Homilía para el Domingo Trigésimo Primero
del ciclo litúrgico (B)

4 Noviembre 2012
Lectura: Dn 6,2-6
Evangelio:Mc 12,28-34
Autor: P. Heribert Graab S.J.
En el centro del Evangelio de hoy está una confesión de fe muy sencilla, pero magnífica:
“Escucha Israel, el Señor, nuestro Dios,
es el único Señor.”
Desgraciadamente ésta no es nuestra confesión de fe.
Es el Shemá de Israel, que los judíos piadosos hasta el día de hoy rezan dos veces diariamente.
¡Ésta es la confesión de fe de Jesús!
El reconocimiento de Dios, como el Uno y Único Señor.

Este Dios tiene muchos nombres.
En la zarza ardiente en el desierto, Dios para Moisés tomó el nombre de JHWH.
Así Él se denomina también en el primer mandamiento del Sinaí:
“Yo soy JHWH, tu Dios, el que te sacó de la esclavitud del país de los egipcios.
Tú no debes tener otros dioses más que Yo” (Ex 20,2-3)
Por reverencia ante la santidad de este nombre,
los judíos piadosos no lo pronuncian nunca.
En su lugar dicen ‘Adonai’.

Nosotros los cristianos utilizamos el término genérico primitivo ‘Dios’ como nombre propio,
con el que –p.e. en la oración – nos dirigimos al Señor de modo personal.
Y esto lo hacemos naturalmente en nuestras lenguas respectivas.
Así en las oraciones latinas se dice ‘Deus’ o
en las inglesas ‘God’.
Pero ¿cómo rezan los judíos que hablan lenguas árabes o precisamente también los cristianos?
Todos ellos dicen ‘Alá’.
E incluso en la lengua maltesa,
que procede del árabe, se dirigen también los cristianos católicos a Dios con ‘Alá’.

Naturalmente aquí se propone la pregunta actual:
¿podemos nosotros como cristianos católicos orar junto con los musulmanes?
En primer lugar, una respuesta muy práctica:
¡Podemos!
Yo incluso he realizado a menudo servicios interreligiosos.
Por ejemplo, hemos orado inmediatamente después del 11 de Septiembre de 2001 y bajo la presión de este terrible golpe terrorista junto con judíos, musulmanes, budistas y cristianos evangélicos y católicos muy intensamente por la paz entre nuestros pueblos y religiones.

Ciertamente este ‘orar conjunto’ no fue verdaderamente un ‘orar en común’.
Pues el rabino judío, el imán musulmán,
una mujer budista, una pastora evangélica y yo, como sacerdote católico, pronunciamos
cada uno desde nuestra propia tradición orante,
una oración en una iglesia cristiana.
Por tanto dicho exactamente, hemos orado a Dios unos al lado de otros, pero no hemos orado a Dios ‘en común’.

Esta diferencia puede parecer a más de uno sutil.
Pero esta oración fue muy impresionante.
Y en esta situación se dio un signo muy importante en la ciudad.

Pero yo me pregunto qué hubiera sucedido si no
la hubiéramos creado para formular una oración verdaderamente conjunta, que también hubiéramos podido pronunciar comunitariamente.
No lo hicimos, porque había en contra tanto
en la parte católica como también en la evangélica considerables dudas teológicas.

Ya que cristianos y musulmanes creen conjuntamente en el Dios que le ha hablado a Abraham como Padre troncal,
parece que existe el fundamento para una oración común.
Pero a pesar de esta comunidad hay una diferencia fundamental:
Los cristianos creemos que el Dios de Abraham
se ha manifestado en Jesucristo como Su Hijo.
El significado salvífico de la muerte de Jesús y la fe en el Dios trinitario son convicciones de fe, que los musulmanes, con toda la valoración de Jesús como profeta, no siguen sino que más bien niegan expresamente. 1)

También los musulmanes, sobre todo los islamistas, se niegan a una oración en común.
Incluso muchos musulmanes son de la opinión de que los no musulmanes ni siquiera deberían pronunciar la palabra ‘Alá’.

Por el contrario, el Concilio Vaticano II acentúa expresamente que los musulmanes “adoran al único Dios, al viviente y al misericordioso y todopoderoso Creador del cielo y de la tierra,
que ha hablado a los seres humanos.” 2)
Simultáneamente el Concilio subraya mucho las diferencias sobre la comprensión de Dios,
pero sin responder a la cuestión de la oración en común.

Para mí de todo esto resultan algunas consecuencias importantes:

En primer lugar, nosotros como cristianos católicos debiéramos llenar con vida la declaración fundamental del Concilio:
“La Iglesia también contempla con respeto a los musulmanes.” 2)-
por eso nosotros ahora ‘en común’ o en mutua estimación oramos ‘uno al lado del otro’.

De aquí se sigue lo segundo:
Nosotros más bien debiéramos saber unos de otros y de la respectiva fe del otro y sobre esto buscar el diálogo.
Yo estoy convencido de que podríamos conseguir un enriquecimiento de la fe para nosotros mismos por el Corán.
Tomen ustedes por ejemplo sólo una sura:
“Él (solo) es Dios, el Creador,
Creador y Configurador.
A Él corresponden los Nombres hermosos.
A Él Le alaba (todo) lo que hay en el cielo y en la tierra.
Él es poderoso y sabio” (59:24)

Pero sobre todo se trata, en tercer lugar, no sólo de conocer los fundamentos de nuestra fe,
sino también de proporcionarlos en un lenguaje comprensivo.

Verdaderamente ¿comprenden ustedes, por ejemplo, lo que los teólogos quieren decir,
cuando hablan del “Dios trinitario”?
Y ¿pueden ustedes hablar sobre ello
y también para que un musulmán no pueda sospechar que nosotros hemos abandonado la fe
en un Dios único?

O ¿comprenden ustedes lo que significa verdaderamente que nosotros confesemos que Jesucristo es “engendrado, no creado”?
Hoy en día una persona ‘normal’
puede comprender de forma diferente a la biológica la palabra ‘engendrar’?

Recientemente la televisión austriaca ha entrevistado a personas se han convertido del cristianismo al islam.
Me llamó la atención que casi todos estos convertidos sencillamente no habían comprendido nuestra confesión de fe y palabras clave como ‘Trinidad’, ‘engendrado, no creado’ o ‘Madre de Dios’ tomaban como motivación para su conversión.
La impresión de esta emisión de la ORF me aportó el comenzar a decir:
Desgraciadamente la sencilla confesión de fe de Jesús en el Evangelio no es nuestra confesión de fe:
“Escucha Israel, el Señor, nuestro Dios,
es el único Señor.”
Esta confesión es sencilla y comprensible para toda persona.

Por el contrario, nuestra confesión de fe parece ‘complicada’ y se hace incomprensible para muchas personas de nuestro tiempo.
Ciertamente formula la plenitud de la revelación bíblica, pero esto en un lenguaje profesional teológico, más aún en un lenguaje profesional de tiempos pasados.
Y en apariencia el Catecismo de la Iglesia Católica
contribuye a hacer comprensible este lenguaje profesional sólo para ‘tontainas’.
El Evangelio de Jesucristo es, en cambio, claramente más cercano a las personas y a su comprensión.

Tanto más me sorprende, que actualmente en conexión con el año de la fe e incluso precisamente en el proyecto de la ‘nueva evangelización’
no se remita en primer lugar al Evangelio,
sino que con mucha más frecuencia se haga
al  Catecismo.

Pero ¡nosotros barremos ante la puerta de la propia casa!
¿En qué lengua nosotros mismos creemos?
¿Estamos en situación de transmitir nuestra fe en un lenguaje comprensible también a otros y sobre todo a nuestros hijos y jóvenes?
Y ¿es suficientemente consciente para nosotros que para la transmisión de la fe también el lenguaje, pero sobre todo nuestra propia autenticidad es importante?

En todo caso tendríamos que aprender del Sínodo de los Obispos una cosa:
¡La evangelización y la nueva evangelización comienzan por nosotros mismos!
Concretamente esto puede significar
a lo mejor comenzar de forma totalmente nueva
con la lectura diaria de la Escritura y sobre todo
con la lectura de los Evangelios.
Si nosotros después tratamos también de vivir lo que comprendemos entonces hemos dado un paso considerable en el camino de la fe.

Amén.
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1)    formulado según la asistencia del Consjeo de la Iglesia Evangélica en Alemania “Claridad y buena vecindad. Cristianos y musulmanes en Alemania”.
2)    “Nostra aetate – Sobre la comprensión de la Iglesia para las religiones no cristianas.”