Homilía para el Domingo Vigésimo Octavo del ciclo litúrgico A
11 Octubre 2020
Lecturas: Is 25,6-10a
Evangelio: Mt 22,1-10
Autor: P. Heribert Graab S.J.
Esta época del Corona Virus lo experimentamos como un tiempo de considerables restricciones:
* Debían evitarse al máximo posible las alegres reuniones con amigos y amigas.
Podrían convertirse en puntos de acceso
con valores record de nuevas infecciones.
*¡Estaban prohibidas en espacios públicos grandes fiestas!
*Celebraciones privadas sólo en ocasiones sobresalientes y con un número de participantes muy reducido.

Raras veces se hizo tan evidente como hoy
que nosotros, los seres humanos, vivimos de la comunidad,
hasta qué punto dependemos de una comunidad alegre al máximo,
cuanto añoramos una comunicación variada y las alegres fiestas.

¿Verdaderamente por qué necesitamos tales fiestas de comunicación?
Finalmente ¿qué es lo que remueve esta nostalgia profunda de una comunidad alegre?

Silencio

Las dos Lecturas de este domingo nos permiten comprender la verdadera causa de esto:
Nosotros somos creados por Dios como seres humanos a Su imagen…
Y somos creados para una fiesta.
El sentido y la meta de nuestra vida es la grandiosa fiesta del Reino de Dios.
Incluso se puede decir:
¡El estar invitado a esta fiesta – esto distingue nuestra vida!

Silencio

Contemplemos un poco más de cerca, lo que distingue esta fiesta de nuestra vida:
Isaías la describe como una fiesta para todos los pueblos y naciones, una fiesta que compensa todo lo que separa, todas las fronteras.

Silencio

En el mismo sentido la parábola de Jesús en el Evangelio levanta todas las fronteras entre  privilegiados y existencias marginales;
entre los llamados primero y todos los que llegan más tarde;
y entre aquellos, que piensan, ganar algo
y aquellos que llegan de la calle, de setos y cercas.
También las fronteras entre religiones y confesiones,
fronteras entre creyentes correctos y creyentes en el error, son irrelevantes para la invitación a la fiesta.

Silencio

Según Isaías esta fiesta la vence incluso la frontera aparente e invencible de la muerte:
la fiesta del Reino de Dios elimina la muerte para siempre.
Dios, el Señor, limpia las lágrimas de cada rostro.

Silencio

Actualmente se halla contra esta pandemia del Corona Virus una fiesta así.
Pero: estamos invitados por Dios a toda fiesta verdadera y precisamente también a esta fiesta imbatible,
verdaderamente no diferente en su totalidad de otras
‘enfermedades’ que hay en el camino:
¿¿¿Sobre todo nuestro egoísmo, nuestro querer valer y tener, nuestra falta de amor…???

Silencio

Y finalmente nuestra ceguera no nos deja reconocer
donde ahora la fiesta del Reino de Dios ya despunta,
donde el anfitrión, el propio Dios, ya nos espera hoy,
para nosotros está aquí
y ya hoy con nosotros quisiera celebrar la Vida
Para terminar una invitación de Martin Buber,
para divisar a Dios mismo, nuestro anfitrión en la gran fiesta de nuestra vida, con los ojos abiertos ya ahora y continuamente también en nuestra vida diaria con el Corona:

“¡Donde yo voy – tú!
¡Donde yo estoy – tú!
¡Sólo tú, de nuevo tú, siempre tú!
¡Tú, tú, tú!

¡Me va bien – tú!
¡Cuando algo me duele – tú!
¡Sólo tú, de nuevo tú, siempre tú!
¡Tú, tú, tú!

Cielo – tú, tierra –tú,
Arriba – tú, abajo- tú,
Donde yo vuelvo – en cada final
¡Sólo tú, de nuevo tú, siempre tú!
¡Tú, tú, tú!”

Amén
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