Homilía para el Domingo Cuarto del ciclo litúrgico A
29 Enero 2017
Lectura: 1 Cor 1,26-31
Evangelio: Mt 5, 1-12a
Autor: P. Heribert Graab S.J.
Con toda espontaneidad verdaderamente se podría lograr comprensión para todos aquellos, que
con sincero corazón están convencidos de ello:
Estos cristianos son no sólo poco realistas,
sino verdaderamente están ¡locos!.

Ciertamente merece la pena reflexionar sobre ello:
*por qué en la joven comunidad de Corinto no se logra la inteligencia de esta ciudad,
*por qué esta comunidad parece que es un receptáculo de los venidos a menos y de la existencia marginal,
*por qué se buscaría en vano a aquellos, que tienen influjo en esta ciudad, para dar el tono y ejercer el poder.

Pero Pablo constata en el fragmento de su Epístola,
que hemos escuchado hoy, sin ningún pesar, un diagnóstico sociológico:
más bien se pone por montera el usual orden mundial, de este mundo cuando dice:
,,* Dios ha elegido lo necio del mundo para humillar a los sabios,
* y Dios ha elegido lo débil del mundo para humillar lo poderoso.
* Y lo bajo en el mundo, lo despreciable, lo que no cuenta, para aniquilar a lo que cuenta,
de modo que ningún ser humano se pueda vanagloriar ante Dios.

Esta veneración de los valores sencillamente en lo contrario de lo que tiene vigencia en el mundo,
era entonces, en sentido literal, para los ‘ciudadanos  normales’ una locura y hoy no lo es menos.

Y en los oídos de los seres humanos que piensan
de forma realista y razonable suenan las ‘ocho bienaventuranzas’ del Sermón de la Montaña de Jesús como una ‘locura’.
Ahora hay también en la Iglesia muchos ‘realistas’
que piensan de forma razonable.
Por eso, tampoco sorprende que la Iglesia haya tenido problemas en todas las épocas con el Sermón de la Montaña y sobre todo con las ocho bienaventuranzas.
Esto ya comenzó durante la época de la formación del NT:
Lucas, por ejemplo, se refería en la ‘bienaventuranza de los pobres’ muy textualmente a los pobres materialmente y a los que vivían en la miseria,
a los últimos de la sociedad.
Mateo no quería o no podía ser tan radical.
Formulaba esto de forma moderada en un sentido figurado:
“Bienaventurados los que están ante Dios pobremente” (“pobres en el Espíritu”).

La cumbre de las ‘locuras’ cristianas naturalmente es la Cruz tanto entonces como hoy.
Continuamente me abordan sobre todo personas más jóvenes (también cristianos) sin comprensión para la Cruz.
Para no pocos de ellos es precisamente la Cruz,
lo que les impide el acceso a la fe.
Pablo parece haber tenido muy semejantes experiencias.
Inmediatamente ante de los versículos de la Lectura de hoy, se dice en su Epístola a los Corintios:
“Los judíos exigen signos, los griegos buscan sabiduría.
Nosotros, por el contrario, anunciamos a Cristo como el Crucificado, que es escándalo para los judíos y locura para los paganos.
Más para los que han sido llamados, judíos o griegos, Cristo es la fuerza y la sabiduría de Dios.
Pues lo que en Dios parece locura, es más sabio que los hombres;
y lo que en Dios parece debilidad, es más fuerte que los hombres.” (versículos 22-25)

El pensamiento fundamental de Pablo es tan válido hoy como entonces:
Sólo a los ‘llamados’ se les revela el ‘misterio de la Cruz’, como ‘fuerza y sabiduría de Dios’.
Sólo realizado por el don de la fe comprendemos
el sentido de la Cruz como clave de la plenitud
de la vida.
En la fe podemos ver la Cruz a la luz de la mañana de Pascua y entender que la Cruz y la Resurrección forman una unidad:
El escándalo y la locura de la Cruz se convierten en la experiencia pascual de Jesús y de Sus discípulos en ‘fuerza y sabiduría de Dios’.
En Su angustia mortal Jesús grita por el abandono de Dios.
Pero, al mismo tiempo, se entrega en los brazos de este Dios.
Y Dios responde, transformando la muerte en plenitud de vida.
Jesús muere en la plenitud vital divina.

En la muerte de Jesús yace más allá de las épocas una fuerza transformadora.
La fuerza para despertar de la muerte a la vida.
Pero esto también significa:
* Transformar la pobreza en riqueza dadora de vida;
* Transformar la tristeza en alegría;
* Transforma la violencia en afecto, ternura y amor vital.

Esto significa además:
* Ofrecer a aquellos que tienen hambre y sed nuevas posibilidades vitales;
* abrir la contagiosa misericordia de Dios a los que han sido en su vida despiadados y duros de corazón;
* y quitar de nosotros toda culpa paralizante.

Finalmente esto significa:
transformar la sociedad humana en lo que fue desde el principio el mensaje y la meta existencial de Jesús:
* transformar la creación y la humanidad en el ‘Reino de Dios’ prometido y ya venidero;
* por tanto, en una realidad que está marcada por la justicia y la paz;
* en una realidad, en la que alegría y júbilo por la nueva Creación de Dios superan todo mal humor, todo pesimismo, pero también toda difamación y persecución.

La fuerza transformadora de la Cruz y la vida pascual son ya ahora por una parte un obsequio inmerecido, que debemos aceptar con las manos abiertas y un corazón agradecido.
Por otra parte también nosotros podemos y tenemos que aportar nuestra colaboración activa al éxito del Reino de Dios.
El domingo pasado he concretado la no-violencia con ejemplos.
También con la no-violencia parece que se está ‘loco’.
Y sin embargo: la no-violencia vivida y practicada
convierte este mundo en un mundo,
en el que las personas pueden vivir humanamente.
Esto también es válido para cada una de las otras ‘ocho Bienaventuranzas’.
Es absolutamente posible y urgentemente necesario,
ilustrar con ejemplos,
cómo nosotros muy concretamente y en nuestra vida diaria podemos vivir ya, aquí y ahora, cada una de estas promesas.

Quizás puedan ustedes elegir para esta semana una de las llamadas Bienaventuranzas e intentar en
el transcurso de la semana darle a esta promesa manos y pies en su propia vida.

Amén.
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