Homilía para el Domingo Duodécimo
ciclo litúrgico (A)
21 Junio 2020
Evangelio: Mt 10,26-33
Autor: P. Heribert Graab, S.J.
“¡No temáis!”
Jesús lo dice también en una época,
que está marcada bajo muchas consideraciones por el temor y la angustia.

“¡No temáis!”
No se trata ni de un consuelo barato
ni de un superficial lema de coraje.
El propio Jesús sabe muy precisamente
lo que se está tramando contra Él.
Y Mateo cita las palabras de Jesús en un tiempo
en que la situación meteorológica general
para la joven Iglesia ante las primeras persecuciones dista mucho de ser color de rosa.

Silencio

Desde las sangrientas persecuciones de los cristianos del imperio romano hasta las de comunistas y nacionalsocialistas y hoy también del terror islámico contra las cristianos, podían las palabras de Jesús en todos los tiempos aportar consuelo y estímulo:
“¡No temáis!”
Ni siquiera un gorrión cae en la tierra sin la voluntad de vuestro Padre.
Vosotros tenéis contados incluso todos los cabellos.
Por tanto ¡no temáis!
Vosotros tenéis más valor que muchos gorriones.

Silencio

Gracias a Dios nosotros no experimentamos hoy, aquí entre nosotros, ninguna auténtica amenaza desde fuera.
Pero los cristianos temen hoy con frecuencia
tomar partido por su fe.
Por favor, escuchen ustedes con atención:
“¡No temáis ante los seres humanos…
Lo que Yo os digo en la obscuridad,
hablad de ello en pleno día
y lo que se os diga al oído,
anunciadlo desde los tejados!”

Silencio

Nuestra fe se ha convertido hoy en gran parte en un asunto privado.
Hemos convertido en tabú, por lo general, cuestiones sobre nuestra fe personal.
De esto no se habla.
Y, sin embargo, quisiéramos comprendernos como “cristianos en mayoría de edad”.
Y a éstos también hoy se les dice:
“¡Lo que Yo os digo en la obscuridad, hablad de ello en pleno día
y lo que se os diga al oído, anunciadlo desde los tejados!”

Silencio

En el diálogo con profanos no estamos la mayor parte de nosotros en la situación de percibir una posición diferenciada.
Con frecuencia nuestro saber no alcanza
ni siquiera a lo que a nosotros mismos nos parece correcto e importante, para exponer en una discusión.
Por tanto nos callamos con gusto
en lugar de “a pleno día hablar de nuestra fe”.

Silencio

Como personas adultas hoy en día en nuestra vida diaria profesional somos en gran parte científicos, ingenieros, administrativos, artesanos, altamente cualificados o cualquier otra cosa.
Como creyentes cristianos, por el contrario, nos falta con frecuencia aquella cualificación que nos capacita para defender nuestra fe frente a otros que piensan de forma diferente.
Con demasiada frecuencia tenemos temor de ponernos en ridículo si nuestra fe es cuestionada.
El no tener temor ante los seres humanos es ciertamente un regalo de Dios.
Este no tener temor tiene además mucho que ver:
•    con que nosotros mismos estemos como en casa con nuestra fe,
•    con que estemos en la situación de hablar y dar respuesta de nuestra fe,
•    con que nos enfrentemos a la fe y tengamos presente sus consecuencias en la vida práctica,
•    con que también por la fe ganemos en conciencia de la propia valía y en seguridad interior.

Silencio

Por tanto debiéramos en primer lugar lo que es nuestra causa:
Cuidemos de que nuestro conocimiento de la fe corresponda a nuestra formación general y profesional.
Cuidemos de que nuestro conocimiento de la fe no sea de anteayer sino actualizado.
Y, sobre todo, vivamos nuestra fe en la vida cotidiana.

Entonces podremos responder de nuestra fe sin temor porque la promesa de Dios es válida:
“Ni siquiera un gorrión cae en la tierra sin la voluntad de vuestro Padre.
Vosotros tenéis contados incluso todos los cabellos.
Por tanto ¡no temáis!
Vosotros tenéis más valor que muchos gorriones.”
Por eso me puedo abandonar.

Amén.
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