Homilía para la Festividad de la Admisión de María en el cielo
15 Agosto 2020
Lectura: Ap 11,19a y 12,1-6a.10
Evangelio: Lc 1,39-56
Autor: P. Heribert Graab S.J.
En el cristianismo se halla algo como un virus,
que en la historia de la fe condujo continuamente hasta el día de hoy a un brote enfermizo.
Este virus se denomina “dualismo”.

Con mucha diferencia a la imagen bíblica del ser humano, que ve a los seres humano de forma total,
el dualismo divide la unidad del ser humano en dos seres diferentes e incluso enemigos:
el cuerpo y el alma.

El alma es, por así decirlo, el timonel de la barca
del cuerpo, pero percibe este papel como una carga
de la que quisiera liberarse.
El cuerpo es, según esta idea,
el principio recalcitrante
que retiene totalmente lo material.
Por el contrario, el alma es lo espiritual, incluso el principio divino, que está encarcelado en lo material, como en una prisión y sólo espera ser liberado.
Esta forma dualista de mirar del ser humano
se fundamenta con frecuencia en un dualismo
aún más profundo de materia y espíritu,
en el que todo lo material es emanación del mal y
el espíritu, por el contrario es la manifestación del bien.

Con este dualismo ha luchado la Iglesia en varios Concilios.
Sin embargo, hasta nuestra época este dualismo actúa p.e. con una cierta actitud desdeñosa hacia todo lo corporal y sobre todo hacia la sexualidad.
También nuestras ideas de una vida después de la muerte están marcadas por este dualismo de cuerpo-alma.
Durante largo tiempo hemos hablado en la Iglesia de
que el alma inmortal continúa viviendo después de la muerte, mientras el cuerpo desaparece.
Hoy nuestros teólogos hablan raras veces
de la inmortalidad del alma,
sino más bien de la resurrección del ser humano,
por tanto de una transformación de todo el ser humano por la muerte.

La festividad de la admisión de María en el cielo es
-si ustedes lo permiten- algo así como una medicina
contra el virus del dualismo.
Con esta fiesta la Iglesia declara una imagen de totalidad del ser humano.
Declara que todo el ser humano con cuerpo y alma
es amado por Dios y salvado por medio de Jesucristo.
Declara que, por tanto, también para el ámbito material de este mundo y para la vida del ser humano es válido lo que la historia de la Creación no se cansa de señalar continuamente:
“Y Dios vio que todo era bueno.”

Conforme a esto, la primera Lectura de la fiesta de hoy pone ante la vista no sólo la futura “salvación del alma” individual sino más bien la superación del mal, del sufrimiento y de la injusticia ya en este mundo.

En el Apocalipsis de Juan la mujer representa en primer lugar y sobre todo a una minoría cristiana atormentada y perseguida a muerte por el imperialismo romano.
El signo de la mujer es un signo de victoria sobre el poder del dragón de siete cabezas, que representa al imperio romano.

La comunidad del vidente Juan crea esperanza en un nuevo mundo, un cielo nuevo y una tierra nueva.
El dragón asesino, el orden mundial destruido serán vencidos y así terminará todo el sufrimiento,
se secarán todas las lágrimas.
El punto de vista del Apocalipsis cristiano
alienta a la resistencia contra el mal.

Y el Evangelio pone en boca de la propia María un canto de liberación – el Magnificat.
Un canto de insurrección y de resistencia contra
unas circunstancias sociales injustas y opresivas.
María se convierte en una imagen de esperanza
para todos los que no quieren afrontar circunstancias insoportables en la vida personal y política de una forma pasiva por más tiempo.
El Magnificat de María ofrece a muchas personas
la esperanza de que los insignificantes pueden cambiar su situación.
El Magnificat motiva para actuar aquí y ahora.
La lucha se puede ganar
porque el propio Dios está del lado de los discriminados.

A lo largo de milenios las personas cantan este canto
y se dirigen a María en la confianza
de que Ella va a ayudar en la superación del sufrimiento y de la injusticia.

Y también nosotros hoy nos animamos,
a aferrarnos de modo persistente a la esperanza
de que se nos regale una nueva vida por medio del
hecho de la redención de Jesucristo.

vida nueva para la totalidad del ser humano con cuerpo y alma,
vida nueva en la dimensión individual y
lo mismo en la dimensión social,
vida nueva aquí en este mundo y en el futuro.

Amén.
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