Homilía para el Domingo Décimo Noveno
del ciclo litúrgico B

12 Agosto 2012
Lectura: 1Re 19,4-8
Evangelio: Jn 6,41-51
Autor: P. Heribert Graab S.J.
¿Han caído ustedes en su vida alguna vez en agujero muy profundo y obscuro?
Hoy en día muchas personas sufren un destino así –
como el profeta Elías en su época.
Él estuvo cerca de la desesperación,
porque le parecía que el poder de los poderosos retenía en último caso la superioridad incluso
sobre Dios.
Dios tuvo que demostrar la misión de Su –del Profeta– de forma impresionante ante todo el pueblo.
Sólo el Rey y sobre todo la Reina Isabel no se dejaron impresionar, sino que atentaban contra
su vida.
En su huída por el calor y la sequía del desierto le pareció que su vida no valía nada.
Se colocó debajo de una retama para morir.

La vida parecía no valer nada;
sólo obscuridad;
ninguna luz al final del túnel-
ante esta impresión también hoy capitulan las personas:
  • cuando se pierde el puesto de trabajo- sin  posibilidad de una nueva colocación;
  • cuando se rompe una amistad o un matrimonio y el dolor y la decepción encima parece incurable;
  • cuando muere una persona amada -demasiado pronto- y deja un vacío que ya no se puede llenar…
¿La historia de Elías puede ser un consuelo o incluso una ayuda?
¡¿Quién cree ya muy seriamente en un ‘ángel’,
que a él –como a Elías– le dé ánimo, le regale nueva energía y le muestre una meta, por la cual merezca la pena de vivir?!
Pero quizás recuerden ustedes la poesía de Rudolf Otto Wiemer:
“Los ángeles no tienen que ser hombres con alas.”
La Biblia habla a menudo de ángeles,
cuando no está muy claro,
quien actúa y lo que verdaderamente sucede.
Es seguro que todo ángel substituye al mismo Dios.
Pero ya la Biblia sabe,
que Dios se sirve a menudo para sus actuaciones de los pies y de las manos de los seres humanos.

Por tanto a nosotros se nos formula la pregunta:
¿Tengo yo un sensor para la percepción de la actuación de Dios en mi vida,
sea con la figura de un ‘ángel’ humano
o sea de cualquier otra forma de las innumerables posibilidades que Dios tiene?
O ¿podría ser que lo que nosotros llamamos ‘casualidad’ cuando nuestra vida de un giro feliz?
Yo quisiera darles a ustedes esta maravillosa definición para reflexionar:
“casualidad es lo que nos ha adjudicado el amor de Dios.”
Naturalmente sólo una fe viva puede gozar de esta idea.

El verdadero desafío de nuestra fe representa la inevitable realidad de la muerte.
Por el contrario está hoy en el Evangelio el mensaje de Jesús:
“¡Yo soy el Pan de Vida!
Vuestros padres comieron el maná en el desierto y murieron.
Pero éste es el Pan, que viene del cielo.
Quien coma de este Pan no morirá.”
Y después  -como para subrayar este mensaje otra vez:
“¡Yo soy el Pan vivo,
que ha bajado del cielo.
Quien coma de este Pan, tendrá la vida eterna!”

Para comprender la reacción de los oyentes de Jesús,
tenemos que hacernos conscientes de que:
La cuestión sobre la resurrección de los muertos
era discutida intensamente en vida de Jesús.
Casi durante toda la historia de Israel no hubo fe en la “vida eterna” y mucho menos en la resurrección de los muertos en el sentido cristiano.
Como bendición de Dios se entendía más bien:
Una larga y feliz vida aquí y que, al final, se pudiese decir de alguien:
Murió “lleno de años”.

El Salmo 103 expresa el punto de vista sobre la vida -también de los piadosos del pueblo de Dios-:
“Los días del ser humano son como la hierba,
que florece como las flores del campo.
Pasa por él un soplo y ya no existe;
ni el lugar donde estuvo vuelve a conocerle.”

En los Salmos y en el ‘Antiguo Testamento’
se encuentran más bien lamentaciones como éstas:
“A la mitad de mis días
tengo que franquear las puertas del abismo;
me privan del resto de mis años.
Yo dije: Ya no puedo contemplar al Señor
en el país de los vivos, ni contemplaré a los hombres
entre los habitantes de la tierra.
Levantan y enrollan mi morada
como una tienda de pastores.
Como un tejedor has tejido mi vida hasta el final,
tú me la cortas como un paño tejido…
Quien baja a la tumba
ya no puede esperar nada de tu bondad, (Dios).
Sólo los vivos te dan gracias…
(Is 38,10-12.18-19)
No pocas esquelas de nuestros días expresan un lamento muy semejante –
Sobre todo si alguien ha muerto “en el centro de sus días”.
Incluso la mayoría de los cristianos tienen
-cuando escuchan el mensaje de Jesús sobre la ‘vida eterna’- un problema de fe- ciertamente como los judíos del Evangelio.
Entonces dijeron: “Pero a éste le conocemos.
Él procede de Nazareth. Y nosotros conocemos también a Sus padres.
¡¿ –Y precisamente éste quiere ser pan, Pan de Vida,
que viene del cielo?!

¿Semejantes plausibilidades no son también un estorbo para nuestra fe?
* Jesús –‘Luz’ en las obscuridades de este mundo ¿y también de nuestra vida?
¿no hablan en contra todas nuestras experiencias?
* Jesús – ‘Camino’ ¿desde toda la miseria de este mundo de muerte?
¡Ya entonces Él curó sólo a pocos!
Y los mismos a los que Él resucitó de la muerte, finalmente tuvieron que morder el polvo de la tierra.
* Y después: Jesús - ¿’Pan de Vida’?
Pan de vida - ¿incluso más allá de la muerte?
¿no contradice esto todas las leyes de la naturaleza?

La experiencia parece dar la razón a los judíos de entonces y a los escépticos de ahora?
Por el contrario poder creer, es un regalo de Dios dice el catecismo.
Pero la fe también se fundamenta precisamente en la experiencia – las ciencias también quieren reclamar ‘experiencia’ para sí.

Ciertamente también muchos escépticos creerían
con gusto el mensaje de Jesús ante la realidad de la muerte, si pudieran creer.
Pero creer ahora no es ‘factible’.
En todo caso, podemos crear algunas condiciones previas, que nos preparen para aceptar el regalo de la fe:

Por ejemplo deberíamos despedirnos del orgullo que significa que al otro lado de nuestro horizonte de conocimiento no pueda haber ninguna realidad.
También nos ayudaría no contemplar aislada la palabra de Jesús del “Pan de Vida”.
Más bien sería importante conocer de forma abarcante a este Jesús, por ejemplo, mediante
la lectura y la meditación de la Escritura de forma regular e intensiva.
Entonces veríamos como Su vida y Su mensaje forman una unidad.
Recibiríamos un presentimiento de Su fe y de la íntima comunidad entre Él y Dios, al que Él llama Padre.
Comprenderíamos que Él de un modo único es digno de crédito y que podemos confiar en Él y en Su mensaje, incluso allí donde se sobrepasan las fronteras de nuestra comprensión.
Que la confianza en Él es verdaderamente firme lo podemos experimentar también
¡si nos dejamos abarcar por ello!

Después la fe no significa en primera línea un guardar la verdad.
La fe es sobre todo más bien encuentro personal.
Para encontrar una persona a la que queremos hacemos algunos esfuerzos.
El mismo esfuerzo, como mínimo, sería oportuno
si nos importa encontrarle a Él, a Jesús y en Él al Dios de la vida.

Por ejemplo, podemos encontrarle en la oración.
Para ello es imprescindible mucha paciencia y saber esperar.
Pues naturalmente no se puede forzar el encuentro personal – tampoco en la oración.
Quizás se tenga que orar en la obscuridad largo tiempo o también orar como el padre del joven epiléptico:
“¡Señor, yo creo; ayuda a mi increencia!” (Mc 9,24)

Finalmente ayuda una mirada sobre los innumerables seres humanos que a través de los siglos hasta hoy construyen toda su vida sobre el fundamento de la fe.
Confían en este Jesús y en Su mensaje
y Le agradecen el éxito de su vida.
Así también pueden ustedes poner en Sus manos llenos de confianza su perfección.

Amén.