Homilía para el Primer Domingo de Adviento
ciclo litúrgico “B”

29 noviembre 2020
Evangelio: Mc 13,24-37
Autor: P. Heribert Graab S.J.
En cualquier sitio de Afganistán alguien se hace saltar por los aires y arrastra a diez, veinte o más personas.
Diariamente leemos sobre atentados, accidentes mortales o también sobre catástrofes naturales de dimensiones increíbles.
Innumerables personas son arrancadas por la muerte de repente ¡de un momento a otro!

¿Tendría un presentimiento alguno de los afectados?
¡Nadie conoce el día ni la hora!
Esto también sirve para nuestro fin personal
y es válido de igual modo para el fin de la humanidad y también para el fin de todo el cosmos.

Silencio

¡Nadie conoce el día ni la hora!
En todas las épocas enfermedades y epidemias han confrontado a los seres humanos con el propio final y con una muerte repentina:
    En el siglo XIV la peste trajo la “muerte negra”.
    En el siglo XIX murieron sólo en Hamburgo, más de 8600 personas por el cólera.
    Hacia el final de la Primera Guerra Mundial mató la gripe española entre 20 y 50 millones de personas en todo el mundo.
    Actualmente han muerto en relación con el corona virus en todo el mundo un millón y medio de personas. Aquí en Alemania más de 15.000.

Es comprensible que muchas personas estén preocupadas.
Otras están llenas de angustia existencial,
muchas de las cuales minimizan por ello el virus.
Sin embargo, para todos nosotros es válido en esta situación actual:
“¡Nadie sabe el día ni la hora!”

Silencio

Por tres veces escuchamos en el Evangelio de hoy el recordatorio:
“¡Estad atentos!”
“Pues no sabéis cuando llegará el tiempo.”

Pero ¿a qué debemos estar atentos ahora?
“¿Al final?”
Pero al final ¿quizás incluso con espanto?
¡No!
¡El Evangelio no trata de lo que vendrá!
El Evangelio dice ¡quien viene!
Me interesa permanecer atento
a la llegada del “Hijo del Hombre”,
a la venida de Jesucristo.
En este primer domingo de Adviento
no está en primer término el nacimiento de Jesús
en Bethlehem,
sino la segunda venida del Hijo del Hombre
y con ello la plenitud del Reino de Dios
y con ello también la plenitud de nuestra propia vida, nuestra plenitud-
por tanto algo que debiera llenarnos de esa esperanza que hace feliz.

“Y a todo final es inherente un principio” se dice.
La destrucción cósmica,
de la que el evangelista informa en su mirada
de acuerdo con la época.
No significa el final definitivo de todo.
Este aparente final será el comienzo
“de un cielo nuevo y una tierra nueva”.
A ello apunta nuestra esperanza.
A ello apunta el recordatorio de la vigilancia.

Durante Su vida terrenal Jesús dijo continuamente:
Este nuevo cielo, esta nueva tierra, el Reino de Dios-
se ha hecho ya realidad en el aquí y ahora.
“Ved que Yo hago ahora algo nuevo.
Ya aparece, ¿no lo observáis? (Is 43,19)
Jesús ha hablado en parábolas de esta nueva realidad:
Por ejemplo en la parábola del grano de trigo.
Es un grano de trigo muy pequeño.
Pero crece para convertirse en un árbol
“donde vienen los pájaros del cielo
y anidan en sus ramas.” (Mt 13,32)
Por tanto también se dice “Estad atentos”:
¡Estad atentos al largo y silencioso crecimiento
del Reino de Dios que llega!

Silencio

También en el Evangelio de hoy Jesús recurre
a una parábola del crecimiento de la naturaleza:
“¡Aprended algo de la comparación con la higuera!” dice Él;
tan pronto como sus ramas están verdes y las hojas brotan, sabéis que el verano está cerca.”
También se trata hoy de reconocer los signos de los tiempos.
Pero no sólo los signos caóticos
de una época que se arruina,
sino más aún los signos
del futuro de Dios que está empujando.

Pero los signos de los tiempos tienen carácter de señal:
Nos indican lo que aquí y ahora hay que abordar.
Estar atentos, por tanto, no significa
esperar mano sobre mano.
Se trata de una vigilancia activa y comprometida
En el sentido del reino de Dios venidero:

En la situación del Monte de los Olivos la víspera del Viernes Santo, Jesús concreta: “¡Vigilad y orad!”
•    La oración nos ayuda a nosotros como a Él a superar nuestros temores y lo que venga.
•    Nos ayuda a nosotros como ayudó a Jesús,
a conocer la voluntad del Padre.
•    Nos ayuda a nosotros interiormente y con continuidad a orientarnos hacia la venida del Hijo del Hombre.

Estar vigilante significa también “estar atento”:
•    atentos unos para otros,
•    atentos ante situaciones en las que se cuestiona nuestro servicio,
•    atentos a la responsabilidad que se nos encomienda en el marco de aquel proceso de crecimiento del Reino de Dios.

También en la parábola de Jesús que acabamos de escuchar:
Un hombre se fue de viaje y
“encomendó toda la responsabilidad a sus criados,
a cada uno una tarea determinada…”
¡Don significa también tarea!
•    ¿Cómo puedo emplear mis capacidades?
•    ¿Mi tiempo existencial de forma creativa para aprovechar a otros?
•    ¿Cómo puedo hoy (¡!) animar?
•    ¿A quien consolar?
•    ¿A quién quitarle el temor?
•    Y ¿a quien proporcionar nueva esperanza?

Por tanto, ¡vivir una vigilancia muy concreta!
De esto se podría tratar en estas semanas de Adviento.

Amén.
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