Homilía para el Domingo Undécimo del ciclo litúrgico (B)
17 Junio 2012
Lectura: Ez 17,22-24
Evangelio: Mc 4,26-34
Autor: P. Heribert Graab S.J.
Nuestro lenguaje de la fe es desgraciadamente bastante descabalado.
También para el año de la fe nos recomienda Benedicto XVI sobre todo el catecismo-
un compendio de las verdades de fe.

Hay que añadir:
No sólo en los niños y en los jóvenes,
sino precisamente en los mayores se hace evidente con frecuencia en la conversación un desconocimiento catastrófico en las cuestiones de fe.
¡Ciertamente aquí hay una muchedumbre que hay que poner al día!

Sin embargo:
Creer es claramente más que permanecer en la verdad de los dogmas.
¡Creer no es sólo actuar con la cabeza!
¡Creer concierne al ser humano entero!

Jesús, en Su anuncio, se dirige conscientemente al ser humano en su totalidad:
Él no habla de ideas abstractas ni formula verdades de fe teóricas.
Más bien Él anuncia un alegre mensaje en imágenes y parábolas – prescindiendo en absoluto,
de que toda Su vida es alegre mensaje con manos y pies.

Ideas y frases se dirigen a nuestro entendimiento.
Pero las imágenes y las parábolas despiertan nuestra imaginación y nuestra fantasía.
Hacen referencia inmediatamente a nuestro mundo de experiencias sensorial y sobre todo a lo que encontramos en nuestro vivir cotidiano.
Imágenes y parábolas se dirigen también a nuestros sentimientos y generan emociones.
Provocan identificación o rechazo.
Nos motivan para actuar y naturalmente animan
el entendimiento.

Con un anuncio global así en imágenes y parábolas nosotros hoy tenemos que hacer esto:
Ya el profeta veterotestamentario Ezequiel habla
con la imagen de un árbol viejo, moribundo,
de la situación entumecida del pueblo de Dios,
que hace ya largo tiempo no da frutos,
que se engaña creyendo que vive cuando en realidad desde hace mucho tiempo está muerto.
En contraste con esto, Ezequiel habla acto seguido de una rama joven, delicada, que arranca de la copa y – nuevamente plantada- dará abundante fruto.
Ella ofrecerá a todo “lo que tiene alas” un lugar para anidar en su sombra.
Dios mismo renovará a Su pueblo.
Entonces dará fruto para bien de toda la humanidad y no sólo para algunos dignatarios y poderosos.

Son imágenes de esperanza para personas en tiempos difíciles.
En el Evangelio, también en las parábolas del Reino de Dios Jesús nos ofrece imágenes esperanzadoras.
En primer lugar la imagen de la cosecha que crece por sí misma.
Nosotros no somos en absoluto sólo espectadores pasivos.
Nosotros podemos y debemos aportar la semilla de la Palabra de Dios.
En el pasado hemos confiado exclusivamente en los “profesionales”.
Pero:
Esta tarea sale al encuentro de todos nosotros en comunión con la Iglesia de Jesucristo,
pero de ningún modo “tutelados” por esta Iglesia.
Nosotros podemos y debemos anunciar el Evangelio,
-cada uno a su propio modo- en la familia,
entre amigos y colegas,
en el vecindario y también en la política,
¡e incluso en la propia Iglesia!

Además no tenemos que capitular ante la preocupación de ser demasiado exigentes.
Objeciones como “yo no puedo con esto”
no son válidas”.
Pues lo decisivo lo hace finalmente otro:
¡Aquel, que permite germinar y crecer!
Su “tierra da fruto por sí misma, primero el tallo, después la espiga, después el grano completo en la espiga.”
Nosotros, los que sembramos -también ¡los  profesionales!-
estamos presentes asombrados y no sabemos lo que sucede.

Llenos de alegría podemos ser espectadores también hoy del crecimiento del Reino de Dios.
Nosotros sólo tenemos que lograr aquella paciencia,
que siempre es necesaria cuando se trata de un proceso de crecimiento orgánico.
Y tenemos que estar atentos a lo que sucede
en el silencio y en lo escondido:
El Reino de Dios crece no en el duro asfalto de los grandes lugares de reunión.
Tanto más no se refleja en las investigaciones estadísticas o de sondeos de opinión,
ni siquiera en las cifras de ingresos o de bajas de las Iglesias.

Jesús nos anima:
El reino de Dios crece por sí mismo.
Vosotros podéis tener por seguro,
que la naturaleza hace crecer y madurar innumerables plantas en primavera y en verano.
Después cuando sea el tiempo de la cosecha,
os quedaréis sin habla ante la inesperada abundancia.

La parábola del grano de trigo lo incorpora.
Dice:
No os dejéis desanimar por todo lo que es pequeño y parece insignificante.
No tenéis que competir en un mundo, en el que sólo cuenta lo que es grande, alto y poderoso.
Así un grano de mostaza no produce titulares y
se halla lleno de vida.
Quizás os tenéis que despedir de los grandes números, de los días de Iglesia capaces de batir récords y de vuestras grandes Iglesias.
Vuestras magníficas catedrales son de piedra muerta.
Algún día sólo quedarán de ellas ruinas.
El pequeño grano de mostaza por el contrario vive y se reproduce.
“una vez sembrado crece y se hace mayor que todas las demás plantas y echa ramas tan grandes que a su sombra pueden anidar los pájaros del cielo.”

Jesús no elige el magnífico templo del antiguo Jerusalem como imagen para el Reino de Dios sino el pequeño e insignificante grano de mostaza.
Quizás nos hemos dejado seducir en verdad por “este mundo” con ideas y esperanzas totalmente falsas.
Entonces quizás debiéramos estar agradecidos por esta época de secularización.
Entonces quizás se halla en este tiempo secularizado la posibilidad de alcanzar de nuevo, la recta medida, la medida de Jesús;
la posibilidad de substituir más de una ilusión del Reino de Dios por la mirada realista y, al mismo tiempo, alegre del Reino de Dios.

Para terminar todavía una parábola de Sören Kierkegaard, que muestra como una parábola también en la época moderna pone lo esencial en el centro:
“Los cristianos viven como gansos en un patio.
Cada siete días tiene lugar un desfile y el ganso macho más elocuente se coloca encima de la valla y grazna sobre el milagro de los gansos,
cuenta los hechos de los antepasados, que osaron volar en otros tiempos y alaba la misericordia del Creador, que dio alas a los gansos y el instinto para volar.
Los gansos quedan profundamente conmovidos,
bajan las cabezas con emoción y alaban al ganso elocuente y su prédica.
Pero ¡esto es todo!
No hacen nada –no vuelan;
van a su comida de mediodía.
No vuelan porque el grano es bueno y el patio seguro.

Amén.