Homilía para el Domingo Vigésimo
del Ciclo (A)

16 Agosto 2020
Lectura: Is 56,1.6 -7
Evangelio: Mt 15,21-28
Autor: P. Heribert Graab, S.J.
Ciertamente ha comenzado de nuevo el colegio.
Nuestros niños deben y pueden aprender de nuevo.
Pero no se trata sólo de leer y escribir alemán,
matemáticas e historia.
Por el Corona hemos cambiado más bien
las circunstancias de nuestra vida en común.
Esto afecta también a los niños, que deben adaptarse a la nueva situación y tienen que aprender nuevas formas de convivencia.

Ciertamente de ello se trata también en los dos textos de la Escritura de este domingo:
La palabra profética procede de la época posterior al año 520 antes de Cristo.
El rey de Persia Ciro II había conquistado Babilonia
y permitía poco a poco a los judíos el regreso del exilio babilónico.
Para muchos de ellos este tiempo en el extranjero significaba también un encuentro con otras culturas.
Por tanto regresaban a casa con un horizonte perceptible mucho más amplio..
Para ellos se trataba no sólo de reconstruir su ciudad de Jerusalem y su Templo sólo externamente.
Muchos de ellos querían sobre todo llenar el Templo
también con nueva vida:
Esta casa de Dios en el futuro no sólo debía reservarse para el pueblo de Israel;
debería más bien abrirse lo más posible a todos los pueblos y mostrar a las personas del paganismo
un camino hacia el Único y Verdadero Dios.
Por tanto ¡se trataba de una enorme ampliación del horizonte del pensamiento y no en último caso de la fe!
Esto lo experimentaban algunos como una liberación interior, como un camino lleno de esperanza en el futuro.
Sin embargo, no pocos vieron en ello un desmoronamiento de la fe antigua,
de lo que significaba para su “patria”.
Pero para todos era este proceso de aprendizaje
un reto, que iba acompañado de enfrentamientos y también de dolores.

Para Jesús el resultado de este tiempo de agitación ampliamente desfasado se convirtió en evidencia.
En Su enfrentamiento con los vendedores del Templo, Él invocó la Escritura:
“Mi casa debe ser una casa de oración para todos los pueblos.” (Mc 11,17)

Tanto se apropió Jesús las experiencias de fe de los primeros tiempos como propias,
tantas situaciones y encuentros hubo,
en los que también Él debía y tenía que comprender para su propia fe vivida:
Precisamente en el Evangelio de hoy una mujer y además una extranjera se convierte para Él en maestra:
Jesús al principio estaba convencido
de que Su misión se limitaba al pueblo de Israel.
Pero esta mujer Le convenció con su perseverancia,
con su prontitud en la réplica y con la creatividad con la que ella acogió la metáfora de Jesús y cuya punta giratoria se volvía hacia lo contrario.
Como consecuencia de esto, Jesús curó a su hija;
pero sobre todo se hizo consciente de Su misión universal de salvación.

Por tanto, en ambas Lecturas de la Escritura se trata de la voluntad universal de salvación de Dios.
Pero en ambos textos también queda claro:
que vivir la fe y de la fe no es nada estático,
no permanece en todas las épocas de la misma forma.
La fe cambia con el paso del tiempo.
Y las experiencias concretas y los encuentros pueden abrirse a nuevos puntos de vista y a aspectos de una fe en Dios.
Se puede aprender no sólo de la Biblia y del Catecismo;
más bien es válido escuchar lo que el Espíritu nos dice hoy.
¡También en las situaciones concretas de mi vida habla el Espíritu de Dios!
En la mirada a mi vida diaria puedo aprender lo esencial para mi fe.
Sólo en transformación permanente y en crecimiento existencial permanece mi fe como una fe que me ha regalado Dios.

Esto vale para mí personalmente,
y no me resulta siempre fácil,
porque es más cómodo quedarse con lo transmitido desde siempre.
Pero esto también es válido ahora más que nunca para la Iglesia de Jesucristo como totalidad.
¡También ella tiene que aprender siempre de nuevo a creer – como el propio Jesús!
¡Tampoco puede encerrar la fe como en una cámara del tesoro!
Tampoco tiene que  abrirse a la fe continuamente de nuevo, naturalmente sin entrar en modas baratas
y en lo que “se” lleva.
Esto resulta difícil naturalmente para una grande y pesada institución, como ha sido la Iglesia, por duplicado y triplicado.
Pero ciertamente hay que reconocer que es una Iglesia vital, que es sensible y con finura de escucha para lo que el Espíritu dice:
“Toma en consideración”, así se expresa la Epístola a los Hebreos- “lo que el Espíritu dice:
“Hoy, si escucháis Su voz, no endurezcáis vuestro corazón como…en el desierto el día de la tentación.” (Hb 3,7-8)

Amén.
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