Homilía para el Domingo Décimo Tercero del ciclo litúrgico B, 1 Julio 2012
Lectura: Sab 1,13-15; 2,23-24
Evangelio: Mc 5,21-43
Autor: P. Heribert Graab S.J.
Historias, como este relato de la resurrección de la hija de Jairo nos permite interpelarnos continuamente por la realidad de los “milagros”.
Dado que nuestro pensamiento esta marcado por las ciencias naturales,
nos sentimos sumamente escépticos ante estos milagros:
Ir a buscar a alguien de la muerte,
a alguien que verdaderamente está
“muerto y bien muerto”-
¡esto es imposible!

Pero en este caso nuestras preguntas no son las preguntas de la Biblia.
Por tanto, no encontraremos en la Biblia respuestas a estas preguntas orientadas en las ciencias naturales.
El evangelista depende más bien de algo diferente.
Él quiere dejar claro:
Este Jesús de Nazareth es Señor de la vida y de la muerte.
La resurrección de esta joven es signo de ello y eje de que Jesús será el vencedor sobre el poder de la muerte y que nosotros podemos esperar en la vida
aquí y más allá de esta época.

Este mensaje lo ha percibido y anunciado la Iglesia en todas las épocas en la escucha atenta del Evangelio.
Y este mensaje constituye ciertamente el núcleo del Evangelio.
Pero fácilmente cae fuera de nuestro campo visual
el punto esencial del relato- es decir:
Con este Jesús de Nazareth alguien se sitúa ¡al fin!
totalmente y con sus últimas consecuencias
al servicio de la vida -¡aquí y ahora!.
Una de las llamadas Nuevas Canciones Espirituales llega al quid de la cuestión:
“Vida, habrá vida, vida, vida antes de la muerte…”

Por tanto, aquí llega alguien que anuncia no sólo
el antiguo mensaje de la Lectura de hoy del Libro de la Sabiduría, sino que vive este mensaje:
“Dios ha hecho al ser humano a Su imagen y semejanza”- a todos los seres humanos y a Jesús de una forma única e insuperable.

Ciertamente esto se puede palpar con las manos en el Evangelio de hoy:
Jesús se encuentra en camino hacia la casa de la joven moribunda.
En el camino es detenido por una mujer, que hace doce años padece flujos de sangre.
Aquí no se trata sólo de una enfermedad
sino precisamente de una impureza cultural y religiosa, que está unida con la sangre
y que segrega a esta mujer de la sociedad.
Aunque el tiempo apremia, Jesús se dirige a ella,
se toma tiempo para un diálogo y la cura de su padecimiento.
“Vida, habrá vida, vida, vida antes de la muerte…”
¡y una vida digna y valiosa!

El evangelista añade una observación muy actual:
“La habían tratado muchos médicos…
se había gastado toda su fortuna, pero no le había aprovechado para nada.”
Casi diariamente podemos leer en el periódico,
cuán costosa y en parte también inútil es nuestra sanidad.
En estos días se hizo una lista de los muchos medicamentos superfluos que se recetan hoy en día.
Todo esto cuesta –como entonces– mucho dinero.
Y no poco de este dinero “aprovecha” por ejemplo a las empresas farmacéuticas, pero no a los pacientes;
sirve, por tanto, antes para rendimientos del capital que para una vida digna del enfermo.

“Vida, habrá vida, vida, vida antes de la muerte…”
Aún un par de preguntas sugestivas para reflexionar:
•    ¿Qué es todo lo que en una familia es preciso para que un hijo tenga ahora y en el futuro una ‘vida digna’?
>Y esto en una época en la que el matrimonio y la familia se hallan en crisis;
> en una época en que el padre y la madre ejercen una profesión;
> en una época, en la que ya los hijos están presionados;
> además en un ámbito orientado hacia el consumo.
Naturalmente tienen que crearse las condiciones para una vida digna sobre todo en las familias,
pero después naturalmente también en la sociedad.

•    Igualmente es válida la pregunta sobre una “vida digna” para el gran número de ancianos, enfermos y achacosos:
> ¿Hallan en su familia un hogar digno?
> ¿Dónde hallan interlocutores, si los de su edad se van muriendo poco a poco?
> ¿Quién descubre sus capacidades para contribuir a la vida de la comunidad de forma valiosa?
> ¿Quién tiene tiempo para su ayuda y atención cuando espíritu y cuerpo se desintegran?

•    Nosotros podríamos hablar sobre todo a los ‘pequeños’, como Jesús los llamaba -los ‘pequeños’  entonces y con toda certeza también los ‘pequeños’ de nuestros días.
Eran y son grupos de personas,
que tendríamos que figurarnos,
pero también innumerables personas en particular, para las que Jesús tuvo una mirada y ¡nosotros no!
Una vida digna para todos ellos,
ni más ni menos esto nos encarga Jesús
cuando Él denomina el mandamiento del amor
como el mandamiento primero y más amplio.

A propósito de ‘mandamiento’:
nosotros pensamos como personas marcadas ‘romanamente’ de forma natural en ‘ley’.
En la tradición judía y, por tanto, también para Jesús esta palabra suena de forma muy diferente.
Hoy se intenta a menudo traducirla con ‘instrucción’ y parece estar más cerca de lo que Jesús quiso decir,
sobre todo si se piensa que ‘instrucción’ tiene algo que ver con ‘sabiduría’.
Así también entra en juego la sabiduría divina,
cuando Jesús da mucha importancia a que la ley
es para los seres humanos y no lo contrario.
Visto así, se propone la pregunta de la “desobediencia” de muchos grupos de sacerdotes en Austria y en otras partes de forma diferente y nueva:
¿Quién es verdaderamente ‘desobediente’?
¿Este sacerdote, que trata, por ejemplo, de una vida digna en la Iglesia para los divorciados y vueltos a casar?
O ¿quizás aquellos para los cuales el derecho eclesiástico con sus principios está sobre todo?

Por favor, aprovechemos el Evangelio en las semanas venideras.
Leamos el periódico con las gafas de este Evangelio.
Contemplemos con los ojos de Jesús nuestro ambiente cotidiano y las personas que encontramos.
Pensemos  - qué y quien nos encuentra también siempre con el mensaje de este Evangelio del Evangelio en general:
“Vida, habrá vida, vida, vida antes de la muerte…”

Amén.