Homilía para el Primer Domingo de Adviento,
ciclo litúrgico C

28 Noviembre 2021
Lectura: Jr 33,14-16
 Evangelio: Mc 13,24-37
Autor: P. Heribert Grab S.J.
Los textos litúrgicos en el cambio del año litúrgico giran en torno al final de los tiempos.
“Los seres humanos se morirán de angustia
a la espera de los sucesos que después vendrán
sobre la tierra,” dice Jesús en el Evangelio de hoy.
Y en la tradición cristiana el final de los tiempos
va estrechamente unida al “Juicio Final”,
sobre el que habla Jesús en el Evangelio de Mateo.

Pero más que los textos bíblicos una obra de arte famosa ha marcado nuestras representaciones del Final de los Tiempos;
y no en último caso también nuestras ideas a menudo llenas de angustia sobre el fin de nuestra propia vida:
Pienso en  el “Juicio Final” de Miguel Ángel
en la Capilla Sixtina.

Precisamente un Arzobispo de Colonia, Cardenal Frings, decía:
“Los habitantes de Colonia están convencidos:
‘El amor de Dios no es así de duro´
Como Obispo me he preocupado durante mucho tiempo de quitar de la cabeza a los habitantes de Colonia esta imagen de Dios laxa ‘misericordiosa’.
Pero ahora, que me he hecho mayor, es mi gran esperanza que los habitantes de Colonia tengan razón.”

Los textos bíblicos del actual Primer Domingo de Adviento apoyan la longeva sabiduría del Cardenal.
La Lectura de Jeremías habla del Rey del Tiempo Final, que finalmente se ocupará con justicia y razón
y salvará a Su pueblo,
de modo que las personas puedan vivir con seguridad.
Y el Evangelio nos anima a elevarnos, a levantar nuestra cabeza;
porque se acerca nuestra redención, nuestra salvación y nuestra liberación de todas las angustias.

El Papa Francisco totalmente en este sentido no se cansa de hablar continuamente de la misericordia de Dios.
Desgraciadamente hay en nuestra Iglesia no pocos,
que ven en ello un cristianismo “suavizado”,
por no decir: una forma de “sensiblería humana”.
Según la opinión de ellos se trata en la fe sobre todo de una “clara” enseñanza de la Iglesia,
o incluso de los ‘indiscutibles’ y en este sentido ‘duros’ dogmas.

Sin embargo en la Biblia la misericordia es una de las sobresalientes cualidades de Dios.
En la central manifestación de Dios en el Sinaí
se da a conocer JHWH:
“El SEÑOR es un Dios misericordioso y benevolente, lento a la ira y rico en favor y fidelidad” (Ex 34,6)

Con Su parábola del Padre Misericordioso,
Jesús hace propia a Su modo la maravillosa imagen del profeta Isaías de la madre amorosa:
“¿Puede una mujer olvidar a su niño de pecho,
una madre a su hijo carne de su carne?
Aún cuando ella lo olvidara:
Yo no te olvido.” (Is 49,15)

Papa Francisco saca del mensaje de la misericordia de Dios la indefectible consecuencia:
También “la Iglesia tiene que ser un lugar de misericordia, donde todos puedan sentirse aceptados y amados,
donde puedan experimentar perdón y aliento
para vivir en consonancia con el mensaje misericordioso de Jesucristo.
Expresado de otra forma: Necesitamos más una Iglesia misericordiosa para un mundo herido y
sacudido por la angustia.

Otra vez el propio Jesús dice:
“¡Sed misericordiosos como lo es también vuestro Padre!
No juzguéis y Dios no os juzgará.
No condenéis y Dios no os condenará.
Perdonad y Dios os perdonará.
Dad y Dios os dará.
Os verterán una buena medida, apretada, rellena, rebosante, porque con la medida con que midáis,
Dios os medirá a vosotros.” (Lc 6,36-38)
¡Ni hablar de “suavizado”!

Misericordia no tiene nada que ver con ‘sensiblería’;
no se trata en primera línea de un Mit-Fühlen;
más bien se trata de magnanimidad contundente, dinámica.
El ejemplo ‘clásico’ de Jesús es la parábola del samaritano misericordioso (Lc 10,25.37).
Este samaritano no es precisamente ‘ortodoxo’
en el sentido de los teólogos.
Pero ciertamente él avergüenza a los ‘ortodoxos’ oyentes de la parábola.
Jesús le elige como ejemplo de una fe vivida.

Por tanto, este samaritano vive el núcleo de la fe: “¡Sed misericordiosos como vuestro Padre también los es!” (Lc 6,36)
Esta fe vivida del samaritano se halla también en el lugar central del manifiesto teológico de Jesús,
por tanto en Su Sermón de la montaña:
“Bienaventurados los misericordiosos,
porque ellos hallarán misericordia.” (Mt 5,7)

También en los tiempos del Estado Socialista moderno es indispensable esta misericordia:
Sino demasiados necesitados fracasarían en la “red social” y no se descubrirían nuevas emergencias.
La misericordia tiene que hacernos cada vez más sensibles para la verdadera necesidad de los seres humanos, que se reproduce sólo muy limitada en párrafos.
“La misericordia es el manantial fundamental de la justicia social”
(Comité central de los católicos alemanes 1995)

Para terminar:

*    La misericordia de Dios es para todos nosotros un consuelo y nos libera de nuestras angustias.

*    La misericordia de Dios es al mismo tiempo estímulo para atestiguar Su misericordia también en nuestra vida.

*    En Adviento expresado brevemente:
¡Haz como Dios! ¡Conviértete en ser humano!

Amén.
www.heribert-graab.de
www.vacarparacon-siderar.es