Bild zum 31. Juli,
dem Fest des hl. Ignatius von Loyola




San Ignacio de Loyola presenta al Papa Paulo III
en 1539 la fórmula del Instituto.

Am Anfang der Gesellschaft Jesu stand der Wunsch des hl. Ignatius und seiner Gefährten, nach Jerusalem zu gehen und dort dem Herrn zu dienen. Da der Jerusalem-Plan sich wegen des Türkenkriegs nicht verwirklichen lässt, ziehen Ignatius und seine Freunde nach Rom und stellen sich 1538 Papst Paul III. für Seelsorgsarbeiten zur Verfügung.

An die Stelle der gelobten Missionierung des Heiligen Landes setzten sie die Bereitschaft, insbesondere in den Gebieten zu missionieren, die die katholische Kirche durch die Reformation verloren hatte. Der Papst nahm ihr Angebot dankbar an. 1939 überreichte Ignatius ihm die "Formula Instituti", das Grundstatut jener Gemeinschaft, die die Gefährten sich entschlossen hatten zu gründen, und die nach dem Namen Jesu genannt werden sollte.
Mit der Bulle "Regimini militantis ecclesiae" vom 27. September 1540 genehmigte der Papst die "Formula Instituti" und damit die Societas Jesu.



Der Jesuitenorden war die Antwort auf das Zerbrechen des geschlossenen, unhinterfragt gültigen Systems der katholischen Kirche im Spätmittelalter. Kirche und Gesellschaft waren nun in verschiedene Bereiche auseinander gefallen. Die Jesuiten machten es sich zur Aufgabe, aus dem Ghetto der Treugebliebenen auszubrechen und in der - nicht zuletzt durch die Reformation neu geprägte - Gesellschaft für die Lehre der Kirche zu streiten.

Auf dem Weg nach Rom hatte Ignatius in der Kapelle bei La Storta, kurz vor der Stadt, ein wichtiges Erlebnis. Während sie beteten, sagte Gott zu ihm, dass er ihnen in Rom beistehen würde. I
n der Überlieferung der Vision von La Storta heißt es: "Ignatius habe es geschienen, als ob er Christus mit dem Kreuz auf der Schulter sehe und daneben den Ewigen Vater, der zu Ihm, Christus spricht: 'Ich will, dass du diesen zu deinem Diener nimmst.' Und so nahm Jesus den Ignatius an und sprach: 'Ich will, dass du uns dienst.' "


presidida por la visión de la Storta.

Suscipe, Domine

Nehmt, Herr, und empfangt
meine ganze Freiheit,
mein Gedächtnis,
meinen Verstand
und meinen ganzen Willen,
all mein Haben und mein Besitzen.
Ihr habt es mir gegeben;
Euch, Herr, gebe ich es zurück.
Alles ist Euer,
verfügt nach Eurem ganzen Willen.
Gebt mir Eure Liebe und Gnade,
denn diese genügt mir.
(Ignatius von Loyola, Exerzitien 234)

Imágenes:
Vidriera de la Capilla de Comunidad del Colegio-Noviciado de
San Estanislao de Kotska. Salamanca.




Imagen para el 31 de Julio
Fiesta de San Ignacio de Loyola


 


En los comienzos de la Compañía de Jesús estuvo el deseo de San Ignacio y de sus compañeros, de ir a Jerusalem y allí servir al Señor.  Pero ya que el plan de Jerusalem resultó irrealizable a consecuencia de la guerra de los turcos, van a Roma Ignacio y sus amigos y en 1538 se ponen a disposición del papa Paulo III para trabajar en la atención a las almas.

Substituyen la prometida evangelización de Tierra Santa por la disposición para evangelizar especialmente en los lugares, que la Iglesia católica había perdido a causa de la Reforma. El Papa aceptó agradecido su oferta. En 1539, Ignacio le presentó la “Formula Instituti”, el estatuto fundacional de aquella Compañía, que los compañeros se habían decidido a fundar y que después sería denominada con el nombre de Jesús. Con la Bula “Regimini militantis ecclesiae” del 27 de Septiembre de 1540, el Papa aprobó la “Formula Instituti” y con ella la Compañía de Jesús.



La Orden de los jesuitas fue la respuesta a la ruptura del sistema cerrado, incuestionablemente válido de la Iglesia católica en la tardía Edad Media. Iglesia y sociedad se habían desmoronado en ámbitos diferentes. Los jesuitas tomaron como tarea evadirse del gueto de los que permanecieron fieles a Roma (no protestantes) y combatir por la doctrina de la Iglesia en la sociedad – particularmente marcada por la Reforma.

En el camino hacia Roma, en la capilla de La Storta, cerca de la ciudad, Ignacio tuvo un importante acontecimiento. Mientras oraban, le dijo Dios a él, que los asistiría en Roma. En la transmisión de la visión de La Storta se dice:
“A Ignacio le pareció como si él viese a Cristo con la Cruz sobre el hombro y al lado al Padre Eterno, que Le dice a Cristo: “quiero que tomes a éste a Tu servicio.” Y así Jesús aceptó a Ignacio y dijo: “Yo quiero que tú nos sirvas.””



Suscipe, Domine
Tomad, Señor, y recibid
toda mi libertad,
mi memoria,
mi entendimiento
y toda mi voluntad,
todo mi haber y mi poseer.
Vos me lo distéis
a Vos, Señor, lo torno.
Todo es Vuestro,
disponed a Vuestra entera voluntad.
Dadme Vuestro amor y gracia,
que ésta me basta.
                    (Ignacio de Loyola, Ejercicios Espirituales 234)