Homilía para el Domingo Vigésimo Primero del ciclo litúrgico (B)
26 Agosto 2012
Lectura: Jos 24,1-2a. 15-17, 18b
Evangelio: Jn 6,60-69
Autor: P. Heribert Graab S.J.
“¿No os queréis marchar también vosotros?”
Precisamente las palabras de Jesús sobre la Eucaristía,
precisamente Sus palabras sobre este
‘Sacramento de Unidad’ conducen al escándalo
de una primera escisión del círculo de discípulos tempranos de Jesús.
El tiempo de la comunidad armoniosa en la llamada ‘primavera galilaica” ha pasado.
En el fondo, comienza ya en este momento
la historia sin fin de todas las divisiones,
de los relevos y de los sectarismos,
que desde entonces continuamente hiere a la Iglesia de Jesucristo- a lo largo de siglos hasta el día de hoy.
Ya en este momento comienza también,
 por así decirlo. ‘la ola de salidas de la Iglesia’,
que hoy diezma las Iglesias en Alemania.

“¿No os queréis ir también vosotros?”
Esta es la pregunta, que, tomada exactamente,
Jesús hoy también nos dirige a nosotros.
Escándalos hay más que suficientes:

* Todavía hay muchos asuntos ‘provocativos’ en el mensaje de Jesús y difíciles de imaginar
para nuestro pensamiento racionalistamente pervertido.
Aquí estaría en cuestión una confianza fundamental en la Persona y en el mensaje de Jesús.
Pero esto nos resulta cada vez más difícil
en un mundo, en el que la confianza con tanta frecuencia queda decepcionada.
* Después están los ‘escándalos’, que nos tenemos que imputar a nosotros mismos:
Aquellos ‘escándalos’ que resultan de nuestra falta de conocimiento del mensaje de Jesús y del contenido creyente eclesial.

* Y no en último caso el múltiple fallo de la Iglesia, que también es una Iglesia de seres humanos
con faltas y que sus errores demasiado a menudo tapa mediante una inadecuada afectación de autoridad y un ergotismo.

Cuantos cristianos sólo en los últimos años le han vuelto la espalda a la Iglesia de Jesucristo, a nuestra (¡!) Iglesia – esto ni siquiera lo reproduce la estadística de forma creciente; pues no sabe nada de los innumerables que se han ido en la emigración interior.
“¿No os queréis ir también vosotros?”

¿Por qué permanecemos nosotros?
¿Por qué permanezco yo?
¿Ustedes mismos se han dado ya una respuesta
a esta pregunta?
¿Será como la respuesta de Pedro?
“Señor ¿a quién vamos a ir?
Tú tienes palabras de vida eterna.
Nosotros hemos creído y hemos reconocido:
Tú eres el santo de Dios.”

Aquí está en segundo plano, lo que a nosotros
con frecuencia nos ha preocupado:
La fe no es un asunto de ‘considerar lo verdadero’.
En la fe se trata más bien de una historia de relación personal, se trata de un amor movido por la confianza.
Ciertamente esto es lo que expresa Pedro en su respuesta.

Probablemente de los que en el día de hoy no están seguros de su respuesta, algunos pueden confesar absolutamente lo que Pedro dice,
en todo caso se trata de la fe en Jesucristo.
Pero ¿qué pasa aquí?
Problemáticamente está ante sus ojos esta ‘institución’ Iglesia, que remite a Jesucristo.

Sin duda alguna es bueno y correcto aplicar
a la Iglesia criterios exigentes y continuamente exigirle credibilidad.
Por otra parte, nosotros mismos nos aproximamos muy rápidamente a un orgullo farisaico cuando no podemos perdonar la ‘excesiva humanidad’ de una Iglesia de seres humanos.
La crítica –sobre todo la crítica constructiva– es imprescindible;
pero arrojar piedras a la Iglesia es algo muy diferente.
A veces haría mucho bien una mirada humilde a las propias debilidades.
 
El distanciamiento ampliamente extendido de las instituciones –no sólo de la Iglesia– tiene también algo que ver con una actitud social individualista ampliamente extendida.
Mientras admitamos más o menos conscientemente esta tendencia al individualismo,
al mismo tiempo nos alejamos de la totalidad de la Sagrada Escritura y de la imagen del ser humano judeo-cristiana.
Desde la mirada bíblica, el ser humano es creado como imagen de Dios.
Pero el Dios trinitario es en Su esencia para la ‘relación’.
Dios es en sí mismo amor.
En el ser humano Jesús de Nazareth se manifiesta Dios muy concretamente como ‘imagen originaria’ del ser humano.
En Jesús podemos leer, lo que significa concretamente:
Nosotros como seres sociales somos remitidos unos a otros.

En toda la historia de Dios con el ser humano
se trata siempre en primer lugar de la donación
de Dios a Su pueblo y a toda la humanidad.
El ser individual es visto sobre todo como miembro co-responsable de la comunidad.
Con la comunidad de seres humanos concierta Dios una Alianza.
Dado el caso, Dios exige cuentas a la comunidad y a sus responsables.
La comunidad como totalidad se vuelve a Dios
en el amor que perdona continuamente.

Para la Biblia es natural:
Las comunidades más grandes –por ejemplo, las unidades familiares y tanto más las tribus y
los pueblos– no subsisten sin ‘instituciones’.
Lancemos una breve mirada a la Lectura de Josué:
Josué es el sucesor de Moisés.
Bajo su mandato Israel ocupa la tierra prometida
y la reparte entre las tribus en particular.
Bajo su mandato Israel también se organiza
en su nuevo entorno y se crean las estructuras necesarias para su vida en común.
En la Lectura hemos escuchado algunas palabras clave:
Se habla de las tribus, de los ‘ancianos’ y de los ‘jefes’, de los ‘jueces’ y de los ‘escribas’.

Josué reunió a todos ellos con todo el pueblo en Siquem.
Se trata de una decisión fundamental y lo más conjunta posible por Yahwe en una tierra
en la que se han confrontado con muchos dioses paganos e ídolos.

Como comunidad institucionalizada y estructurada se disponen en una responsabilidad conjunta y, al mismo tiempo, escalonada.
Más tarde los profetas se dirigen con sus advertencias también a todos y con especial énfasis
a los responsables de modo destacado.
Del mismo modo está la Iglesia hoy
en responsabilidad ante Dios
-concretamente la comunidad como totalidad y
cada cristiano en particular,
la Iglesia como institución y cada uno que viste un cargo en este Iglesia-.
Del mismo modo, Dios se dirige a esta Iglesia
-como comunidad y como institución-
continuamente con el amor que perdona.

De esto se sigue también para cada uno de nosotros el compromiso de perdonar continuamente.
no sólo entre nosotros sino también a la Iglesia como totalidad y a todos aquellos que en la Iglesia como institución asumen tareas especiales.
Esto no significa de ningún modo dar por bueno todo lo que se dice, se decide y se hace.
Por el contrario:
Como bautizados y confirmados cristianos estamos obligados a aceptar la corresponsabilidad y de forma totalmente crítica.

En una formulación contemporánea la deseable relación de cristianos adultos con su Iglesia se puede transcribir con ‘solidaridad crítica’.
Pero, en todo caso, es válido:
“¡El Espíritu es el que da Vida!”
Oremos también en esta Santa Misa al Espíritu Santo de Dios por la Iglesia y por todos nosotros.

Amén.