Homilía para
el Domingo de la
Santísima Trinidad

11 Junio 2017
Autor: P. Heribert Graab S.J.
Conforme a mi homilía para el domingo de la  Trinidad de 2009.
En el domingo de la Santísima Trinidad
la Iglesia celebra el misterio de Dios.
Aquí chocamos todos muy rápidamente con nuestros límites.
Quizás podamos al menos conseguir una pequeña idea de lo que hoy celebramos,
si nos miramos a nosotros mismos
y partimos de que nosotros, según el testimonio
de la Sagrada Escritura, somos creados a imagen y semejanza de Dios.
Quizás sea posible, en una mirada a nosotros mismos y a nuestras experiencias con nosotros mismos que cojamos al vuelo al menos una brizna del misterio de Dios.

En cada uno de nosotros se halla profundamente
la insaciable nostalgia de amor.
Sólo en la seguridad de relaciones amorosas
podemos en general convertirnos en seres humanos.
Es de suponer que de esta experiencia se siga que
el propio Dios, a cuya imagen y semejanza hemos sido creados, sea amor en el núcleo de Su esencia.
Y ciertamente esto nos lo confirma la Sagrada Escritura.
Casi en cada página.

Tomemos un poco de tiempo de silencio:
Lo que hace que nos salga de forma casi natural
la declaración de que “Dios es Amor”
y muy posiblemente más allá de clichés corrientes y de simples banalidades.

Silencio

En todo caso, amor requiere relación y crea relación.
Finalmente amor también significa identificación y entrega.
Esto lo experimentamos –cuando se consigue–
en relaciones interhumanas amorosas.
Quizás conozcan ustedes por la tradición judía esta maravillosa historia de Rabbi-Mojsche-Lejb:
En la víspera de un día de fiesta,
toda la comunidad esperaba vanamente a su Rabbi.
Cuando él iba para rezar,
en el camino oyó que un niño lloraba en una casa.
Entró en ella y vio que la madre se había marchado a rezar y el niño se había quedado solo.
El Rabbi tuvo compasión del niño
y jugó con él mucho tiempo hasta que
cansado se durmió.
Entonces él se fue a la casa de oración.

El Rabbí sufrió con el niño,
se identificó con él en su necesidad,
retrasó todo lo demás
y, en ese momento, se entregó totalmente a este niño
incluso, en cierto modo, se hizo, uno con él.

De una total identificación y autoentrega,
se trata en el relato de Jesús de aquel samaritano,
que en el camino de Jericó vio a un hombre,
que había sido apaleado y robado por los ladrones.

En un segundo tiempo de silencio, por favor, recuerden ustedes experiencias propias de relaciones personales:
Hubo o hay situaciones,
en las que tanto se hace un con la otra o con el otro,
que ustedes entienden también sin palabras, lo que el otro o la otra piensa,
lo que siente, lo que le hace sufrir, lo que le alegra…

Silencio

En mi vida como sacerdote he experimentado sobre  todo una unidad íntima totalmente profunda
en el encuentro con parejas mayores:
* En la celebración de algunas bodas de oro me encuentro continuamente con personas que, hasta en los gestos de la cara se asemejan debido a su caminar juntos en el amor;
* personas, cuya ternura madura expresa de forma creíble su unidad y su mutua correspondencia;
* personas que en la alegría y en el dolor viven juntos y el uno para el otro;
* personas, que también en la enfermedad y en los achaques de la edad son el uno para el otro y viven en la amorosa entrega.

Ahora con este fondo quisiera volver a la cuestión de entrada sobre el Dios Trinitario:
Ya se dice de amarse a sí mismo que es hacerse uno
consigo mismo.
Pero también si se ama a otro,
se trata también de unidad, pero unidad en la diversidad.

Pero ahora es no sólo conocimiento humano
- como dice Pablo –“imperfecto”.
“Imperfectas” son más bien todas nuestras relaciones.

En Pablo se continúa diciendo:
“Cuando llegue lo perfecto
desaparecerá lo imperfecto.” (1 Cor 13,9 s)
Esta perfección es en Dios presencia eterna
y esto de un modo inimaginable e insospechable.

Silencio

Unidad en la diversidad.
Nosotros expresamos la diversidad en Dios, hablando de “tres Personas”,
aunque según nuestro entendimiento,
las “personas” se definen por su autonomía.
Los matrimonios pueden en una larga vida de unión amorosa crecer juntos también en una asombrosa unidad, pero continúan siendo dos personas independientes.
Pero en Dios incluso está superada la aparente oposición entre diferencia personal y unidad indisoluble-divina.

Así Jesús puede decir:
“El Padre y Yo somos uno” (Jn 10,30)

Jesús dice precisamente:
“Todo lo que el Padre tiene es mío”
Y lo que “el Padre” es
y lo que al mismo tiempo es “del Hijo”
se nos regala
con el auxilio del Espíritu Santo. (vgl. Jn 16,13-15)

Silencio

El “misterio” de Dios permanece.
Y, sin embargo, podemos a la vista de este misterio
y lo que de él se abre para nosotros,
comprendernos mejor como “imágenes de Dios”
y sacar consecuencias de ello
para nuestra propia encarnación
y para un “antropomorfismo”
o precisamente también para una “divinización” del mundo,
para que el mundo esté cada vez más cerca de su destino que es ser “Reino de Dios”.

No se puede tratar de allanar diferencias o incluso de satanizarlas.
Más bien se trata, por la fuerza del amor de Dios,
de hacer posible la unidad en la diversidad:
  * en una Iglesia plural a veces hasta el desgarro
  * sin embargo, católica,
  * en la multiplicidad del ecumenismo, que, sin embargo, es la única Iglesia de Jesucristo,
  * en la abundancia de religiones, culturas y pueblos diferentes, en las que los hijos de un único Padre expresan la riqueza de los dones de la creación de Dios,
  * en la multiplicidad de talentos, caracteres y carismas diferentes – también en nuestro entorno inmediato.
En este complejo y casi caótico mundo multicolor de la vida,
descubrir el “hilo rojo” de la unidad,
que Dios ha tejido
y que también actualmente está dentro
- a pesar de todo la confusión humana-
este servicio a la unidad en la diversidad
es nuestra misión,
que se nos encarga de nuevo hoy en el domingo de la Trinidad.

Amén.
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