En la Nacional Gallery de
Dublín (Irlanda) está colgado este cuadro del pintor
español Diego de Velázquez
(1599-1600) con el título de “La sirvienta de cocina”. En él se ve a una mujer fregando y
limpiando en la cocina. Algo parece cautivar a la mujer: por un momento
se
detiene asustada y olvida su trabajo. ¿Qué ha descubierto
la mujer? A lo largo
de muchos años, los espectadores del cuadro sólo han
visto la mirada
sorprendida, la pausa en el trabajo de la mujer y han admirado
cómo Velázquez inmortalizó
el desconcierto sobre el lienzo.
En 1933 se llevó el cuadro al
restaurador para que lo limpiase y lo puliese. A
la vez se hizo un descubrimiento: En el borde superior
izquierdo hay
un grupo de personas en una comida, que hasta entonces había
estado oculto por
la suciedad. El hombre del centro es reconocible rápidamente
como Jesús -¡se
tiene que tratar de la escena de Emaús! Ahora el cuadro de
Velázquez tenía de
repente un sentido: la sirvienta de cocina reconoce en la marmita
pulida al
Resucitado, que parte el pan con los discípulos de Emaús
(y después desaparece
de repente). ¡Ahora era comprensible la mirada de la sirvienta!
¡Algo
impresionante sucede aquí y a la sirvienta de cocina la deja
boquiabierta! De
nuevo una mujer reconoce a Jesús como Resucitado
-¡aún antes que los discípulos
en la mesa! También en la mañana de Pascua fueron las
mujeres las primeras que
vieron a Jesús.
La sirvienta de cocina ve al
Resucitado en un hecho de la vida diaria, en un trabajo cotidiano.
Cristo le
hace guiños, por así decirlo, en la marmita pulida. El
fregado de platos se
convierte en servicio divino. “Todo en honor de mi Dios, en el trabajo
y en el
descanso”, cantamos en la Misa. “Buscar y hallar a Dios en todas las cosas”, Ignacio de Loyola
alienta a esto
en las comunidades ignacianas. Quizás
¿también ustedes descubren al
Resucitado en su vida diaria?
P. Manfred Hösl S.J. y P.
Heribert Graab S.J.