Homilía para el Domingo Trigésimo
del ciclo litúrgico “A”

25 Octubre 2020
Lectura: Ex 22,20-26
Evangelio: Mt 22,34-40
Autor: P. Heribert Graab S.J.
¿Qué es lo esencial del cristianismo?
Muchos coetáneos – también cristianos contestan espontáneamente a esta pregunta así:
Lo esencial es: el amor.
El Evangelio de hoy parece confirmar esta respuesta.
Ciertamente yo tengo la impresión de que no pocos cristianos reducen este amor en la praxis,
sencillamente a la fórmula de cortesía
“¡sed amables entre vosotros!”
Quizás aún lo complementen:
¡No olvidéis tampoco al “Dios amoroso”!

Jesús cita el antiguo mandamiento bíblico del amor con las palabras,
debemos “amar con todo el corazón, con toda
el alma y con todo nuestro pensamiento”.
Pero esto rebasa evidentemente aquel superficial
¡sed amables entre vosotros!
Intentemos avanzar un poco en profundidad.

Un impulso importante lo encontramos en la Primera Carta de Juan:
“Queremos amar porque Dios nos amó primero.” (1Jn 4,19).
Yo creo incluso: Dios me dice a mí y a cada uno de nosotros día tras día lo que Le dijo a Él en el Bautismo de Jesús en el Jordán:
“Tú eres mi hijo amado/mi hija amada.”
(cf. Mt 3,17)
Por tanto, tú me perteneces. Yo te amo.
Me alegro por ti.
Yo estoy cerca. Yo no te abandono.
Yo te voy a ayudar en lo que pueda venir.
Por tanto cuando nosotros oramos, nuestra oración debía ser conducida ¡por la fe en que Dios nos ama!

“¡Tú eres amado por Dios!”
Pero este mensaje contiene inevitablemente el desafío de una respuesta de agradecimiento amoroso:
El amor sólo puede ser respondido por medio del amor.
El “mandamiento del amor” de Jesús no es ningún “mandamiento” en el sentido de una norma.
El amor es más bien sencilla evidencia
porque nosotros somos creados como imagen
del Dios amoroso.
¡Amor es, por tanto, realización y plenitud de nuestro ser humano!

Por tanto si nuestro amor es salida del amor de Dios,
entonces es natural y también claramente más que un ¡“sentimiento”!
Entonces el amor es un ajuste básico frente al otro,
Entonces el amor dice sencillamente y sin reserva SÍ al otro, como Dios dice SÍ a cada uno de nosotros.
Entonces este SÍ es válido –como el SÍ de Dios- para cada persona que nos necesite.
Entonces este SÍ es válido también para el que me es antipático, incluso para mi enemigo.
Y este SÍ tiene consecuencias prácticas y graba mi conducta.

En el Evangelio de Lucas sigue al “mandato del amor” la pregunta de justificación del fariseo: “¿Quién es mi prójimo?”
Jesús nos cuenta después la historia del buen samaritano, el que socorrió con todas sus consecuencias a aquel que había caído bajo los ladrones y había quedado en el suelo sin ayuda.
Expresado de otro forma:
Amor es una palabra de acción y tiene “manos y pies”.

En este sentido también la Lectura del Éxodo de este domingo es una concreción del mandato del amor de Jesús:
¡No debes aprovechar ni explotar a un extranjero, tanto si este extranjero es un refugiado o un temporero que llega a ti!
También a una viuda o a un huérfano debes proporcionarles su sustento.
Hoy esta palabra de Dios abarca naturalmente también a los padres o madres solteras y a sus hijos,
a los niños o jóvenes sin familia por la huida
y, en general, a todos los que quedan fuera de la red social.

Esta Lectura deja inequívocamente claro que el amor no es una guía para el trato privado entre los seres humanos,
sino lo mismo y aún más para la comunidad social y política de nuestra sociedad y
totalmente para la comunidad global, por ejemplo, de los pueblos ricos y pobres.

Todavía una última idea:
Con frecuencia se ha hablado del doble mandamiento del amor.
Esto significa entonces el “mandamiento” del amor
a Dios y al prójimo.
Por tanto aquí están en juego tres miembros:
Junto al amor a Dios y al amor al prójimo está el amor a sí mismo: “como a mí mismo”.

Muchos cristianos y como mínimo parcialmente también la Iglesia tienen dificultades con el amor a sí mismo.
La cercanía del egocentrismo y del egoísmo parece demasiado grande.

Y, sin embargo, debe ser posible amar a Dios como nuestro Creador. si nosotros no nos amamos como criaturas suyas, si no decimos Sí a nosotros mismos,
así como nosotros fuimos llamados por Él a esta vida?
Y ¿cómo puede ser posible amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos si no nos amamos?
¿Amor al prójimo sólo por Dios o incluso por Su “mandamiento”?
¿Amor al prójimo como deber impuesto desde fuera?
¿No estaría detrás una herida de la dignidad del otro?

Por tanto, pregúntense con toda tranquilidad:
¿Qué opino de mí mismo?
¿Puedo verme a mí mismo con los buenos ojos de Dios?
¿Puedo decir Sí a mí mismo – así como yo ahora soy creado?
¿Puedo aceptar mis debilidades
absolutamente con la voluntad de superarlas en cuanto sea posible- o las oculto ante los otros o sobre todo ante mí mismo?
¡Y no se olviden de agradecer el regalo de ustedes mismos!.

Amén
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