Homilía para el Domingo Quinto
del ciclo litúrgico (B)
5 Febrero de 2012

Lectura: Job 7,1-7
Evangelio: Mc 1,29-39
Autor: P. Heribert Graab S.J.
Ideas sobre el Evangelio de Kurt Marti
“El Evangelio de Marcos”, Zurich 1985
“Mis días corren más rápidos que la lanzadera,
desaparecen al acabarse el hilo.”
De esta forma se queja Job en los versículos de la Lectura.
Si nos examinásemos un poco con este Job y su destino, diríamos espontáneamente:
“Se queja con razón”.
Esto quiere decir expresamente:
Job fue un ser humano irreprochable e íntegro;
temía a Dios y evitaba el mal.
Poseía una gran riqueza y gozaba de reputación.

Pero, de repente, cambia su destino:
Pierde todas sus posesiones,
Sus hijos pierden la vida,
Y, finalmente, a él mismo le ataca
una enfermedad maligna.
Cae en la resignación y
saca para sí mismo una conclusión defraudadora:
“Mi vida es sólo un hálito.
Ya nunca verán mis ojos la dicha.”

El Libro de Job, que cuenta la historia de este hombre, nos coloca ante la cuestión del sentido y la falta de sentido, del sufrimiento y de la muerte;
Y no en último caso ante la cuestión del papel de Dios en una vida marcada por el sufrimiento.
Con las palabras del Salmo 22:
“Dios mío: ¿Por qué me has abandonado?
Te llamo de día, pero Tú no me das ninguna respuesta;
te llamo de noche y no encuentro sosiego.” (Salmo 22,2 s).

El Libro de Job no da ninguna respuesta a esta cuestión, que verdaderamente nos pueda dejar contentos.
Pero la pregunta de Job hasta el día de hoy es una de las cuestiones más candentes de la humanidad.
Incluso creyentes cristianos no pueden apartar esta cuestión.

También para ellos se hace difícil una respuesta satisfactoria.
Esto tampoco cambia nada el alegre mensaje de Jesucristo.

Ya como cima insuperable de la historia de salvación de Dios con los seres humanos está,
según el Nuevo Testamento, Su propia historia de sufrimiento en Jesucristo, su cruel muerte en la Cruz, y finalmente Su resurrección y, con ella, Su victoria definitiva sobre el poder de la muerte.
Pero seamos sinceros:
¡La Cruz es y sigue siendo para la mayoría una exigencia desconsiderada!
Y la resurrección, ¿una victoria sobre el poder de la muerte?
¡Apenas algo diferente es tanto “el misterio de la fe”, como ciertamente el acontecimiento de la mañana de Pascua!
“Misterio de la fe” y más aún misterio de una esperanza contra toda esperanza y tanto más misterio de una esperanza contra todas las experiencias también de nuestra época.

Por consiguiente, estaremos siempre y continuamente ante la cuestión.
Iremos siempre y continuamente en búsqueda de pequeños y pequeñísimos elementos para una posible respuesta, que puedan profundizar nuestra fe
y fortalecer nuestra esperanza.

Quizás encontremos una u otra tesela en una mirada al Evangelio de hoy.
No se trata sólo de la curación de la suegra de Pedro, sino al mismo tiempo de la curación de muchos enfermos, que se reunieron delante de la casa procedentes de toda la ciudad, en la que Jesús se encontraba.
En cuanto podían de algún modo se arrastraban hacia allí.
Otros se apoyaban en amigos o eran llevados por familiares a la espalda o en ligeras angarillas.
Todos ellos eran curados de todas las posibles enfermedades.

Pero inmediatamente después se dice:
A la mañana siguiente, muy temprano, cuando todavía estaba obscuro, Él se levantó y fue a un lugar solitario para orar.
El resultado de este diálogo con el Padre:
“Déjanos ir a otro sitio…
para que también allí predique;
pues para eso he venido.”

Aquí está de nuevo la apremiante cuestión:
¿Por qué?
¿Por qué unos son curados, pero otros no, aunque llegaron desde lejos y Le buscaban?
Verdaderamente ¿es más importante la predicación?

Quizás debemos enganchar con una pregunta aparentemente muy diferente:
¿Qué sucedería si Jesús no sólo en este único día sino durante toda Su vida hubiera curado a todos los enfermos?
Y ¿qué sucedería si Él también hoy curase a todos los seres humanos, que están enfermos o impedidos?

¿Seríamos liberados de toda miseria y sufrimiento?
Pero en nuestro interior quedaríamos las personas
–o mejor dicho– los desalmados, que éramos antes:
llenos de egoísmo y de intereses personales,
incluso de envidia y odio,
desconsideración y violencia.
Por consiguiente, rebosaríamos de salud y con una energía tan grande que convertiríamos mutuamente la vida en un infierno.
Nuestra salud nos permitiría vivir más largo tiempo
y esto nos daría aún más tiempo para infligir a otros sufrimiento espiritual y corporal.
Mientras reinen odio e injusticia, fuerza y explotación y nosotros no seamos personas transformadas nuclearmente, no sólo sería inútil sino verdaderamente cruel prolongar nuestra vida física.

Mientras la frase “homo homini lupus” –el ser humano es un lobo para el ser humano– tenga alguna legitimidad sería un infierno la vida ilimitada (por sana) bajo las condiciones del lobo.
“La vida nueva e indestructible es prometedora cuando el ser humano ya no es lobo para el otro
(o como mínimo su pequeño lobo),
sino cuando, como decía Lutero, uno es Cristo para el otro.” (Kurt Marti).

Bajo está consideración es absolutamente lógico,
que Jesús llegue al acuerdo en la oración no sólo
de curar, sino de conceder prioridad al anuncio
del Reino de Dios.

Sin embargo, de ello no podemos deducir, que se podría abrir el juego del anuncio contra la curación.
En el encuentro concreto con los enfermos,
Jesús tiene en primer lugar ojos para su necesidad.
Y cuando Jesús envía a Sus discípulos, les da
en primer lugar la misión de curar aquí y allí
– antes (¡!) de la misión de anunciar el Reino de Dios.

Aún un último pensamiento, que podemos sacar del Evangelio de hoy.
Jesús cura a la suegra de Pedro.
Y después se dice:
“La fiebre se retiró de ella y se puso a servirles.”
Yo concluyo:
El “servicio” de curación de Jesús actúa contagiando.
De forma espontánea, la mujer curada ahora por su parte, sirve a sus invitados, cuidándose de ellos.
Seguramente la experiencia de ser curada despierta en no pocas personas el deseo de ponerse al servicio de otros enfermos y de contribuir a su curación.

Debería formarse algo así como el efecto de una bola de nieve, lo cual sería signo del Reino de Dios venidero.
Cada curación remite a la curación de Dios prometida universalmente.
Según el concepto de Su creación, Dios puede crear esta salvación y, por consiguiente, un “mundo salvado”, no contra los seres humanos sino sólo con ellos.
Por consiguiente ¡también con nosotros!.

Amén.