Homilía para el Domingo Sexto del ciclo litúrgico A
12 Febrero 2017
Lectura: 1Cor 2,6-10
Evangelio: Mt 5, 17-37
Autor: P. Heribert Graab S.J.
De nuevo escuchamos en el Evangelio un pasaje del Sermón de la Montaña.
Ciertamente ya nos fue dada la grandiosa promesa:
Vosotros sois la sal de la tierra, la luz del mundo y
la ciudad sobre la montaña.
Y ahora, inmediatamente en conexión con esto
parece ponerse en juego el “deber”
y –en todo caso a primera vista-
de un modo muy autoritario y radical:
“Vosotros habéis oído, que se dijo…
pero Yo os digo…”

Se trata de la cuestión de cómo hay que tratar
en el Reino de Dios con normas y leyes.
Jesús da a esta cuestión respuestas ‘radicales’ en una larga serie de ejemplos concretos.
‘Radicales’ son las exigencias, pero no en un sentido cuantitativo:
¡Hacéis demasiado poco! ¡Claramente tenéis que rendir más!
Más bien las exigencias son ‘radicales’ en el original y cualitativo sentido de esta palabra:
No os quedéis en el ‘cumplimiento’ superficial de normas y párrafos:
más bien estad atentos y penetrad hasta las raíces
(por tanto, hasta lo radical).
Preguntaos por el sentido subyacente de una ley,
preguntaos por la sabiduría y el Espíritu, que está dentro de toda norma.
¡Y desde esto orientad vuestra vida!

Ciertamente en este sentido se dice hoy en la Lectura paulina:
“¡Os anunciamos la sabiduría  - no la sabiduría de este mundo o de los poderosos de este mundo,
sino el misterio de la sabiduría escondida de Dios!”
Naturalmente la sabiduría de Dios está también
en Sus ‘instrucciones’ y son válidas para indagar
en una reflexión iluminada por la fe
en lugar de seguir ciegamente la letra de la ley.
El propio Jesús practica este ahondar reflexivo en la sabiduría de Dios, en todo lo     que hace:
Un sobresaliente ejemplo de ello es la advertencia repetidamente transmitida:
¡La ley, por tanto la instrucción de Dios, es para
el ser humano y no al contrario, el ser humano
para la ley!

Por ejemplo, cuando Jesús interpreta
el mandamiento del Sabbat, naturalmente Él no lo deroga y tampoco lo relativiza:
¡El Sabbat es santo e inviolable para el ser humano!
“¡El cielo y la tierra pasarán
pero no pasará la letra más pequeña de la Ley!”
Pero ciertamente por ello hay que observar
que este mandamiento es puesto a favor del ser humano y no en contra suya.
Esto sucedería si una persona sufriese o incluso muriese porque a un médico le fuera prohibido por referencia al mandamiento del Sabbat curar a esta persona.

De cualquier modo todas las antítesis del Evangelio de hoy son actuales:
Tomen ustedes, por ejemplo, la antítesis del transmitido: “¡No matarás!” y pónganlo en referencia al actual acoso cibernético,
es decir, a muchas invectivas,
que son divulgadas en los llamados medios sociales.
Entonces valdrían para los autores, según las palabras de Jesús:
Deben ser arrojados al juicio o incluso al fuego del infierno.
Merece la pena reflexionar sobre lo que esto hoy podría significar y qué consecuencias se seguirían de ello.
En las discusiones eclesiales internas es de rabiosa actualidad la antítesis del divorcio.
La perspectiva unilateral y masculina del lenguaje
es, desde la mirada actual, cada vez más enojoso.
Pero no nos dejemos desviar por el contenido de la declaración, que va al núcleo:
El Sermón de la Montaña protege aquí consecuentemente el elevado bien de la fidelidad
y confirma lo que muchas personas se desean en lo más profundo, una relación que tenga consistencia y perdure.
Naturalmente está en segundo plano también
el conocimiento de cómo muchos cónyuges se hieren mutuamente en situaciones de separación y de divorcio y se sienten heridos.
En general se trata aquí del amor vivido concretamente, no sólo cuando sale el sol sino también en los días grises.

Naturalmente la Iglesia está obligada a mantener la postura de Jesús:
El Sí obligatorio del amor conyugal es irrevocable.
Pero con la misma naturalidad la Iglesia está también obligada a la praxis de la misericordia de Jesús.
Jesús sabe perfectamente que las muchas complicaciones del transcurso de la vida humana
no se pueden resolver por medio de la imposición de párrafos.
Se debía reflexionar sobre que ya el Sermón de la Montaña menciona una excepción de la “indisolubilidad” del matrimonio, es decir,
el “caso de impudicia”.
No sabemos si esta formulación procede de Jesús o de Mateo;
tampoco sabemos lo que aquí se quiere decir con ‘impudicia’.
Pero no se puede negar que ya
el Sermón de la Montaña parte de que las excepciones pueden ser inevitables - ¡por el ser humano!.
También es cierto: que la Ley es para el ser humano y puede también tener una excepción sólo para el ser humano.
Por tanto, no necesitamos en la Iglesia en primer lugar juristas sino sobre todo creyentes cristianos, que estén en situación de mirar con los ojos de Jesús a las personas y sus situaciones existenciales muy diferentes.
No necesitamos nuevas reglas,
que determinen lo que hay que hacer y lo que hay que dejar de hacer;
necesitamos más bien cristianos mayores de edad
y simultáneamente ‘sabios’ pastores y pastoras de almas, que estén en situación,
de, sobre el fundamento del Evangelio y de su fe,
con conocimiento de los principios y, sin embargo, misericordiosamente marcados por el Espíritu de Dios, encontrar discernimientos y decisiones para personas y situaciones concretas.
Y necesitamos una Iglesia que capacite a sus fieles para estos discernimientos espirituales.
Y esto, por lo demás, no es nada nuevo:
Antiguamente esto se ha denominado formación de la conciencia y no significa “aprender normas de memoria’, sino aprender a juzgar desde la fe de forma responsablemente propia.

Juzgar en la fe de forma fundada, verdadera y ‘sabia’,
seguramente exige mayor esfuerzo que señalar sencillamente párrafos.
En todo caso un discernimiento espiritual así presupone la oración de todos los interesados y afectados.
Me parece que sería una tarea ventajosa para todos nosotros: aprender discernimiento espiritual y esforzarse continuamente para un discernimiento espiritual así, en todo caso cuando juzgamos sobre nosotros mismos, sobre los demás y sobre situaciones existenciales concretas y también
sólo en diálogo.

Amén.
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