Homilia para el Domingo Séptimo
del ciclo litúrgico A

19 Febrero 2017
Evangelio: Mt 5, 38-48
Autor: P. Heribert Graab S.J.
También hoy de nuevo: ¡El Sermón de la Montaña!
Amor a los enemigos y no violencia son las auténticas exigencias con las que Jesús nos confronta.
Con la no violencia ya se trató hoy hace cuatro semanas.
Por ello hoy se debe poner en primer lugar el amor a los enemigos.

Quizás comencemos con una reflexión personal:
¿Tengo enemigos?

Un momento de silencio

¡Auténticos ‘enemigos’ yo no tengo y probablemente ustedes tampoco!
Pero es cierto que no nos llevamos bien con todas las personas;
no encontramos desde hace mucho tiempo amables y simpáticos a todos aquellos con los que tenemos que tratar.
Hay mucho de contemporáneos desagradables, colegas envidiosos, vecinos nerviosos e incluso en la propia familia gente, que nos pone a cien por hora.

¡No, no encontramos a todos agradables y simpáticos!
¡Ni siquiera nosotros tampoco lo somos!
Y esto tampoco lo quiere decir Jesús cuando habla del amor.
Amor no significa en primer lugar aquel sentimiento de afecto y simpatía, que nos hace tanto bien.
Amor significa sobre todo decir SÍ al otro,
y aceptarle en su dignidad humana y apreciarle.
Entonces significa concretamente:
Respetar a los demás en su dignidad,
volverse hacia el otro,
en lugar de ignorarle conscientemente y no hacerle caso.
Pero esto también significa estar frente a él formalmente y sobre todo para apoyarle y ayudarle
cuando él me o nos necesite.

Por tanto, Jesús habla en este sentido del ‘amor a los enemigos’.

Y esto es, aunque creamos que no tenemos ningún enemigo, ¡un reto totalmente actual y diario también para nosotros!
Pues naturalmente Jesús tiene en mente a todos los desagradables contemporáneos con los que posiblemente no quisiéramos tener que tratar,
pero nuestra vida diaria nos impide prescindir de ellos.
¡El mandamiento del amor de Dios nos afecta siempre con aquel que también en la vida profesional y en todos los demás ámbitos de la vida tenemos que tratar.

Para Jesús y para la Sagrada Escritura en conjunto
en nuestra vida en común siempre es más importante lo común y lo que une que lo que separa:
todos somos criaturas de Dios,
todos somos creados como seres humanos a imagen de Dios,
todos nosotros somos amados por Dios,
todos nosotros somos llamados a la plenitud de la salvación en comunión con Dios.
Por todos nosotros se comprometió Jesús hasta morir en la Cruz.
Todo esto lo remite Jesús al Padre celestial:
“Él hace salir Su sol sobre buenos y malos,
y hace llover sobre justos e injustos.”

Jesús concreta la palabra del ‘amor a los enemigos’
es decir, a un prójimo “sin si pero no”
en Su relato del samaritano misericordioso:
precisamente es ‘enemigo de Samaria’,
precisamente es seguidor de otra religión,
precisamente es el que interrumpe su viaje
para ayudar al que ha caído en manos de los ladrones
y preocuparse de él: Mucho más allá de una primera ayuda.
¡Con ello Jesús marca una pauta de ningún modo inaudita!
Él se puede referir más bien a la Torá,
a la sabiduría de Dios transmitida:
“Al extranjero que reside junto a vosotros,
le miraréis como a uno de vuestro pueblo,
y lo amarás como a ti mismo;
pues forasteros fuisteis vosotros en la tierra de Egipto.
Yo soy el Señor vuestro Dios.” (Lv 19,34)

En tiempos de corrientes mundiales de refugiados es no sólo de rabiosa actualidad el Sermón de la Montaña por el ‘amor a los enemigos o también a los extranjeros’ sino que se concreta en el relato del la samaritano.
Recientemente ha defendido un político muy significativo y ‘buen católico’ la negativa a una cultura de bienvenida a Europa contra las llamadas ‘buenas personas’, afirmando con toda seriedad que el mandamiento cristiano del amor al prójimo se refiere exclusivamente a la familia y al círculo de amistades, así como al propio pueblo.
Con ello, él representa una postura que se extiende desgraciadamente como una epidemia entre los cristianos de Europa y Norteamérica.

Quisiera proponerles tres preguntas esta semana:
1. ¿Creo que en ‘realidad’, es decir en cualquier ‘circunstancia’, la exigencia del Sermón de la Montaña conduce al absurdo?
Y ¿podría ser que yo, por el contrario, tenga que cuestionar, a consecuencia del Sermón de la Montaña,
la dictadura de las supuestas circunstancias
y cambiar la realidad?

2. La segunda pregunta apunta a nuestro entorno concreto con aquellos que sencillamente no nos son simpáticos:
¿Tengo que examinar eventualmente mi conducta a la luz del Sermón de la Montaña y quizás también corregirla?
(Hay que reflexionar sobre que no es condición de Jesús, apartar sencillamente del camino los conflictos.
Después los asuntos conflictivos “hacen ruido” continuamente en mí).

3. ¿Cómo mínimo se me ocurre también de vez en cuando orar por los ‘antipáticos’ de mi entorno, como aconseja Jesús en el Sermón de la Montaña?

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