Homilía para el Domingo Trigésimo  del ciclo litúrgico (B)
28 Octubre 2012
Lectura: Jr 31,7-9
Evangelio: Mc 10,46-52
Autor: P. Heribert Graab S.J.
“Él lo ha hecho todo bien;
Él hace que los sordos oigan
y los mudos hablen.” (Mc 7,37)
Con estas palabras reaccionaban personas
de la muchedumbre asombrada
cuando Jesús curó a un sordo mucho.
De forma muy semejante se puede comprender
el asombro de los presentes en la curación del ciego Bartimeo en las palabras:
“Él lo ha hecho todo bien;
Él hace que los sordos oigan
y los mudos hablen.”

Los escépticos de todos los tiempos
se oponen a esto: ¿Por qué lo ha hecho todo bien?
¿Cuántos sordomudos había en tiempos de Jesús?
Y ¿cuántos ciegos había?
Y ¿qué pasa con los innumerables que no son curados?

Más modesto es en su declaración, el llamado
“libro de la consolación de Jeremías”, del cual
está tomada la Lectura de este domingo.
También aquí se trata de júbilo y alegría
por los hechos salvadores de Dios.
Pero Jeremías no generaliza.
Él habla concretamente del regreso del pueblo de Dios de la miseria de la extranjería a la patria
que creían perdida, sobre el cual la tradición de los antepasados decía, al país en el que “mana leche y miel” (p.e. Ex 3,8)

Este regreso es experimentado sencillamente como acción salvadora de Dios.

También, en la Lectura de Jeremías, los ciegos y los cojos experimentan esta salvación y están llenos de alegría.
Ellos no pueden ver de repente y tampoco pueden saltar y correr.
Pero ya no son de repente marginados ni empujados al borde.
La gran comunidad del pueblo los pone es su centro y les permite participar en el júbilo por la actuación salvadora de Dios y los conduce y los lleva como a un camino llano, de modo que ellos no tropiezan o ni siquiera se caen.

Por tanto, la actuación salvadora de Dios también provoca el ‘milagro’ de la solidaridad que ayuda y consuela.
Pero aunque es importante la unión y el compartir de la comunidad, permanece la pregunta taladrante por el sufrimiento de los afectados:
¿Por qué este sufrimiento, esta enfermedad, este defecto físico?
Y ¿por qué a mí?

Se puede intentar dar a esta pregunta una respuesta universal.
Por ejemplo, esto hace la teología fundamental, quiás la más antigua sección de la Teología Fundamental.
Ya en las primeras páginas de la Biblia,
en el libro del Génesis, están trabajando ‘teólgos fundamentales’:
En el relato del pecado original de Adam y Eva conducen todo el sufrimiento y el trabajo penoso
a la culpa humana.
Se abusó mucho de esta explicación
a lo largo de la historia.
Esto revela ya la evidencia con la que los discípulos de Jesús preguntaron a su Maestro, cuando encontraron en el camino a un hombre, “que era ciego desde su nacimiento”:
“Rabbi, ¿quién pecó? preguntaron, “¿él mismo? o ¿pecaron sus padres, debido a lo cual él nació ciego?” (Jn 9,2)

Jesús responde, corrigiendo de este modo a la más taponada ‘teología fundamental’:
“No pecaron ni él ni sus padres”, dice Él,
“sino ha sucedido así para que en él se haga evidente la actuación de Dios.” (Jn 9,3).
Esta aclaración de Jesús no pudo impedir,
que también en Su propia Iglesia continuamente
de forma precipitada y superficial se atribuyese
el sufrimiento concreto al pecado propio o ajeno.

Naturalmente también hoy se impone en el caso concreto manejar de forma muy prudente y reservada la vinculación de pecado y sufrimiento. Pero, por otra parte, no se debe dejar de la mano que ¡sin duda hay una conexión!
•    Naturalmente se ha ocasionado sufrimiento de forma culpable a innumerables personas en Oriente Próximo a causa de la ambición de poder, de la codicia, del deslumbramiento religioso o nacional y finalmente por la guerra y la guerra civil, que resulta de todo esto.
•    Naturalmente todos nosotros contribuimos de forma culpable con nuestra forma de vida a la miseria de pobreza y hambre en el mundo.
•    Naturalmente la falta de consideración culpable en el tráfico tiene como consecuencia el sufrimiento y la muerte de muchas víctimas del tráfico.

Se podrían mencionar además casi innumerables ejemplos de conexión entre el sufrimiento y la culpa.
Naturalmente no debiéramos cargar al Señor Dios con el mochuelo del sufrimiento causado de forma culpable.
Para esta pregunta candente hay muchas respuestas en la praxis pastoral y también por supuesto respuestas ayudadoras o consoladoras;
pero no la única respuesta verdaderamente satisfactoria.
Al final ‘sólo’ nos podemos dejar caer en las manos amorosas de Dios creyendo y llenos de confianza.
A pesar de esto vamos a echar una ojeada como mínimo a algunas de las ‘muchas respuestas’ sensatas.

* Una de las posibles respuestas nos la da ya
–como ya vimos– la Lectura de hoy:
Cuando experimentamos solidaridad y amor en la enfermedad y en el sufrimiento, no se nos quita esta carga sencillamente, pero se hace perceptible más fácilmente que otros llevan esta carga conmigo.
Más aún: Esta experiencia me puede liberar alegría.

* Una segunda respuesta surge cuando contemplamos con muchos exegetas el relato bíblico de la Creación no como un relato histórico sobre un hecho del pasado concluido;
cuando comprendemos más bien la Creación como un proceso en el que nosotros estamos en el centro y que se dirige a su plenitud.
Para el Evangelio del ciego Bartimeo se me ocurre cuantas fascinantes ‘curaciones’ hoy son posibles en la medicina ocular:
Pienso en cuantas personas con total asombro, p.e. de una operación de cataratas o de una sesión de láser, que les ha ofrecido una calidad de vida totalmente nueva.
Estos enormes avances médicos se pueden interpretar también muy bien por una persona creyente como pasos del desarrollo del proceso
de la Creación.
Conforme a ello, yo entiendo las actuales curaciones de la medicina también como hechos salvadores del Creador y puedo crear con esto esperanza para mí mismo.
* Una tercera respuesta surge de la Encarnación de Dios:
Dios mismo no se queda ‘fuera’ de aquel proceso de Creación
-por así decirlo como un observador desinteresado.
Más bien Él mismo se convierte en víctima de los dolores de parto de la Creación.
Él camina conmigo mediante el sufrimiento y la muerte.
Él está en mi lugar –
incluso en las horas más obscuras de mi vida.
Él dirige mi mirada al mismo tiempo a la ‘luz del final de túnel’-
concretamente a la clara luz de la mañana pascual.
Él me enseña a comprender que esta Luz ya ahora ilumina mi camino y me ofrece la alegría pascual
en medio de esta vida y también en medio del sufrimiento.

El ciego Bartimeo fue hoy ocasión para reflexionar sobre la enfermedad y el sufrimiento también en nuestra vida y en la vida de nuestros seres queridos.
Más de uno puede decepcionarse en vista de los límites, que se nos ponen en la búsqueda de respuestas a todas nuestras preguntas.
Sobre estos límites se trata también en la exposición artística de Kris Martin aquí en Sankt Meter:
“Do not cross the red line”
Esta exposición nos desafía por una parte a aceptar los límites como algo que pertenece a la vida humana de forma inevitable.
Pero por otra parte nos desafía a superar los límites.
Como creyentes cristianos podemos hacer esto
con la confianza en Dios, con la esperanza de que Él nos libere, en el amor que experimentamos y,
al mismo tiempo, también ofrecemos.
Tómense ustedes hoy para casa sólo una frase sencilla e intenten apropiarse de ella de forma creyente:
“¡Todos estamos en las manos de Dios!”

Amén.
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