Spirale und Labyrinth sind alte Symbole
für die Lebensmöglichkeiten des Menschen
und zugleich
für das Geheimnis von Leben und Tod.
Das Labyrinth des Minotauros
auf Kreta
verschlang das Leben im labyrinthischen Sog der
höhlenartigen Irrgänge.
Der griechische Königssohn
Theseus überwand die Todesspirale durch die Liebe der Ariadne
und
verwandelte sie in ein Symbol des neuen Lebens.
Die frühen
Christen sahen in dieser alten griechischen Sage ein Bild für
Christus,
der in Kreuz und Auferstehung den Tod überwindet und uns
das neue Leben schenkt.
In mittelaterlichen Kirche (z.B. in der
Kathedrale von Chartres)
zeichnete man das Labyrinth auf den Boden
und
tanzte zum Fest der Auferstehung darauf den österlichen Tanz des
Lebens.
Unser Weg durch
die Wochen
der Fastenzeit auf Ostern hin
könnte unseren ganzen Lebensweg
spiegeln:
Unseren Weg mit allen Höhen und Tiefen, mit all seinen
Engen und Hindernissen;
einen Weg, der sich aber auch immer wieder
öffnet und neue Perspektiven erschließt;
einen Weg, der
schließlich im Zentrum zum Ziel gelangt - zur Fülle des
Lebens.
Entdecken Sie mit Hilfe des "großen Weges" Ihren eigenen
Weg.
"Der große
Weg"
läßt sich nach Art eines Mandalas meditieren als Weg zur
Mitte.
Wandern Sie diesen Weg im Uhrzeigersinn von außen nach
innen.
Spüren Sie die bedrängende Enge, in die Sie der Weg
immer wieder führt,
dann aber auch die Weite, in die hinein er Sie
doch wieder entläßt.
Führt Sie dieser Weg - wenn Sie
spontan auf das Bild blicken -
eher hinauf auf die Höhe
eines Berggipfels in der Mitte
oder führt er Sie hinunter in eine
Mitte, die tief in Ihnen selbst liegt,
hinunter zum "Brunnen" in der
Tiefe?
Wie gehen Sie mit den
Hindernissen um, die immer wieder den Weg zu versperren scheinen?
Und
doch geht der Weg weiter!
Entdecken Sie das Kreuz, das sich durch den
ganzen Weg hindurchzieht,
und das auch unser aller Leben mehr oder
weniger prägt.
Manchmal ist es kaum zu erkennen, dann wieder
erscheint es dunkel.
Aber vor allem dort, wo es kaum zu übersehen
ist, leuchtet es in österlichem Gold.
“El gran camino”
de Friedensreich Hundertwasser
puede acompañarnos en esta Cuaresma.
Espirales y laberinto son viejos símbolos para las posibilidades
de la vida del ser humano
y, al mismo tiempo, para el misterio de la vida y la muerte.
El laberinto del Minotauro en Creta
devoraba la vida en el remolino laberíntico
de los cavernosos pasadizos con rodeos.
El hijo del Rey griego Teseo venció
las espirales mortales por el amor de Ariadna
y las transformó en un símbolo de la nueva vida.
Los primeros cristianos vieron en esta vieja leyenda griega
una imagen de Cristo,
que en la Cruz y la Resurrección vence la muerte
y nos regala la vida nueva.
En las Iglesias de la Edad Media
(p.e. en la Catedral de Chartres)
se dibujaba el laberinto en el suelo
y se bailaba sobre él en la fiesta de la Resurrección
el baile pascual de la vida.
Nuestro camino en las semanas de Cuaresma a Pascua
podría reflejar todo nuestro camino existencial:
nuestro camino con todas sus elevaciones y profundidades,
con todas sus estrecheces e impedimentos;
un camino, que también se abre continuamente
y descubre nuevas perspectivas;
un camino, que finalmente llega a la meta
-a la plenitud de la vida- en el centro.
Descubran ustedes con ayuda del “Gran Camino”
su propio camino.
“El Gran Camino” se puede meditar
al modo de un mandala como camino hacia el centro.
Realicen ustedes este camino en el sentido de las agujas
del reloj desde fuera hacia dentro.
Perciban ustedes la estrechez atosigante,
a la que el camino les conduce continuamente,
pero después también la anchura,
en la que los libera continuamente hacia dentro.
Este camino ¿los conduce – si ustedes espontáneamente
dirigen la mirada a la imagen –
más bien hacia arriba, a la cumbre de una montaña en el
centro
o los conduce hacia abajo,
a un centro que está profundamente en ustedes mismos,
hacia abajo a las “fuentes” que están en lo profundo?
¿Cómo se relacionan ustedes con los impedimentos
que continuamente parecen obstruir el camino?
¡Y sin embargo el camino sigue!
Descubran ustedes la Cruz, que se atraviesa
en todo el camino,
y que también marca toda nuestra vida más o menos.
A veces apenas se reconoce,
pues se presenta obscura.
Pero sobre todo allí donde apenas se puede abarcar
con la vista, brilla en oro pascual.
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