atrás.
El domingo pasado hemos celebrado el Bautismo del Señor.
Éste corresponde por una parte a la importante fiesta de la Epifanía del Señor;
y significa por otra parte el gran cambio de Su vida terrenal.
Aquí se trata de Su paso a la vida pública,
del comienzo de la vida diaria al servicio de Su misión.

El Evangelio informa hoy sobre el comienzo de la vida litúrgica diaria, del mismo modo que Jesús empezó el cambio práctico de Su misión:
Comienza para ello a reunir un círculo de discípulos,
por tanto, un círculo de personas,
a las que Él quiere familiarizar con Su misión
y a las que quiere unir en la tarea confiada a Él por el Padre.

Según el Evangelio de Juan fueron dos discípulos de Juan Bautista los primeros que ‘siguieron’ –literalmente– a Jesús.
El motivo que les dio su maestro es que éste había denominado a Jesús de Nazareth el ‘Cordero de Dios’.
Desde la noche de la salida de Egipto de los Israelitas, el cordero se consideró como símbolo de la actuación liberadora de Dios.
Así se ofreció a ambos discípulos de Juan
la posibilidad de acercarse a este ser humano,
que debía ser el ‘Cordero de Dios’ y ahondar
en lo que esta palabra de Juan, en principio enigmática, llevaba en sí misma.
Jesús observó que Le seguían y los invitó sencillamente: ¡Venid y Ved!
Ellos fueron con Él y se quedaron hasta la noche.
Evidentemente se quedaron fascinados por Él.
Por consiguiente, ahora sabían quién era Jesús.
Y la historia de los llamamientos continuó:
Hermanos y amigos, se lo decían de unos a otros.
También hoy pueden suceder así vocaciones.

Al encuentro personal seguía entonces una decisión existencial:
Esto quiere decir: ambos fueron discípulos convincentes de Jesús.
Hoy diríamos: ¡fueron cristianos creyentes!
Se trataba entonces y se trata también hoy de la ‘vocación’ a ser cristianos comprometidos en primera línea.
¡Esto ya es en sentido auténtico una ‘conversión espiritual’!
Hay que añadir que es algo aún diferente que estos dos discípulos de Juan finalmente también se pusieran totalmente al servicio de Jesús como ‘misioneros’, como anunciadores y como ‘sacerdotes’.
Aunque la Iglesia hoy piense en esta vocación especial, cuando habla de ‘vocación’.
Pero ¡también hoy la primera y auténtica
vocación es la vocación a ser cristiano convincente y comprometido!

Por lo general también hoy esta vocación fundamental está motivada por un encuentro.
Yo mismo bauticé en el transcurso de los años
a muchos adultos.
En casi todos estaba en el fondo de su decisión por Cristo el encuentro concreto con una persona digna de crédito, convincente o incluso fascinante,
que garantizaba a este Jesucristo y que hacía aparecer a este Jesucristo atrayendo e invitando.

En un sentido más amplio también suceden muchas decisiones particulares como consecuencia de la decisión fundamental de una ‘vocación’, que igualmente tiene algo que ver con un encuentro.
Por ejemplo una decisión ‘por un año social’ se sigue consciente o inconscientemente de una ‘vocación’ requerida, se trata no sólo de la solución de continuidad de un tiempo de espera hasta el comienzo de los estudios universitarios.

Tanto más toda decisión profesional se sigue de una ‘vocación’, en todo caso a menos que sea sencillamente una decisión por un trabajo.
No hay sólo una ‘vocación’ al ‘sacerdocio’ o, en el sentido de la Iglesia, a ‘profesiones espirituales’.
También la vocación a profesor, ingeniero, político o médico puede ser una ‘vocación’ por Jesucristo,
por tanto, una ‘vocación espiritual’.
Podría quedar claro que, por ejemplo, un médico,
que comprende su profesión como ‘vocación’,
vivirá esta profesión de forma diferente a alguien,
que sobre todo ve en ella una posibilidad
de hacer fortuna y ganar prestigio.

Ahora el orden eclesial de Lecturas anticipa a la vocación de los discípulos de Juan el relato veterotestamentario de la vocación de Samuel.
También en este llamamiento se trata de un encuentro, ciertamente de un encuentro en sueños o incluso en una visión.
Conocemos estos llamamientos divinos inmediatos por la literatura:
    naturalmente por la Biblia – por ejemplo la vocación de Pablo cerca de Damasco;
    pero también por otras fuentes –por ejemplo la llamada a Agustín, que él describe en sus ‘Confesiones’:
    en nuestra época: el llamamiento al escritor francés Paul Claudel.
Éste tuvo, cuando era ateísta convencido y positivista, con dieciocho años una intensa experiencia de llamada en las vísperas de Navidad en Notre Dame de Paris
y se convirtió en creyente católico.

Tampoco nosotros debiéramos cerrarnos a una llamada inmediata no desde el principio.
¿Por qué no podría ser una ‘salida’ tal vez un ‘rayo’ del Espíritu Santo,
que de repente nos encuentra?

Ignacio de Loyola habla en sus Ejercicios muy detalladamente sobre ‘llamada’ y sobre cómo podemos reconocer una llamada así y construir sobre ella una decisión.
Ignacio habla de forma muy natural de la posibilidad de una llamada, en la que el propio Dios de forma inmediata conmueve el interior de un ser humano.

Pero Ignacio habla de forma natural de vocaciones que son reconocibles en experiencias interiores o exteriores.
Y habla muy detalladamente de aquellas llamadas que se dan por unas reflexiones más largas y por ponderación de motivos razonables.

¡Tampoco la llamada es sólo para unos pocos ‘predestinados’!
Más bien la pregunta de Pablo ante Damasco debía ser también la pregunta de todos nosotros:
“Señor, ¿qué quieres que yo deba hacer?” (Biblia de Lutero, Hch 9,6)

Para hallar nuestro camino existencial muy personal, debiéramos dejarnos guiar por esta pregunta,
no sólo en los años de la juventud, cuando se trata de cambiar de vía, sino siempre y de forma continua ante decisiones importantes:
“Señor, qué quieres que yo deba hacer?”

Amén.