Homilía para el Segundo Domingo
del ciclo litúrgico “A”
19 Enero 2020
Lectura: Is 49, 3.5-6
Evangelio: Jn 1,29-34
Autor: P. Heribert Graab, S.J.
Propuestas de Michael Hartmann en “Pueblo de Dios” 2/2020
Al comienzo del año litúrgico resplandece la luminosa estrella de la aparición del Señor en este mundo,
también largo tiempo después de Navidad dentro de la cotidianeidad eclesial..

Así también hoy, en este segundo domingo del ciclo litúrgico.
En las Lecturas de este domingo,
llega de nuevo la palabra de Isaías, el profeta del “Adviento”,
el precursor de la llegada de Dios en medio de nosotros.

En el Evangelio se trata otra vez de Juan Bautista,
y del auténtico Evangelio festivo de la aparición del Señor,
el Bautismo de Jesús en el Jordán,
sobre el que desciende el Espíritu de Dios, experimentable para todos.

Por medio de Isaías atestigua el propio Dios:
El envío del servidor de Dios prometido y venidero
es no sólo para alentar al antiguo Pueblo de Dios
y conducirle hacia Jerusalem, por tanto a la ciudad de Dios.
Su vocación va aún más lejos:
Dios le hace Luz de las naciones,
Luz para todos los pueblos del mundo
y abarcando la salvación,
que alcanza hasta el fin de la tierra.
Juan señala al ser humano Jesús de Nazaret,
con el que, hasta este momento, nadie le había unido.
De este Desconocido dice él sin peros que valgan:
“¡Ved al Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo!”
Aquí ya queda en el aire la pregunta:
“¿Quién puede perdonar pecados sino sólo Dios?”  (Mc 2,7)
Pero Juan refuerza su testimonio:
“Yo ví que el Espíritu descendía del cielo en forma de paloma y se quedaba sobre Él.”
Y: “El que me ha enviado a bautizar con agua, me ha dicho:
Sobre el que tú veas que desciende el Espíritu y que permanece sobre Él, éste es el que bautiza con el Espíritu Santo.
Yo he visto esto y doy testimonio: Él es el Hijo de Dios.”

Con esta afirmación Juan subraya el testimonio de Isaías:
Él es Luz de las naciones y salvación para todo lo que vive en la tierra.

A cada uno de nosotros se le presenta esta pregunta:
¿Qué papel juega este Jesús –y con Él y a través de Él, Dios- en mi vida y en mi cotidianeidad?
O preguntado de otra forma:
¿Quién o qué marca mi vida?
¿De quién he recibido mis valores y actitudes fundamentales?
¿A quién tengo qué agradecer, que vea en mi vida un sentido?

¿Fueron todos los encuentros que marcan,
que han  influido decisivamente en mi desarrollo,
fruto del azar?
¿Una concatenación de felices circunstancias?
O ¿no debiera decir más acertadamente que lo decisivo se lo tengo que agradecer a Dios?
¿No es a Él, al que en último término tengo que agradecer todos estos encuentros?
¿No es Él, el que me ha acompañado durante todos estos años en lo bueno y en lo malo
y sobretodo también me ha protegido?

A mí el hacerme estas preguntas y ocuparme en ellas
me aporta probablemente cada vez más conocimiento:
Dios me ha marcado más de lo que
yo había pensado hasta ahora.
Y mi encuentro con Jesús
- desde la temprana niñez o en los años posteriores
ha dejado claras huellas - ¡gracias a Dios!

Estos exámenes tienen consecuencias:
* ¡Yo puedo claramente comenzar mi vida más tranquilo!
Porque puedo esperar:
Dios en el futuro también me acompañará con seguridad.
* Él regala sentido a mi vida, aunque a veces parezca que no tiene sentido.
Más aún: ¡Él mismo es el sentido de mi vida!
* De este conocimiento gano una increíble libertad
*¡Todo esto me permite respirar y percibir alegría en mi propia vida – alegría de la mano de Dios!

Amén
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