Homilía para el Domingo Vigésimo Segundo del ciclo litúrgico A
3 Septiembre 2017
Lectura: Jer 20,7-9
Evangelio: Mt 16,21-27
Autor: P. Heribert Graab S.J.
La Lectura veterotestamentaria relata
la historia de la vocación del profeta Jeremías.
El Evangelio trata de la vocación de Jesús.
Ambas experiencias de llamamiento tienen sobre todo en común:
Las consecuencias llegan a lo substancial-
la vocación trae consigo burla y sarcasmo
e incluso una muerte violenta.

Los textos bíblicos sugieren una reflexión hoy sobre profesión y vocación en nuestra vida.

1. Pregúntense ustedes mismos en primer lugar:
¿Qué significa para mí “vocación”?
Para mí ¿tiene la palabra “vocación” una dimensión religiosa?
En esto ¿entra Dios en juego?
¿Interviene Él en mi vida?
Y en mi comprensión personal
¿tiene algo que ver “profesión” con “vocación”?

Silencio

2. En una sociedad con la secularización en aumento se pierde casi totalmente de vista una comprensión religiosa de la vocación.
Se añade a esto que hoy muchas personas dan gran valor a una configuración existencial con la mayor autonomía posible.
Con este fondo parece casi imposible tener en cuenta con seriedad una llamada de Dios.

Pero por otra parte hoy en día innumerables personas esperan más humanidad, bondad y justicia
y finalmente paz y justicia;
ellos esperan lo que los cristianos denominamos “Reino de Dios”, ni más ni menos.
Y a ello alude en último término cada llamada de Dios.

Por tanto, nos preguntamos:
¿He renunciado, según la tendencia de la moda,
a contar con la llamada de Dios?
O ¿soy consciente por lo menos ahora
de que Dios llama a todo cristiano –por tanto, también a mí- a contribuir con mi aportación individual a la llegada del Reino de Dios en este mundo?

Silencio

3. Aquí surge la antigua pregunta: Verdaderamente ¿cómo llama Dios?
Y ¿cómo puedo yo “escucharle”?

Naturalmente Dios puede llamar también hoy
por medio de razones indudables,
por motivaciones inevitables, por ‘flashes del Espíritu” o ‘visiones’ o como se puedan denominar tales experiencias imponentes.

Por regla general, esto podría suceder de forma claramente “más sobria”.
por ejemplo en reflexiones y diálogos tranquilos,
en situaciones y encuentros propicios para la reflexión;
y, en general, en experiencias totalmente cotidianas.

Por favor, reflexionen sencillamente en silencio,
cuándo y dónde han tenido ustedes estas experiencias,
por medio de las cuales ustedes pudieron reconocer un llamamiento personal
o por lo menos muy sencillamente la voluntad de Dios para una situación totalmente determinada.

Silencio

4. Naturalmente se necesitan criterios ayudadores
para filtrar todo lo que se remueve en nosotros de deseos, impulsos e ideas sugestivas, para filtrar lo que verdaderamente es voluntad de Dios para mí.
Para este fin, Ignacio de Loyola en sus Ejercicios concibió las Reglas para el Discernimiento de Espíritus.
Una buena invitación sería leer estas ‘Reglas’en silencio, durante el transcurso de la semana  y dejarse estimular por ellas.

Silencio

5. Un último impulso ante las dos Lecturas de la Escritura:
Ser llamado o enviado por Dios no tiene imprescindiblemente nada que ver con ‘diversión’.
La llamada de Dios le depara a Jeremías ‘burla y sarcasmo’;
a Jesús Su misión le aporta Pasión y Muerte.

Por desgracia, nuestra Iglesia ha dado la impresión continuamente de que este sufrimiento corresponde a la voluntad de Dios.
Con sinceridad:
¡Esta idea no corresponde en absoluto a mi imagen personal de Dios!
Según mi fe personal, el sufrimiento humano no tiene nada en absoluto que ver con la voluntad de Dios.
¡Bien entendido, que esto también hay que aplicarlo a la muerte en Cruz de Jesús!

La voluntad de Dios es más bien
un mundo de justicia y de paz,
así como una convivencia humana marcada por el amor.
Expresado de otra forma: La voluntad de Dios es lo que Jesús ha anunciado y vivido como “Reino de Dios”
Pero Dios sólo puede atraer el Sí del ser humano,
pues si el ser humano estuviera sin libertad,
no sería verdaderamente un ser hecho a imagen y semejanza de Dios.

Por consiguiente: La misión de Jeremías y tanto más la misión de Jesús
y finalmente también nuestra vocación como cristianos están de forma exclusiva al servicio del Reino de Dios, por tanto del Reino del amor.
El propio Jesús conoce el misterio de la maldad humana, que ha anunciado lucha contra a llegada del Reino de Dios en todas las épocas.
Jesús dice:
“Porque vosotros no pertenecéis a este mundo (maldad) porque Yo os elegí (para el Reino de Dios), por eso el mundo os odia.
Pensad en las palabras que os he dicho:
El esclavo no es más que su señor.
Si a Mí me han perseguido, también os perseguirán a vosotros; (también es válido:)
si ellos han aceptado mis palabras,
también aceptarán las vuestras.” (Jn 15,19-20)

Por tanto esta es la posibilidad de toda vocación divina:
porque a fin de cuentas tiene éxito
ganar el libre consentimiento de las personas
para el amor, la paz y la justicia
y con ello un “Sí” libre al Reino de Dios venidero.

Amén.
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