Homilía para el Domingo Vigésimo Tercero del ciclo litúrgico A
10 Septiembre 2017
Lectura: Ez 33,7-9
Evangelio: Mt 18,15-20
Autor: P. Heribert Graab S.J.
„Cargamos con la responsabilidad unos de otros“
¡es un tema de este domingo!
Naturalmente se dice que la ‘responsabilidad de unos con otros’ es en primer lugar ‘ayudarse mutuamente en la necesidad’.
En este sentido nos resulta familiar el relato de Jesús del samaritano misericordioso.

El Evangelio de hoy nos resulta familiarmente menos claro.
También se trata de la ‘responsabilidad de unos con otros’,
concretamente de la llamada ‘corrección fraterna’,
por tanto, de la responsabilidad de reprender de forma mutua y fraterna. En las faltas de unos contra otros o contra la comunidad.

Ante este modo de ‘responsabilidad de unos con otros’ nos abrumamos cuando nos ocurre.
Justamente, dado el caso, expresamos la crítica de forma vehemente e incluso exagerada,
nos hacemos reproches mutuos y además aceptamos una nueva desavenencia.
Con frecuencia tampoco discernimos entre la crítica a una determinada conducta
y un ataque global e hiriente a la persona.

En el Evangelio se trata hoy de algo muy diferente:
Jesús opina que nos debiéramos ayudar mutuamente,
examinar verdaderamente las faltas y después corregirlas.
Esto sólo se puede alcanzar si me acerco al otro amistosamente (= “fraternalmente”) y me gano su confianza.
Además esto sólo sucede, si puedo escuchar, pongo atención en el punto de vista del otro y estoy preparado, si las circunstancias lo permiten,
a corregir también la propia falta.
Por eso Jesús recomienda en primer lugar diálogos entre dos personas (cuatro ojos).
Por regla general, debían ser suficientes estos diálogos personales.

Si estos diálogos tampoco dan resultado en el tercer o cuarto intento,
Jesús no dice:
Ahora has hecho suficiente, ahora puedes abandonar el asunto y al otro públicamente hacerle polvo.
Jesús más bien dice:
“Si no te escucha, toma contigo uno o dos hombres,
para que el asunto quede zanjado por dos o tres testigos.”

Con ello Él eleva el enfrentamiento con la comprensión de Su época en un plano legal –
¡por supuesto en el marco de la comunidad!
Sin embargo, a mí me parece que se puede demorar el requerimiento a otra u otras dos personas,
también para interpretar en un plano de relaciones interpersonales general.
A fin de cuentas se trata de ganar a un ser humano para una comunidad constructiva.
Por tanto, si a mí esto no me sale bien –por los motivos que sea-,
posiblemente podría salirle bien a otros,
que estén personalmente más cerca del implicado,
que estén unidos a él amistosamente
y tengan su confianza.
Si tampoco este intento da resultado,
Jesús recomienda un tercer paso,
que no significa siempre: ¡Ahora puedes seguir un proceso legal contra tu hermano!
Jesús dice más bien:
“Si tampoco escucha, entonces dígase a la comunidad.”
Desgraciadamente nuestras comunidades hoy no tienen apenas instrumentos y mucho menos praxis
para tratar de forma constructiva las faltas de sus miembros.
El “Sacramento de la Reconciliación”
se ha desarrollado en una dirección muy individualista y además hay niveles antepuestos
como el derecho canónico y sus posibilidades.

En todo caso se ganaría mucho en nuestras comunidades, pero también en nuestra relación personal (p.e. en la familia) y en la convivencia social.
si, al menos en los dos primeros pasos, nos orientásemos hacia el camino de la reconciliación, recomendado por Jesús.

Pero tampoco podemos cancelar la contemplación de nuestro texto en esta parte.
Por el contrario, aquí debiéramos aún lanzar una mirada a la Lectura de Ezequiel,
aunque nos arriesguemos en un conflicto
con nuestra propia fe en un Dios misericordioso.

En el Evangelio, Jesús pide como “ultima ratio”,
si todos los demás intentos de reconciliación han fracasado:
Entonces se debe tratar al implicado “como a un pagano o publicano”, concretamente: ¡Despedidle! ¡Expulsadle de la comunidad!

El texto de Ezequiel aún prosigue:
Cuando un culpable no se convierta
a pesar de todas las exhortaciones,
tiene que morir.
Y tú mismo morirás si no le hablas al culpable
y no haces ni siquiera el intento
de moverle a la conversión.

Esto suena muy duro e inmisericorde.
¿Cómo se armoniza esto con la misericordia de Dios?
¡Dios necesita para tener éxito toda nuestra cooperación en un mundo marcado por el amor,
la justicia y la misericordia!
Experimentamos actualmente sed de poder, odio y violencia, pero también, por ejemplo,
la explotación de la Creación arrastra masivamente
a la muerte sobre todo a inocentes, pero al final también a los culpables.

Cuando no percibimos nuestra responsabilidad,
cuando nos mantenemos al margen, cuando callamos, entonces nos hacemos cómplices de la muerte de este mundo y de nuestra propia muerte.

Por lo tanto, los textos nos confrontan con las consecuencias de nuestra culpa y no en último lugar con aquella indiferencia con la que nos apartamos del camino de la responsabilidad de unos para con otros.
Para ser exactos hay un acto de misericordia divina,
a la que los textos bíblicos nos abren los ojos
para las consecuencias de nuestro actuar o precisamente también del no-actuar.

Lo que vosotros “atéis”, por tanto, lo que vosotros fijéis en leyes hostiles o
también en una egoísta praxis existencial
esto “vale” y actúa con todas sus consecuencias.
¡Así el ‘cielo’ no puede cambiar nada en este mundo!
Sin embargo, es válido también con todas sus consecuencias lo contrario,
lo que desatéis de conexiones culpables portadoras de muerte.
Y también esto tiene ‘validez’ tanto en este mundo como en el mundo de Dios.

Por tanto, Jesús pide de nosotros –como ya Ezequiel-
una colaboración activa.
Pero si todo nuestro compromiso parece ser vano,
finalmente Jesús habla de una última y urgente alternativa:
“Todo lo que dos o tres pidáis en la tierra juntos,
lo recibiréis de mi Padre celestial.”
Esta condescendencia prometida con la oración depende del Sí libre de las personas implicadas:
Dios lo hará todo para moverlas a la reconciliación.
Contra un No obstinado a la reconciliación
Dios es impotente.

A pesar de todo es motivo de nuestra esperanza
la segunda promesa de Jesús:
“Donde dos o tres se reúnan en mi Nombre,
allí estoy Yo en medio de ellos.”

Amén
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