Homilía para el Domingo Vigésimo del ciclo litúrgico B
19 Agosto 2012
Evangelio: Jn 6,51-58
Autor: P. Heribert Graab S.J.
Hoy por cuarta vez escuchamos como Evangelio una parte del capítulo 6 de Juan.
Este capítulo gira alrededor de la declaración central de Jesús:
“Yo soy el Pan de Vida.”

Ya el domingo pasado Jesús continuó exponiendo este discurso del Pan:
“Yo soy el Pan de vida que ha bajado del cielo.
Quien coma de este pan vivirá eternamente.
El Pan que Yo daré es Mi carne,
que doy para la Vida del mundo.”
El Evangelio de hoy retoma otra vez este versículo.
Después a esto se une una disputa de Jesús con
“los judíos” sobre la cuestión de cómo puede ser posible “comer la carne del Hijo del Hombre y beber Su sangre,”

Éste es, al mismo tiempo, el punto clave de todo
el capítulo en el Evangelio de Juan.
Como consecuencia de esto se denomina también el capítulo de la Eucaristía.
También en esta homilía se debe tratar de la Eucaristía, una empresa nada sencilla ya que la Eucaristía es “la esencia y la suma de nuestra fe” (1).
En consecuencia, la teología ha pormenorizado
en todas las direcciones imaginables,
de forma pulida a través de dos mil años
la comprensión de la Eucaristía.
Muy detalladamente describe el catecismo actual romano la enseñanza de la Iglesia católica sobre
la Eucaristía.
Aquí se refleja la teología comprimida de dos milenios.
Pero exponer todo esto de forma comprensible no puede ser asunto de una sencilla homilía, sobre todo porque el lenguaje de la teología transmitida no es nuestro lenguaje.

Intentemos sencillamente comprender un poco mejor el Evangelio de hoy y reproducir en nuestra lengua
lo que tiene que decirnos sobre la Eucaristía como centro de nuestra fe.
Y no olvidemos lo que domingo tras domingo confesamos en el centro de la celebración eucarística:
Se trata del “misterio de nuestra fe”.

1. La declaración más importante suena así:
Quien se introduce verdaderamente en la celebración eucarística, éste permanece en Cristo y Cristo en él.
Aquí se trata de una alianza interior en reciprocidad
tan profunda como podamos imaginarnos-
por tanto, de una unión personal,
que sólo es posible mediante un amor poco imaginable.
La formulación “comer” y “beber” expresa
este amoroso quedar absorbido uno en otro casi ya drásticamente.
Nosotros estamos familiarizados con esta formulación, igualmente expresión drástica
muy cercana a:
“¡Me gustaría devorarte!”
En el mismo sentido, Pablo señala continuamente
el ser del cristiano como un ser “en Cristo”.
En último caso, este “ser en Cristo” vive
de la Eucaristía.

2. Después es muy central en nuestro Evangelio
el término ‘Vida’:
Quien come del “Pan Vivo” que Cristo nos da,
tiene la Vida, incluso “Vida eterna” en sí mismo.
Y después otra vez muy masivamente:
“Todo el que Me coma, vivirá por Mí”.
Nosotros conseguimos la Vida en la Eucaristía,
porque se nos regala la alianza más profundamente pensable con Aquel que es la Vida misma y
de Quien procede toda Vida.

3. Como ocurre prácticamente este “comer” y “beber” se representa concretamente en los otros tres Evangelios:
En los relatos de la institución de la Última Cena.
Por tanto, aquí el “comer” y el “beber” está integrado en la cultura de una comida en el círculo de personas, que también están unidas entre sí.
Por tanto, la Eucaristía no tiene sólo una dinámica vertical entre el ser humano en particular y el origen divino de la Vida.
Al mismo tiempo, aquí se da más bien la unión horizontal de la comunidad de todos aquellos
que siguen juntos la invitación del Señor.
En este sentido, Eucaristía es un Sacramento ‘eclesial’, que fundamenta y documenta la unidad
de aquellos que comen juntos y participan juntos
en el “Pan de la Vida”.

4. Ustedes saben que continuamente está sobre la mesa el enfrentamiento actual:
En una Iglesia pluri-confesional,
por tanto, en una Iglesia que no va todo en el mismo sentido, la celebración conjunta de la Cena del Señor o, como mínimo, la invitación recíproca ¿es posible?
La respuesta a esta pregunta depende de lo que coloque en primer término el que responde:
La documentación de la unidad perfecta o
el fundamento y la profundización de una unidad creciente.
Todos nosotros sabemos, y muchos padecen por ello, que en la Iglesia católica ‘oficialmente’ la celebración conjunta de la Eucaristía se considera como signo de unidad perfecta.
Este parecer predominante se podría ciertamente contemplar como un modo de ‘perfeccionismo’
que la limitación humana, también de la Iglesia, factura.

Personalmente yo quisiera con gusto comprender
la Eucaristía como una ayuda que Jesús nos regala para crecer interiormente cada vez más en la unidad suplicada por el propio Cristo.
Visto así, la invitación mutua a la Eucaristía sería
un signo de esperanza viviente, de la que trata la oración de Jesús por la unidad cada vez mayor en realización.
Deja que ellos sean uno, “como Tú, Padre, estás en Mí y Yo estoy en Ti.” (Jn 17,21).
Así yo mismo con frecuencia he invitado a todos aquellos “que creen con nosotros en el presencia vivificante de Jesucristo bajo los signos del Pan
y el Vino.”
Esta formulación es también para los católicos
una invitación a reflexionar de forma auto-crítica
en su propia fe y en su praxis de la participación
en la mesa del Señor.

Volvamos sobre el Evangelio:
Yo quisiera aún destacar la Palabra de Jesús:
“El Pan que Yo daré es Mi carne;
Yo la entrego para la Vida del mundo.”
Tendría que haber estado claro que las palabras “carne” y “cuerpo” o también “sangre”,
según el uso lingüístico de la Biblia, corresponden respectivamente al ser humano en su totalidad
y a la Persona del “Hijo del Hombre”.
“Yo entrego Mi carne para la Vida del mundo” significa, por tanto, una fórmula ciertamente agudizada y quizás incluso conscientemente provocadora:
“Yo Me entrego a Mí mismo y con toda Mi Vida para la Vida del mundo.”

En la tradición de la Iglesia –comenzando por la teología paulina- se señala esta autoentrega de Jesús como “sacrificio”.
En consecuencia, la celebración de la Eucaristía también es denominada ‘sacrificio de la Misa’.
Esta manera de hablar (bien entendida) también es cierta- aunque yo no estoy seguro de que el propio Jesús la hubiera elegido.
En todo caso, la palabra ‘sacrificio’ –como algunas otras ideas tradicionalmente ricas- nos sitúa ante la problemática de traducir adecuadamente palabras
de otros contextos culturales o religiosos a los usos lingüísticos de nuestro tiempo y de nuestra cultura.
Por eso yo quisiera aquí con gusto constatar
lo que el propio Jesús quiere decir con: ‘entrega’.
Él no sólo tiene ante la vista la amenazante muerte en Cruz.
Él piensa mucho en toda Su vida, en el servicio a las personas y sobre todo a las que denomina pequeños y débiles.
Toda Su Vida, toda Su existencia es entrega a los seres humanos al servicio de la salvación de todo
el que está en manos de la muerte.
Esta entrega culmina finalmente en Su muerte
en Cruz.
Pero como Su muerte en Cruz  también Su Vida en totalidad halla la perfección y plenitud en la mañana de Pascua.
En consecuencia en la Eucaristía celebramos
–si ustedes quieren- no una presencia “estática”
del Señor.
Más bien celebramos el proceso dinámico de
Su Vida, de Su Muerte y Resurrección.
Por consiguiente, Él está presente en la Eucaristía con ‘cuerpo y sangre’ y con toda Su Persona,
al mismo tiempo con toda Su historia, Su entrega por los seres humanos, Su servicio y Su compromiso “para la Vida del mundo”.

De todos estos aspectos de la Eucaristía podríamos, para la semana próxima, formularnos algunas preguntas en nuestra vida cotidiana:

1.    ¿Qué intensidad tiene verdaderamente mi unión personal con Jesucristo y qué significa para mí la expresión paulina ‘estar-en-Cristo’?
2.    Vida y calidad de vida tienen en nuestra sociedad un alto valor. ¿Tienen estas ideas una referencia esencial a mi fe?
3.    ¿Qué importancia tiene para mí experimentar en la celebración eucarística dominical no sólo mi comunión con Dios en Jesucristo sino de igual modo la relación con la comunidad?
4.    ¿Qué tiene que ver para mí personalmente nuestra celebración eucarística aquí en Sankt Peter con el ecumenismo? ¿Está al servicio de la unidad de la Iglesia?
5.    En el pasado, el ‘sacrificio’ jugaba un papel central en una vida cristiana. ¿Tiene esta palabra o también la palabra de Jesús de la ‘entrega’ todavía un significado en mi seguimiento personal de Cristo?

Amén.

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(1) Catecismo de la Iglesia católica nº 1327.