Homilía para el Domingo Segundo del ciclo litúrgico (B)
15 Enero de 2011
Evangelio: Jn 1,35-42
Autor: P. Heribert Graab S.J.
¿Qué es la fe?
¿Cómo va la fe?
De esta cuestión se trata en el Evangelio de hoy.
En primer plano está ciertamente la vocación de
los primeros discípulos,
vocación al seguimiento de Jesús,
al seguimiento del Mesías, del Cristo,
del Ungido de Dios.
Vocación al seguimiento de Jesús
y esto de forma precisa significa vocación a la fe.

¿Cómo tiene lugar esta vocación a la fe?
Ambos, de los que habla el relato,
ya eran discípulos de Juan.
Es decir: estaban en una relación personal y llena de confianza con el Bautista.
En la situación concreta, Juan da testimonio ante ellos de que Jesús es el Mesías prometido.
De Él ya había dicho:
“Yo no soy digno de agacharme ante Él para desatarle la correa de las sandalias.
Yo os he bautizado sólo con agua,
pero Él os bautizará con Espíritu Santo.” (Mc 1,7 s)

Naturalmente esta frase es conocida por ambos discípulos.
Y ahora la declaración:
¡Mirad! El que pasa por delante – éste es del que yo os hablaba!
A los discípulos ya no hay nada que los detenga:
Espontáneamente asumen las consecuencias de las palabras de su maestro y siguen a este Jesús.

Pero no se atreven a dirigirle la palabra directamente.
Que Él mismo se dirija a ellos les confunde por un momento.
Por eso, bastante perplejos, Le dirigen la pregunta:
“Maestro, ¿dónde vives?”
Su respuesta: “¡Venid y ved!”
Se fueron con Él, vieron donde Él vivía y permanecieron todo un día con Él.
  • Este encuentro y este día se grabó en su memoria muy profundamente –“Era alrededor de la hora décima” –.
  • Este encuentro y este día colocan el fundamento para una nueva e intensa relación, que determinará en seguida toda su vida.
  • Este encuentro y este día son la simiente de su fe en Jesús, el Cristo.
Y esta simiente se desarrolla cada vez más cuanto más intensa es su relación,
cuanto más profundamente comprenden Su mensaje y cuanto más coherentemente comparten Su vida.

La fe es, por consiguiente, lo primero de todo un acontecimiento de relación.
Y en las relaciones personales también se transmite la fe:
En primer lugar de Andrés a Simón Pedro;
después de uno a otro hasta el día de hoy.

Observen ustedes el uso de nuestra lengua (alemán)
cuando hablamos de creer.
Decimos:
Creo en Dios,
creo en Jesucristo
creo en el Espíritu Santo.
Pero decimos:
Creo en una sola Iglesia. (en alemán sin “en”)
Creo en un solo Bautismo. (en alemán sin “en”)
Espero la resurrección de los muertos y la vida del mundo venidero.

“Creer en” expresa siempre una relación personal.
Por el contrario, cuando se trata de los contenidos de la fe, usamos el acusativo sencillo:
Yo creo esto o aquello.
Naturalmente también son importantes
los contenidos de la fe, sobre todo los contenidos
del mensaje de Jesús.
Ciertamente también sólo estos contenidos se pueden procurar mediante clases, libros o predicaciones.
Y tanto más, sólo estos contenidos con examinables.
A este hecho se le da en la Iglesia un peso no siempre muy adecuado.
Aquí juegan un gran papel los catecismos;
aquí el llamado “magisterio” y especialmente
la Congregación de la fe observan de modo
muy exacto, que todo sea “ortodoxo”.
Por el contrario, la auténtica fe es como un acto personal y sobre todo un regalo de Dios como acontecimiento de relación, también un “regalo” contagioso de las personas creyentes y además
el resultado de una decisión creyente muy personal,
que finalmente se sustrae al control.
En este contexto uno se pregunta
si la “crisis de fe”, de la que se habla a menudo,
no es en el fondo una “crisis de relación”.

Finalmente creer es sólo posible en la escucha atenta y confiada de unos a otros.
La fe vive de las relaciones personales con personas creyentes convincentes y atractivas.
La fe sólo puede florecer a la larga en una comunidad vitalmente creyente.

Por eso, resulta evidente,
que la fe decae en la crisis,
en la que la comunidad se disuelve más y más,
por un individualismo creciente.
Es también fácilmente reconocible
que con la disolución de la familia
se dificulta considerablemente
la transmisión de la fe a los niños.
Además en una sociedad apresurada apenas nadie tiene tiempo para decir “¡Venid y ved!”
y tanto más para regalar tiempo, todo un día o incluso más a un ser humano en búsqueda.

La fusión de parroquias, como unidades administrativas eclesiales puede tener sentido y resultar ayudadora bajo ciertas consideraciones.
El problema sólo es:
La fusión destruye también en muchos casos pequeñas comunidades delimitables y con vitalidad.
Y sobre la base de unidades administrativas y organizaciones impersonales no puede crecer la fe.

¿Qué párroco de grandes comunidades con diez mil miembros o más puede –a un joven en búsqueda o tanto más a un no bautizado– decirle: “¡Ven y ve!?
Incluso reunir a creyentes dignos de crédito en círculos nucleares y capacitarlos para esto
puede ser sumamente difícil,
siempre suponiendo que tengan tiempo para ello.

Para terminar, un par de consecuencias personales del Evangelio:
La fe, como relación con Dios en Jesucristo, quiere ser vivida de forma creíble y atractiva en conexión con las relaciones interpersonales.

Sólo si se vive en nuestras familias, hallarán los niños un acceso a la fe.
Ciertamente los padres tienen que procurarse tiempo para un “¡Venid y ved!”,
y no en último caso para un “Ven, tengo tiempo para ti y para diálogos contigo!”.

Sólo en nuestras comunidades y grupos en las parroquias se puede contagiar la fe,
si se vive de forma convincente y si las comunidades y los grupos son abiertos y atractivos para personas ajenas: “¡Venid y ved!”
Grupos y comunidades que echan el cerrojo y atrancan la puerta obstruyen el acceso a la fe con esta conducta.

En nuestro mundo ampliamente secularizado,
se necesitan creyentes cristianos,
que animen a los prójimos, colegas y vecinos
a preguntar:
¿Dónde vives Tú?, es decir, a hacer la auténtica pregunta, que ya en el relato del Evangelio estaba detrás de esta tímida pregunta:
“¿Por qué Tú eres el Cristo? ¿Qué quiere decir esto?
¡Cuéntanos de Tu fe!”

Amén