Homilía para el Domingo Cuarto
del ciclo litúrgico (B)
29 Enero de 2011
Evangelio: Mc 1,21-28
Autor: P. Heribert Graab S.J.
Por regla general nos preocupamos muy críticamente de encontrar la realidad.
Por ejemplo, cuando compramos comestibles,
quisiéramos saber lo que hay dentro.
Y en muchos productos también quisiéramos saber como se fabricaron:
por ejemplo de forma ecológica o también de forma socialmente justa.
Tanto más somos críticos cuando se trata de cuestiones religiosas o ideológicas.
No quisiéramos caer en los “cazadores” ideológicos o sectarios.
Y tampoco quisiéramos dejarnos engañar por los “cuentos de ayer”.

Este pensamiento crítico y de revisión no es un progreso de la época moderna,
como suponemos a menudo de forma un poco presuntuosa.
Tampoco las personas de tiempos antiguos querían caer en la trampa de tramposos, estafadores o religiosos ilusos.
Por eso, las personas en tiempos de Jesús preguntaban continuamente –sobre todo a los escribas y fariseos– por el “poder” de Jesús:
Él debía legitimarse por lo que decía y hacía.

El propio Jesús era muy sensible a esta exigencia crítica de las personas de su época y accedía a ello.
Por ejemplo, pensemos en la curación del paralítico.
En primer lugar, Jesús le dice:
“¡tus pecados te son perdonados!”
pero esto despierta desagrado:
“¿Cómo puede este hombre hablar así?
¡Blasfema!”
¡Sólo Dios puede perdonar los pecados!
En todo caso, esto piensan en su corazón y (todavía) no se atreven a decirlo.
Pero Jesús percibe lo que está ante sí.
Por propia iniciativa, vuelve sobre ello:
“¿Es más fácil decirle a un paralítico:
¡Tus pecados te son perdonados” o decir:
Levántate, toma tu camilla y anda?
Como justificación, por así decirlo, de Su poder para perdonar los pecados, cura al paralítico también de su defecto físico:
“¡Yo te digo, levántate!”

En el Evangelio de hoy, Jesús demuestra Su poder sobre los “demonios”.
Lo que nosotros hoy denominamos “enfermedad mental”, entonces era para las personas no sólo amenazante –si somos sinceros, esto nos sucede también a nosotros hoy– porque estas “enfermedades mentales” se substraían entonces a toda explicación comprensible.
Por eso se las atribuyó al poder de los demonios.
Naturalmente esto hoy nosotros ya no lo hacemos.
Y, sin embargo, hacemos, como las personas de entonces, la inquietante experiencia de que hay “poderes”, en cuyas manos estamos de forma impotente.
    También hoy hay todavía enfermedades malas,
    hay reveses de fortuna,
    para innumerables personas hay hambre y guerra,
    también están las fuerzas de la naturaleza,
    también hay escenarios terribles ocasionados por los seres humanos, como por ejemplo, una catástrofe atómica
    y sobre todo la muerte como algo inevitable.

Jesús demuestra continuamente a las personas Su poder sobre todas estas fuerzas amenazadoras:
    Exorciza a los demonios, como en el Evangelio de hoy;
    sana a numerosos enfermos incurables;
    sobre todo hace que los ciegos vean;
    salta por encima de tradiciones paralizantes;
    amansa las fuerzas naturales y hace callar a las tormentas;
    perdona la culpa;
    se muestra como Señor sobre la muerte.

Pero casi página a página los Evangelios dan testimonio del poder,
con el que Jesús anunciaba el mensaje del Reino de Dios venidero:
“Las personas estaban muy confusas con Su enseñanza;
pues Él enseñaba como alguien que tiene el poder divino, no como los escribas.”
Ciertamente nosotros no debemos infravalorar  esta legitimación tan inmediata:
seguramente Jesús podía hacer formulaciones de forma brillante.
Podía argumentar de forma refinada.
Y, aquí y allá, hacía callar a los oponentes de forma absolutamente lograda.

Pero en todo esto no está la prueba de Su poder.
Éste tiene su fundamento sencillamente en la credibilidad y fuerza persuasiva,
o sea en el personal atractivo de Jesús.
Para esto las personas tienen en el fondo
un “sexto sentido”.
Pueden diferenciar muy exactamente entre el parloteo listillo y la retórica lograda por una parte
y el testimonio digno de crédito, por otra parte.
Yo opino, aunque lo sé muy ciertamente,
que las masas en el Palacio de los Deportes del Reich parecen probar lo contrario en el tristemente famoso discurso de Göbbel.

Forzaría el marco de la homilía,
dar una explicación de esta objeción fundada.
El testimonio general de las muchas personas,
que escuchan a Jesús en muy diversas ocasiones,
tiene un carácter muy diferente al del ¡alboroto y griterío de un Palacio de Deportes!

Se justifica muy bien Su singular poder también en lo que Él anunciaba.
En la forma de expresión de la filosofía tradicional se podría decir:
Las experiencias de estas personas en su conjunto dan prueba del poder de Jesús como “evidente”;
es decir, Su poder es para todas estas personas mediante una contemplación inmediata,
una comprensión perceptible.
Por consiguiente, los Evangelios dan testimonio del poder de Jesús como algo que, para aquellos que
Le escuchan sin prejuicios, es claramente evidente.

Pero ¿por qué se trata en los Evangelios de justificar de diferentes formas el poder de Jesús,
es decir, mostrarlo como evidente?
Jesús es, según el testimonio fundamentado de los Evangelios, no sólo un ser humano especial como hay muchos.
Él es el “Mesías” prometido y enviado por Dios al mundo y también en nuestra época.
Él es el Redentor, Salvador, el Hijo del Hombre, Libertador de la humanidad y de toda la Creación.
Más aún: Él es el Kyrios = Señor,
Él es el Hijo de Dios, Dios mismo:
Dios Encarnado.
Éste es el fundamento verdadero de Su poder.
Y éste es confirmado finalmente por Su resurrección,
que, a su vez, es confirmada de muchas formas –
contra todo escepticismo y contra toda duda.
Por consiguiente, nuestra fe no se apoya de ningún modo en fantasías dudosas.
Hay fundamentos razonables en la fe para dar el Sí
a Jesucristo, a Su misión divina y a Su mensaje liberador y alegre.
Nosotros podemos confiar totalmente en el poder con el que Jesús también nos equipa a nosotros,
Sus discípulas y discípulos.
Él también nos transmite el poder de anunciar
Su mensaje del Reino de Dios,
de curar enfermos en Su nombre también hoy,
de resistir a los demonios de nuestro tiempo
y de expulsarlos.

Por consiguiente, sería importante,
no ocultar nuestra fe de forma apocada,
sino defender con poder nuestra misión
autoconscientemente, también en un mundo secularizado.

Amén.