Homilía para el Bautismo de Jesús
Ciclo litúrgico (A) / 12 Enero 2020
Evangelio: Mt 3,13-17
Autor: P. Heribert Graab, S.J.
según Dr. Abraham Roelofsen en “Pueblo de Dios” 2/2020
Como final del tiempo de Navidad celebramos hoy
otra vez un acontecimiento sobresaliente de la Epifanía:
El resplandor del Dios que se manifiesta en el Bautismo de Jesús.
En el Nacimiento de Jesús, Dios se manifiesta en el establo de Bethlehem
como amigo y hermano de los pobres pastores, orillados por la sociedad.
En el Bautismo en el Jordán, ÉL denomina al Jesús,
que, de forma solidaria, se pone en la fila de multitud de pecadores,
Su amado Hijo, en el que ÉL ha hallado Su complacencia.

Naturalmente se puede reconocer al comienzo de la vida pública de Jesús aquella solidaridad con los pecadores, que alcanzará su punto culminante más tarde en el Gólgotha.
Él padece la muerte de los pecadores y criminales en la Cruz, para liberarlos por medio de esta muerte de las cadenas del pecado
y para abrirles el camino hacia el “Paraíso”.

Podemos también retomar, para comprensión de la escena del Bautismo en el Jordán, una idea clave de la predicación de Juan:
Juan predicaba la penitencia e invitaba a sus oyentes
a cesar en su conducta pecaminosa y a “volver”.
Èl dice textualmente, según el texto griego del Evangelio:
“metanoia”- que significa textualmente “orientad el pensamiento en otro sentido” o “reflexionad”.
Incluso está más cercano a decir:
¡“pensad de forma nueva”, “comenzad de nuevo”, “atreveos con algo Nuevo”!

Entonces esta palabra “metanoia” es válida también inmediatamente para Jesús:
Después de Su tiempo en Nazareth, para Él comienza ahora verdaderamente con el Bautismo
algo totalmente Nuevo,
para lo cual Él necesita perentoriamente la actuación del Espíritu de Dios y
para esto Él se prepara intensamente en los siguientes cuarenta días de Su estancia en el desierto.

Por tanto, es importante en la idea de “convertirse”
no siempre pensar en seguida en el pecado,
aunque sea el punto esencial para Juan Bautista.
Cuando nosotros contemplamos nuestra propia vida, constatamos, que todos nosotros tenemos a nuestras espaldas uno u otro nuevo comienzo:
Los mayores de entre nosotros después de la guerra
y algunos también tras los acontecimientos de 1989.
Para la mayoría de nosotros comenzó tras el tiempo escolar o después de la carrera algo totalmente nuevo.
Y también la formación de una familia es un nuevo comienzo.

Con este fondo quizás no es totalmente desacertado,
a la vista de nosotros mismos reflexionar también sobre la palabra de Dios, que se Le dirige a Jesús en el Bautismo:
“Tú eres mi Hijo amado/ tú eres mi hija amada,
en el que o en la que he puesto mi complacencia.”
El propio Jesús nos invita
en la oración a llamar a Su Padre también como nuestro Padre.
Estamos convencidos por la fe
de que Dios en nuestro Bautismo
se vuelve a nosotros como Padre amoroso
y contrae con nosotros una relación muy íntima.
¿No es evidente que ÉL nos concede Su cercanía y asistencia en situaciones de cambios radicales?
De Jesús se dice en el Evangelio de Su Bautismo en el Jordán:
“El vio al Espíritu de Dios descender sobre sí como una paloma.”
Por la fe estamos convencidos
de que también a nosotros en el Bautismo se nos
ha dado el Espíritu de Dios,
ya que fuimos “ungidos” con el Espíritu de Dios.
Pienso que podemos confiar
en que este Espíritu de Dios está nuestro lado,
cuando por la fe continuamente “pensamos nuevamente”
y nos atrevemos en nuestra vida conforme a lo nuevo.
Solamente así no sólo descubriremos el sentido fundamental de nuestra vida y nuestra misión y vocación,
sino que también descubriremos la voluntad de Dios
para cada situación actual de nuestra vida.

Permitámonos sencillamente también en la vida diaria “pensar en lo nuevo” y
atrevernos con lo Nuevo con la confianza de la asistencia de Dios.
Y deseemos ante el comenzado del camino sinodal
también para nuestra Iglesia esta confianza, bajo la ayuda del Espíritu Santo, de pensar en lo nuevo y atreverse con la Nuevo.

Amén.
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