Homilía para el Domingo Vigésimo Cuarto del ciclo litúrgico (A)
13 Septiembre 2020
Evangelio: Mt 18,21-35
Autor: P. Heribert Graab, S.J.
El mensaje del Evangelio se puede expresar de forma breve:
¡Todos esperan de los otros –sobre todo perdón y reconciliación!
¡Son los otros los que tienen que dar al menos
el primer paso!
La pregunta para cada uno de nosotros es:
¿Y tú mismo?

Silencio

En estos días me dijo un enterrador bien conocido que él estaba profundamente afectado por una observación, que  había hecho en creciente medida durante el diálogo con familiares de los fallecidos:
De forma alarmante muchas familias estaban peleadas de forma terrible:
padres contra hijos, hijos contra padres,
hermanos contra hermanos…

Silencio

Un antigua leyenda de San Francisco de Asís muestra qué y cómo la reconciliación es posible:

En tiempos de San Francisco, en los alrededores de la ciudad de Gubbio había un lobo de gran tamaño.
Nadie se atrevía a salir de la ciudad desarmado.
San Francisco de Asís llegó a Gubbio,
sintió lástima por las personas y decidió
acercarse al lobo, a pesar de todas las advertencias
de la gente de Gubbio.
Pero Francisco fue al encuentro del lobo sin temor y con la confianza del creyente en Cristo.

El lobo se precipitó sobre Francisco con sus voraces fauces abiertas.
Pero el Santo hizo sobre el lobo la señal de la Cruz.
El lobo de repente se detuvo y Francisco le dijo:
“¡Ven a mí, hermano lobo! En el nombre de Cristo yo te mando que no causes daño ni a mí ni a nadie.”
El lobo se acercó con la cabeza baja.
Y Francisco le dijo:
“Hermano lobo, has cometido actos malvados.
¡Has osado asesinar y devorar incluso a personas,
que son creadas a imagen y semejanza de Dios!
“Pero ahora, hermano lobo, quiero generar paz entre
las personas y tú.
No puede suceder ningún padecimiento más por obra tuya y ellos deben perdonarte todos los hechos perversos pasados,
y no te deben perseguir de nuevo ni las personas ni los perros.”
El lobo reconoció que aceptaba la propuesta,
por lo que Francisco continuó su discurso:
“Como tú estás de acuerdo en firmar esta paz,
yo te prometo que mientras vivas las gentes de esta comarca te proporcionarán la alimentación diaria.
Pero tú tienes que prometerme que tú nunca causarás sufrimiento a ninguna persona.”
El lobo, por medio de una señal afirmativa hecha con la cabeza, reconoció claramente que estaba de acuerdo.
Finalmente el santo dijo:
“¡Hermano lobo, ahora ven conmigo sin temor hacia las personas, para que sellemos en el nombre del Señor esta paz!”
El lobo obedeció y siguió a Francisco como un dócil cordero.
Ante la multitud del pueblo dijo San Francisco:
“Escuchad queridos, este hermano lobo, que está ante vosotros, me ha prometido que él quiere sellar la paz con vosotros.
A nadie de vosotros causará sufrimiento,
en tanto que vosotros le prometéis mantener su sustento diario.
Yo respondo del hermano lobo!”
Todos los reunidos prometieron con un sonoro grito
que querían alimentar al lobo en adelante.
El lobo vivió aún algunos años sin hacer daño a nadie;
y tampoco las gentes le hicieron nada y le alimentaron amistosamente.
Y curiosamente ni siguiera un perro le ladraba.
Para alabanza y honor del Señor Jesucristo.

¡Una leyenda – ciertamente! Pero merece la pena
entresacar todas las propuestas concretas,
que también a nosotros nos pueden servir de ayuda.

Silencio

Ahora una historia de reconciliación totalmente real de nuestra época:
Quizás los mayores aún recordemos el atroz genocidio de Ruanda. Fue en 1994.
Entre 800.000 y 1.000.000 de personas fueron asesinadas entonces.
También los padres de una religiosa de Ruanda.
Ella misma contó más tarde:
“Lo que me estimulaba internamente era venganza y odio contra aquellos, que habían asesinado a mis padres.
En algún momento me preguntaba qué podía hacer para liberarme de aquellos sentimientos.
El único camino era encontrarme con aquella gente,
que yo ni siquiera conocía.
Por tanto, fui a las cárceles para hablar con los autores.
Invité a esta gente a decir la verdad.

Así encontré al que había asesinado a mis padres.
Me contó pormenores,
p.e. cómo iba vestido mi padre cuando le mató.
Y, de repente, percibí cómo me liberaba de toda esta carga.
También este hombre gritó muy alto de repente:
“¡Perdóneme, misericordia!”
Nos fundimos en un abrazo y llorando le respondí:
“Yo le perdono”
Yo me sentí totalmente purificada.”
La religiosa pudo hacer fecunda esta experiencia para otros, haciendo posible a los presos entablar contacto con sus víctimas,
estando frente a ellas sinceramente y diciendo la verdad.
Fue sorprendente para ella, como muchos lo abordaron y sobre todo cómo las víctimas de la violencia respondieron a los asesinos.
Desde entonces la religiosa constata
que la juventud en Ruanda no hereda la difícil carga del pasado difícil, sino que quieren construir un futuro mejor.

Silencio

En la liturgia pascual y continuamente en la Eucaristía celebramos los cristianos la reconciliación.
Hace un año me fascinó en la noche de Pascua
una redacción libre del Exultet pascual.
Con dos estrofas de este canto quiero terminar:

Esta es la noche de la reconciliación
porque el cielo y la tierra ya no son contrarios.
Tú, Dios, te ensamblas de nuevo con nosotros,
con tus criaturas.
Como imagen y semejanza, como imagen y semejanza, como imagen y semejanza conduces a Tu Pueblo hacia ti.

Esta es la noche de nuestro futuro,
lo que en ella sucedió, no será ya nunca reversible.
Tu Hjo surgió de la muerte, así terminará también nuestra muerte.
Como estrella matutina, como estrella matutina, como estrella matutina conduces a Tu Pueblo hacia ti.

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