Homilía para el Domingo Trigésimo Primero del ciclo litúrgico A
5 Noviembre 2017
Lectura: Mal 1, 14b-2.2b.8-10
Evangelio: Mt 23,1-12
Autor: P. Heribert Graab S.J.
No se tan sencillo como sacerdote predicar sobre dos textos bíblicos, que se vuelven ambos precisamente
contra los sacerdotes.
Pero quizás podamos todos nosotros mutuamente aprender una u otra cosa de estos textos.

La lectura del profeta es pronunciada muy en general:
“Vosotros os habéis desviado del camino
y con vuestra enseñada habéis servido de tropiezo
a otros” se dice aquí por ejemplo.
O: “No os mantenéis en mis caminos
y veis en vuestra reprimenda a la persona.”
El segundo plano:
En el tiempo del origen del libro de Malaquías después del exilio, no hay ningún rey en Israel,
y la responsabilidad sobre el pueblo
recae en gran parte en el sacerdocio.
Pero se hace trampa y se dobla hacia atrás:
El dinero desemboca en cajas negras;
las víctimas de poco valor se aceptan a regañadientes,
según de quien vengan.
Pero ¿cómo puede, quien sólo tiene una determinada clientela ante la vista, -una clientela de la que él mismo se puede aprovechar-
cómo puede alguien así enseñar los caminos de un Dios creíble?

Aquí queda totalmente claro
que hay una perversión de la responsabilidad
en todas partes,
donde las personas tienen responsabilidad e influencia, entonces como hoy.
Pero ¡miremos sobre todo al Evangelio!
Se trata de la misma problemática.
La crítica de Jesús a los responsables de Su época
es francamente como la del profeta,
pero Jesús es algo más concreto en lo que Él dice:
•    En primer lugar, Jesús habla de lo muy distanciado que está con demasiada frecuencia lo que se anuncia y lo que uno mismo vive.
•    Segundo, Él reprocha a los escribas y fariseos que quieran endosar a las personas duras cargas, pero que ellos no muevan un dedo para llevar tales cargas.
•    Y tercero, que ellos den valor a una fachada resplandeciente, con la que su interior no coincidiría de ningún modo.

En este tercer punto se refiere Jesús los primeros puestos en la sinagoga, que son importantes para ellos porque de este modo son vistos por la gente;
también los títulos honoríficos con los que quisieran que les dirigiesen la palabra;
sin dejar de tener en cuenta los magníficos accesorios de su vestimenta.
Todo esto es para nosotros absolutamente familiar.
Y no sólo en la Iglesia,
sino también en todos los demás ámbitos.

En la sacristía de Sankt Peter cuelga desde hace poco una impresionante pintura del pintor austríaco Oscar Stocker “Jesús es despojado de Sus vestiduras”.
Precisamente sobre la mesa de revestirse de los sacerdotes es este contraste una exhortación permanente también para no dar valor en la liturgia sobre todo a las apariencias.

Nuestro profesor anterior de derecho canónico declaró en una conferencia, con una cierta suficiencia en la voz, los diferentes títulos en la Iglesia y no olvidó nunca mencionar
que el título iba unido a una prenda de vestir
que lo caracterizaba.
El Papa Francisco suprimió recientemente el título honorífico más divulgado con prenda de vestir característica, el de Monseñor.

Personalmente me siento continuamente afectado de forma especial por un versículo del Evangelio de hoy:
“No llaméis Padre a nadie en la tierra
porque sólo uno es vuestro Padre, que está en el cielo.”
Yo me dejo llamar “Padre”
como es tradición evidente en casi todas las Órdenes religiosas.
En esto me dejan pensativo los franciscanos que hace algún tiempo renunciaron en gran parte a esta tradición.
A los franciscanos, según la regla de la Orden, sólo se puede uno dirigir aún como “hermano”, tanto si está ordenado como si no lo está.
(Lo mismo sucede con los Hnos. de San Juan de Dios.)

Aunque la crítica de Jesús se dirige sobre todo a las autoridades religiosas, no debiéramos pasar por alto lo siguiente:
Todos nosotros estamos continuamente en tentación,
con medios muy superficiales  y con efectos de espectáculo y por eso tenemos que  fortalecer nuestra conciencia y ganar atención y apreciación en nuestro entorno.

Un problema mucho más allá de la Iglesia podría ser también la discrepancia entre exigencia y realidad.
Esta discrepancia aparece en todas partes donde los seres humanos tienen autoridad y, al mismo tiempo,
esta discrepancia mina la autoridad.
Por ejemplo, esto es válido en la familia cuando los padres confrontan a sus hijos con (bien entendido: autorizadas) exigencias, que evidentemente ellos no cumplen.

Jesús opina que deberíamos observar tales exigencias;
al mismo tiempo una antigua experiencia pedagógica conserva su validez a pesar de estas palabras de Jesús:
ciertamente la transmisión de los valores
y de las orientaciones éticas y religiosas,
no tiene lugar en el primer momento por medio de exhortaciones y consejos,
sino sobre todo mediante el ejemplo vivido.

Bajo esta consideración, en la Iglesia el Papa Francisco es una suerte:
Gana a las personas no tanto por la autoridad de su cargo, sino sobre todo por la autoridad personal,
que él se gana porque intenta vivir  de forma creíble y convincente lo que predica.

Criterio de una fe cristiana vivida y convincente
es y continúa siendo el propio Jesucristo y Su vida terrenal.
No anuncia sólo el amor a Dios y al prójimo,
como primero y único mandamiento.
Él practica más bien ese amor
en Su relación muy personal con el Padre
y en todos los encuentros con personas,
sobre todo con los pequeños y los pobres,
con los débiles y los enfermos.

Detrás de esto se halla Él totalmente con Su propia praxis de vida, por ejemplo cuando Él dice en el Sermón de la Montaña:
“Cuando des limosna, no vayas pregonándolo, como hacen los hipócritas en las sinagogas y en las calles para que los alaben los hombres…
Cuando tú des limosna
tu mano izquierda no debe saber lo que hace tu mano derecha…
Y cuando oréis, no seáis como los hipócritas,
a quienes les gusta orar de pie en las sinagogas y en
las esquinas de las calles,
para que los vea la gente…
Pero tú cuando ores
entra en tu habitación, cierra la puerta y ora a tu Padre que está en lo secreto…” (Mt 6,2-6)
Jesús concluye todo este pasaje del Sermón de la Montaña, diciendo:
“El más grande entre vosotros debe ser vuestro servidor.
Pues el que se ensalza será humillado y
el que se humilla será ensalzado.”

Amén
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